“Entonces Jesús afirmó: ‘Ciertamente les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su Padre hace, porque cualquier cosa que hace el Padre, la hace también el Hijo’” (Juan 5:19).
Que un niño pequeño intente hacer exactamente lo que hacemos las personas mayores es signo de inteligencia y vitalidad. Paradójicamente, en el día a día, con frecuencia desautorizamos, prohibimos o incluso castigamos a los niños cuando hacen lo mismo que nosotros.
Debemos comprender que nuestros hijos no solo reflejan o copian nuestra imagen o actitudes, sino que nos la devuelven y lo que vemos de ellos es lo que somos o proyectamos.
El pequeño puede llegar a comprender racionalmente que los adultos no están felices con él, pero le resulta imposible relacionar sus actitudes con este enfado. Esto sucede porque está intentando hacer las cosas de un modo análogo, equivalente, al modo de los mayores.
De esta manera, el niño se esmerará en imitar a los adultos aun con mayor exactitud y precisión, tratando de satisfacer a los padres gracias a sus habilidades apenas adquiridas. A su vez, intentará imitar los gestos y los movimientos con mayor dedicación y cuidado.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, las personas mayores le prohibiremos tocar, le diremos muchos “no”, le pegaremos en las manos, le gritaremos, le diremos otra vez que no y que no, y, finalmente, llamaremos a alguien con más experiencia o autoridad para que ponga límites a una criatura que no está dispuesta a dejar de moverse.
A su imagen
Proverbios dice: “Dirige a tus hijos por el camino correcto, y cuando sean mayores, no lo abandonarán” (Proverbios 22:6, NTV).
Sin duda la tarea de los padres es mostrar el rumbo correcto por donde ir, pero la forma será siempre a través del ejemplo. Recuerda que tus hijos seguirán más tu ejemplo que tu consejo. La Biblia, en el versículo mencionado, nos habla de “dirigir”. Esta palabra se define del siguiente modo: ‘Hacer que una cosa en movimiento avance hacia una dirección determinada sin desviarse; situar algo en una dirección determinada; orientar algo hacia un punto determinado’.
Nótese que la definición habla de algo en movimiento, es así como nuestros hijos tienen su dinámica individual, su carácter y su personalidad. No podremos hacer que sigan el ritmo de los padres, pues, o serán más lentos o, como en la mayoría de los casos, mucho más rápidos (un ejemplo de esto es la capacidad que poseen para manejar la tecnología).
Pero, si podemos dirigir su rumbo hacia decisiones sanas, hacia prácticas y valores que determinarán la correcta dirección de su vida, estaremos dando en el blanco. Como padres debemos recordar que nos están mirando, copiando y aprendiendo día a día de nuestro ejemplo. Por eso, seamos un ejemplo digno de imitar en todo. Como lo escribió el apóstol Pablo: “Imítenme a mí, como yo imito a Cristo” (1 Corintios 11:11).
Ahora bien, ¿qué actitudes hacen que demos una imagen distorsionada?
- No amarlos por igual:
Esto siempre termina generando celos, rechazo, envidia y competitividad. Búsqueda desesperada por la aceptación. - No educar a nuestros hijos con principios bíblicos:
No adaptemos la Palabra de Dios a nuestros hijos, más bien adaptemos a nuestros hijos a la Palabra de Dios. - Los dobles discursos:
Algo que marca la vida de un hijo es cuando no puede percibir la integridad en los padres. Ejemplo de esto son los progenitores que se comportan de una manera, o con un lenguaje, en determinados lugares, y con actitudes totalmente contrarias en otros. Esto daña la confianza que el hijo debe desarrollar hacia los padres, pues no sabe dónde realmente ellos se comportan como tales.
Como padres, tenemos la enorme responsabilidad de que nuestros hijos, los primeros discípulos que tenemos, nos están mirando. Por eso, seamos dignos de imitar en todo tiempo y en todo lugar. Si esta tarea la desarrollamos bien, podremos decirle con toda confianza y autoridad a nuestros hijos: “Haz lo que yo hago”, “Actúa como yo actúo”, y de esa manera los estaremos haciendo imitadores de Jesús.