Nos olvidamos de vivir. Parece una frase sin sentido, pero no es así. Muchos hemos olvidado de dónde salimos, sumergidos en un ego sin sentido, otros olvidamos lo que Jesús hizo, rechazando el propósito depositado en nuestra vida.

Algunos otros olvidamos lo que era relacionarse con un Padre atento, otros quizás ni siquiera han escuchado alguna vez su voz. Es fuerte ver a personas relacionándose con Jesús como si Él los estuviera desaprobando, sin importar cuántas buenas acciones o buenos pensamientos tengan, para ellos, no importa lo que hagan, nunca va a ser suficiente.

Claro está que no podemos ganar la salvación por obras, pero me refiero a relacionarnos sanamente con Jesús. He aquí el inconveniente: a diferencia de nuestras relaciones interpersonales, cuyo funcionamiento es compartido, no podemos decir que cuando hay una crisis relacional con Jesús “Él es el problema”. En este caso (y seguro en todos los demás), hay algo dentro nuestro que necesita ser resuelto.

Cristo, muy a diferencia de esa imagen lejana que podemos tener de Él, es muy cercano, de hecho, tan cercano que estamos sumergidos en su presencia por medio del Espíritu Santo. Él es el camino, la verdad y la vida, no podremos conocer al Padre si no es por medio de Jesús.

Es básico ¿No? Pero olvidamos la vida, olvidamos a Jesús. Olvidamos quiénes somos y a quién le pertenecemos. Entonces, empezamos a hacer contrataciones tratando de llenar vacíos que solamente el Rey puede llenar o, mejor dicho, solamente en Él podemos sumergirnos en una presencia que lo transforma todo.

Normalmente uno diría algo motivacional acá. Pero no haré eso. De hecho, quiero mencionarte y recordarte algo con lo que luchamos todos los días: nuestra carne, nuestros deseos. Muchos de los vacíos y anhelos que buscamos de alguna manera medicar no nacen de la nada misma, tienen sus fundamentos en aquellas experiencias pasadas o la herencia dejada por acciones de nuestros antepasados.

Esa búsqueda constante de grandeza, de propósito, de aprobación, y de todo lo que pueda llegar a nuestra mente tiene su base en que hay algo que estamos buscando llenar.

Es por esa razón que Cristo nos mira con ojos de amor como también de justicia, por ello nos ama y porque nos ama, nos disciplina, nos enseña a caminar correctamente, nos enseña a disfrutar de sus dádivas, de la vida misma que es Él mismo.

Él ve con lo que estamos luchando, pero nunca dejó que su inocencia sea contaminada por nuestras acciones, su amor es inocente, es sin mancha, no tiene nada de eso, y así es como se acerca a nosotros y deja que nos acerquemos. Es el más claro ejemplo de amor real que encontraremos en vida.

Cuando dejamos que ese amor nos inunde, nuestra visión del mundo cambia, porque vemos con los ojos del Eterno. Entonces, hemos nacido de nuevo, nuestro entendimiento ha sido renovado. Cuando veamos los errores de nuestros padres, los veremos como niños buscando consuelo, cuando veamos a esas personas violentas y celosas, veremos pequeños con tanta inseguridad que buscan ser más grandes y seguros de la manera incorrecta. Veremos un mundo que sufre, personas que necesitan ayuda, vidas que están muertas. 

Entonces, comprenderemos que nosotros estamos vivos porque Cristo nos dio nueva vida y que no nos la podemos quedar para nosotros solos. Y allí, solo allí, recordaremos lo que es estar vivo y compartir esta hermosa vida en libertad, con otros.

Finalmente, habremos recuperado algo que habíamos perdido hace tantos años: La inocencia. ¿Por qué? Porque Cristo nos hizo nuevos, o dicho correctamente, nos está moldeando a su imagen. Sí, exactamente lo que quiere hacer con aquellos niños sin Padre que hoy están perdidos.

“Pero Jesús dijo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”, Mateo 19:14.

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno”, Salmo 139: 23-24.