Las relaciones son fundamentales en el desarrollo del liderazgo cristiano.
Una de las preguntas más frecuentes cuando hablamos de liderazgo cristiano es: ¿cómo medimos el éxito de la tarea que se nos ha encomendado? Muchos líderes lo hacen basándose en números: asistencia, presupuesto, tamaño de los templos o eventos atractivos. Sin embargo, estas métricas no siempre reflejan crecimiento espiritual ni madurez.
La realidad nos muestra algo doloroso: personas que cambian de congregación una y otra vez, o que directamente dejan de participar en la vida de la iglesia. No siempre se marchan por diferencias teológicas o distracciones externas; con frecuencia se van por heridas relacionales. Se retiran de vínculos vacíos, cansados de sentirse números o instrumentos de utilidad para los líderes, en lugar de personas valiosas. La desmotivación suele ser consecuencia de un liderazgo que no conoce, no cuida o no valora a sus seguidores —aunque, por supuesto, no todos los casos son iguales y también existe responsabilidad personal en quienes se alejan—.
Cuando un líder reconoce el fundamento bíblico de la gracia de Dios, descubre un recurso poderoso que le capacita para construir relaciones sanas. Por el contrario, un líder que hiere —aunque sea sin intención— se convierte en un agente de dispersión; contribuye a un ambiente donde las malas relaciones vacían el corazón de las personas.
Las relaciones saludables, en cambio, energizan y motivan. Permiten disfrutar la vida cristiana en armonía con los líderes y con la congregación. Y ese trabajo, dice Pablo en Efesios 6, comienza en casa: antes de hablar de la armadura de Dios, el apóstol describe las relaciones familiares. La batalla espiritual también se libra en la calidad de los vínculos cotidianos.
La armadura de Dios como herramienta relacional
La armadura de Dios puede entenderse como un “kit de herramientas relacionales” para líderes y liderados:
- La verdad nos invita a la transparencia: sin ella no hay confianza, y sin confianza no hay relación duradera.
- La justicia implica integridad y equidad, evitando favoritismos y manipulaciones.
- La paz llama a ser constructores de puentes, buscando la reconciliación y mostrando empatía.
El fundamento relacional del liderazgo bíblico
El liderazgo cristiano no se define por autoridad impuesta, sino por influencia ganada a través del servicio. El modelo de Jesús —que “no vino para ser servido, sino para servir” (Marcos 10:45)— establece la base para una relación sana entre líder y liderados.
Un líder que asimila este modelo es humilde, accesible y comprometido con las personas. Invierte tiempo, escucha para comprender (no solo para responder), y crea un espacio seguro donde otros se sienten valorados. Filipenses 2:3-4 nos recuerda que debemos considerar a los demás como superiores a nosotros mismos.
En una relación saludable, la corrección no busca castigar ni avergonzar, sino restaurar (Gálatas 6:1). Cuando las relaciones son sólidas, la motivación no necesita imposición externa: fluye naturalmente del Espíritu Santo. Las personas se vuelven creativas, participan con entusiasmo y corren riesgos porque saben que son parte valiosa del cuerpo.
Además, las relaciones fuertes permiten que líder y seguidores compartan visión. El enfoque principal del liderazgo cristiano es desarrollar y empoderar a otros, para que también lideren, discipulen y envíen a otros.
El liderazgo que sana: el modelo del Pastor
El modelo bíblico más poderoso para sanar heridas es la figura del pastor y sus ovejas.
Jesús llama a cada una por su nombre y las conoce profundamente: eso da seguridad, reconocimiento y amor. Un líder pastoral sabe la historia, dudas e identidad de las personas, y las trata con dignidad.
La voz del líder también importa: una voz de amor, verdad y paz genera confianza; una voz de exigencia o manipulación genera rechazo. Pablo también modeló esta ternura: trató a la iglesia como “una nodriza que cuida a sus hijos” (1 Tes. 2:7).
El líder pastoral ora específicamente por sus ovejas, como Jesús oró por Pedro (Lucas 22:31-32). Su autoridad no descansa en jerarquía, sino en humildad sacrificial (Marcos 10:42-45).
El desarrollo de líderes es, sobre todo, relacional. Jesús escogió a los doce “para que estuvieran con él” antes de enviarlos (Marcos 3:14). Primero formó carácter; luego los envió al ministerio.
Pablo también entendió la paternidad espiritual: llamó a Timoteo “hijo”, y no solo le entregó instrucciones, sino su vida (2 Timoteo 2:2). La multiplicación ocurre donde hay confianza profunda.
Conclusión
El verdadero poder del liderazgo reside en la influencia nacida de relaciones sanas, tal como lo modeló Jesús. Todo líder llamado por Dios tiene un espejo en el cual evaluarse: Jesús, el Buen Pastor.
Un liderazgo que deja huella es aquel que refleja su carácter y su manera de amar.

Mario Bloise: Director ejecutivo de la Red Sembradores. Cofundador, director ejecutivo y profesor de la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires.



