“¡Ha resucitado el Señor!”. La tumba estaba vacía, el cuerpo no estaba; los lienzos allí y el sudario enrollado, pero ¿dónde estaba el Maestro?

El relato bíblico nos dice: “Jesús le dijo: ‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?’. Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: ‘Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré’. Jesús le dijo: ‘¡María!’. Entonces ella se volvió y le dijo en hebreo: ‘¡Raboni!’ (que quiere decir ‘Maestro’). Jesús le dijo: ‘No me toques, porque aún no he subido a donde está mi Padre; pero ve a donde están mis hermanos, y diles de mi parte que subo a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes’. Entonces María Magdalena fue a dar las nuevas a los discípulos, de que había visto al Señor, y de que él le había dicho estas cosas” (Juan 20:15-18, RVC).

María estaba tan triste, lloraba, confunde a Jesús con el jardinero y le dice: “Si te lo llevaste, decime por favor dónde lo pusiste”. Cuando el Señor pronuncia su nombre, “¡María!”, ella lo reconoce, y le contesta: “¡Maestro!”. Hubiera querido abrazarlo, pero el Señor le dice que no lo toque aún porque no ha subido al Padre.

Ella pensó que estaba en la misma condición que antes de su crucifixión. Solamente una vez que hubiese ascendido, entonces sería posible un nuevo tipo de relación. Es significativo que a la primera persona que el Señor se le aparece es a una mujer y fue comisionada a proclamar su resurrección.

«Costoso envío el de Cristo, pero valió la pena, Él fue la ofrenda y el oferente».

Aurora Tomaz Disano, Presidente de Mujeres Bautistas Argentinas.

La Palabra nos declara que cuando llegó la noche, Jesús se presentó ante los discípulos y les dijo: “La paz sea con ustedes” y les muestra sus manos y su costado. Los discípulos se llenan de gozo al reconocer al Maestro. Él les dice: “Así como el Padre me envió, también yo los envío a ustedes” (RVC). El Señor nos ha comisionado a cada uno de nosotros para anunciar las buenas noticias de su resurrección.

En 1 Corintios 15:14,20 (RVC) se nos plantea la necesidad de la resurrección: “Y si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene sentido, y tampoco tiene sentido la fe de ustedes (…) pero el hecho es que Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primicias de los que murieron”.

Cristo ha resucitado, tenemos pruebas en los evangelios y en los demás escritos del Nuevo Testamento. En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana. Si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?

¿Si Jesús no hubiese resucitado?

En ese caso, sus palabras, sus enseñanzas hubiesen quedado como flotando en el aire, sus preciosas promesas no se hubiesen cumplido y dudaríamos de que fuese realmente el Señor, el Hijo de Dios. Pero, como Jesús sí resucitó entonces sabemos que Él venció, la tumba no lo retuvo, fue victorioso sobre la muerte, el pecado y el maligno.

«Verdaderamente la resurrección de Cristo es el hecho más significativo de toda la historia del ser humano».

Aurora Tomaz Disano, Presidente de Mujeres Bautistas Argentinas.

Cuando celebramos su resurrección estamos celebrando nuestra propia liberación: libres de ataduras, de esclavitud, de estructuras de pensamiento y argumentos humanos contrarios a la voluntad de Dios. Entonces podemos vivir con confianza porque la luz del Señor ilumina nuestro camino y disipa toda oscuridad. El Resucitado está con nosotros y en nosotros.

Celebramos su victoria por otorgarnos vida y vida en abundancia, calidad de vida, vida eterna. Él vive y en Él resignificamos el valor de la vida hoy en día tan desvalorizado por un sector de nuestra sociedad. “En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad” (Juan 1:4); es el autor de la vida. Luz que ilumina la más terrible oscuridad quitando la ceguera espiritual de la humanidad para que resplandezca la luz de Cristo. Señalando un camino para transitar, una verdad para descubrir, una vida para vivir.

En esta esperanza en torno al resucitado se unen, se asocian todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las humillaciones, la vida humana no respetada, los maltratos, las descalificaciones, las miserias por las cuales tantas veces el ser humano termina siendo víctima.

«El valor de la vida es recuperado en el hecho salvífico y la victoria de su resurrección».

Aurora Tomaz Disano, Presidente de Mujeres Bautistas Argentinas.

Representados por nuestro Salvador los creyentes ya hemos muerto y hemos resucitado. La vida y la muerte de los cristianos es una imitación de Cristo. Nuestra muerte es un morir con Él. Y nuestra resurrección es volver a la vida con Él.

“He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí” (Gálatas 2:20). Cristo ha resucitado y en esta esperanza se fundamenta nuestra fe, resucitar con Él conforme a sus promesas, dándonos nuevamente vida y trazando nuevos horizontes.

Tenemos que comunicar el mensaje de su resurrección en los tiempos de incertidumbre que nos toca vivir, donde parece que todo se derrumba a nuestro alrededor. Pasar de las dudas a una actitud de fe, de confianza, del miedo que se transmite a la valentía de enfrentar las cosas de una manera diferente, de la tristeza al gozo, a la esperanza que fortalece y afirma nuestro corazón. De esta manera lo que predicamos y creemos tiene sentido y significado: “Cristo en nosotros la esperanza de Gloria”.