Vivimos en una generación que ama lo instantáneo y evita lo incómodo. Todo está diseñado para facilitarnos la vida: el botón que pide comida, el control remoto que lo cambia todo, las apps que ahorran pasos. Pero hay algo que la comodidad no puede darnos: propósito.
El Reino de Dios no avanza con gente cómoda, sino con gente comprometida. La comodidad adormece, el compromiso despierta.
Y mientras muchos están buscando el “lugar perfecto” para servir, Jesús sigue buscando corazones dispuestos a salir del sillón y caminar por fe.
Jesús nunca predicó desde una plataforma fija. Su púlpito fue una barca, un monte o el polvo del camino. Él no se quedó en el templo esperando que la gente viniera; fue hacia donde la gente estaba.
«Se acercó a los rechazados, abrazó a los impuros, habló con samaritanos y cenó con pecadores».
Cada paso de Jesús nos enseña que el Evangelio no fue creado para sostener estructuras, sino para derribar muros.
Por eso, cada vez que la iglesia se vuelve pasiva, el Reino se detiene. Y cuando el Reino se detiene, las almas se pierden.
Marcos 16:15 dice: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.”
No dice “esperen que vengan”, sino “vayan”. El verbo del Reino es acción.
La comodidad espiritual es uno de los enemigos más sutiles del creyente moderno. No destruye de golpe; adormece lentamente.
Nos acostumbra a la rutina, a los mismos cánticos, los mismos bancos, las mismas oraciones repetidas.
Y sin darnos cuenta, dejamos de ser misioneros del fuego para convertirnos en consumidores del culto.
El cristianismo se vuelve un evento semanal y no una pasión diaria.
Pero Dios no nos salvó para asistir, sino para impactar.
Apocalipsis 3:16 nos advierte: “Por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.”
No es una amenaza, es una alerta. Cuando nos acomodamos, perdemos el brillo, la voz y la visión.
Muchos creyentes confunden el final del culto con el final de la misión.
Pero la verdadera misión comienza cuando termina la reunión.
Después del “amén”, empieza el “envío”.
Cada cristiano debería salir del templo como un mensajero encendido.
Porque el mensaje que no se lleva afuera, muere adentro.
Por eso, Jesús no dijo: “Serán escuchadores del Evangelio”, sino “me serán testigos” (Hechos 1:8).
Un testigo no repite lo que escuchó, cuenta lo que vio.
Y para ver algo, primero hay que salir del lugar donde todo es igual.
La comodidad busca descanso; el propósito busca impacto.
La comodidad quiere aprobación; el propósito busca obediencia.
La comodidad se alimenta del confort; el propósito se nutre del fuego del Espíritu.
No hay avivamiento sin movimiento.
Cada despertar espiritual en la historia nació cuando alguien se atrevió a romper el molde.
Dios llama a hombres y mujeres que digan: “Señor, si tengo que salir de mi rutina para verte obrar, muéveme.”
Abraham tuvo que salir de su tierra para ver promesas cumplidas.
Pedro tuvo que salir de la barca para caminar sobre las aguas.
Y tú tendrás que salir de tu comodidad para ver el poder de Dios en acción.
El fuego de Dios no cae sobre sillas, sino sobre altares.
Y los altares se encienden con entrega, no con confort.
Isaías 6:8 dice: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”
Todavía hoy, el cielo busca respuestas humanas.
Y el Reino sigue avanzando con aquellos que se atreven a decir:
“Aquí estoy, Señor, envíame.”
“Comodidad mata propósito.”
Diego López
Cada vez que elegimos la comodidad por encima de la obediencia, algo del Reino se detiene.
Pero cuando elegimos obedecer, aunque duela o cueste, el Reino se expande.
«La iglesia que se levanta es la iglesia que sale».
Y el creyente que sale, enciende ciudades.
El Evangelio no fue hecho para el confort, sino para la conquista.