¿Cómo va tu entrenamiento espiritual? ¿Quién no quiere salir corriendo frente a las pruebas?
¿Cuántas veces anhelamos ver resultados, pero no nos disponemos al esfuerzo que estos conllevan? Ni bien se asoma la prueba, automáticamente tendemos a querer rendirnos, tirar la toalla y hasta algunos abandonan la carrera.
¿Quién dijo que vivir la verdadera carrera de la fe no requiere del mejor plan de entrenamiento? Y como todo plan tiene un objetivo que implica sacrificio y entrega, donde tenemos que someternos a la dirección del entrenador por excelencia: Cristo. Y sí, como verdaderos Hijos de Dios, tenemos que estar dispuestos a salir de nuestra zona de confort. Vivimos en una cultura que tiene a la comodidad en el primer lugar, que nos hace creer que mejor es acortar camino, que no vale la pena el esfuerzo, que nos empuja buscando cansarnos y desenfocarnos para que no respetemos las reglas: Nos hace creer que lo importante es llegar más rápido como sea y con quien sea, pero la Biblia es muy clara frente a esto:
Como hijos, tenemos que aceptar que mientras avancemos, la prueba va a venir, y para todos. Es necesario pasarlas. Es justamente el atravesarlas lo que nos pondrá a prueba. Pero también será la oportunidad de darle el lugar a Dios para que nos entrene, sabiendo que no hay mejor entrenador que Él. Su plan nos lleva al cumplimiento del propósito por el cual fuimos creados, y qué maravilloso es cuando Dios nos confronta con el propósito ¿no?
Si pudiéramos entender que la prueba es parte de la carrera, podríamos pasarla sin una connotación negativa, sino gozandonos en ella y comprendiendo que esto nos lleva a unirnos más en Cristo, a depender solo de Él, y nos conduce al mayor entendimiento de que no podemos vivir la vida de fe a medias, tenemos que estar dispuestos a ser pulidos para rendir mejor y brillar a fin de que Su gloria sea revelada.
Si pensamos en una competencia de maratón, vemos que siempre hay una “largada” y una “meta”. Esto mismo es lo que debe haber en nuestra vida de hijos. Desde que decidimos largarnos a correr la carrera de la fe, la largada es en Cristo y la meta debe ser cumplir el propósito por el cual estamos corriendo, fijando siempre nuestra mirada en la Cruz. Pero no podemos olvidarnos de algo sumamente importante; a todos nos gusta imaginarnos cruzando el arco final, sintiendo la victoria al colgarnos la medalla, pero ¿estamos dispuestos a someternos a la preparación? Toda meta tiene un camino previo que nos exige prepararnos, formarnos y entrenarnos para poder rendir y pasar la prueba en victoria eterna. ¿Estamos dispuestos a tomar la cruz hacia el premio supremo?
«Ninguna prueba viene a causarnos desesperación, porque hay un propósito que le da sentido. Las pruebas son la oportunidad para avanzar en el camino de dios, asi tenemos mayor entendimiento para perfeccionarnos en Él».
Constanza Núñez
Esforzarnos, disciplinarnos y avanzar. Cuando se levante el tiempo de prueba, Dios jamás nos deja solos. Él nos entrena dándonos la oportunidad para desarrollar resistencia espiritual y aprender a ejercer correctamente la fe. Tenemos que vencer en las pruebas con las fuerzas del Espíritu Santo y ser completos en Él.
Animémonos a dejar la queja y gozarnos, a no bajar los brazos sino a esforzarnos, a mantener sano y purificado el corazón, a orar en todo tiempo, a vestirnos con el mejor equipo; la armadura de la fe (Efesios 6). Tenemos que ser hijos que anhelen ser entrenados y preparados por Dios. La prueba no habla de vos, sino de lo que Él está haciendo en vos. Agradezcamos ser probados.
No es fácil el proceso, pero es necesario pasar todos los días por este gimnasio, el gimnasio espiritual de los verdaderos hijos de Dios, los que eligen rendirse a sus fuerzas, contentarse frente a la dificultad; para ser fortalecidos, guiados y preparados en Cristo.
La vida de fe es una carrera donde todos corremos diferentes kilómetros, vamos a diferentes ritmos, pasamos por diferentes paisajes, corremos en diferentes temporadas, con distintas compañías, de diferentes formas. No tenemos permiso del Cielo para retroceder. No abandonemos el sueño de Dios para nuestra vida. Entrenemos con Él. Su “plan de entrenamiento” nos va a dar los mejores resultados en cuerpo, alma y espíritu para que Su obra sea completa.
La vida de Él en nosotros necesita empezar a moverse. La vida con propósito se entrena.
Y ahora sí, volvámonos a preguntar: ¿Cómo está mi entrenamiento?