El pastor, teólogo, misiólogo, biblista e historiador, Pablo A. Deiros, continúa con su recorrido por la historia del avance del evangelio en la región, si te perdiste la primera parte podes leerla haciendo click en este link.
Durante todo el siglo XVIII el poderío y el prestigio de España en América Latina fue decayendo. La corona española fue ostentada por monarcas débiles e incapaces que exigían cada vez más ingresos de las colonias, pero que ejercían cada vez menos una buena administración.
Las noticias de la independencia estadounidense y las ideas de la Revolución francesa produjeron un estado de desasosiego general y de insatisfacción con la condición reinante. Con las guerras napoleónicas se agregó un factor decisivo a favor de la independencia de las colonias españolas, y de esta manera, entre 1810 y 1825, España perdió la casi totalidad de sus colonias americanas.
En estas se establecieron gobiernos más o menos estables, que siguieron el modelo estadounidense y aplicaron las ideas procedentes de Francia. Los papas se opusieron a la independencia de América, y la consecuencia natural de esto fue la aparición de una minoría anticlerical que se oponía, no tanto a los dogmas de la Iglesia católica romana, como a la excesiva influencia que esta ejercía sobre las cuestiones políticas en el Nuevo Mundo.
Por otra parte, los movimientos independentistas hicieron que muchos sacerdotes peninsulares regresaran a España, dejando a la Iglesia católica romana con escasos recursos humanos para atender a las necesidades de las parroquias. La Iglesia romana tardó más de un siglo en reponerse de lo que para ella fueron los desastres de principios del siglo XIX.
En el ínterin, el protestantismo hizo su aparición, logrando un asentamiento de tipo permanente.
Factores que hicieron posible la reaparición del protestantismo
Cabe mencionar varios factores que hicieron posible que, a comienzos del siglo XIX, el protestantismo se presentara nuevamente en América Latina, pero esta vez con mejor suerte que en la etapa anterior.
(1) La revolución filosófica del siglo XVIII (Racionalismo y Romanticismo), con su énfasis sobre los derechos del hombre, ofrecía la oportunidad de demandar una mayor tolerancia religiosa que permitiera el establecimiento de colonos protestantes en el Nuevo Mundo, sin temor a las persecuciones.
Muchos pensadores, gobernantes políticos y personalidades latinoamericanas, admiradores de los nuevos principios vieron al protestantismo, no como una amenaza para su estilo de vida tradicional sino como una contribución valiosa para la modelación de las nuevas naciones que estaban surgiendo.
(2) La independencia de España y la eliminación de la Inquisición permitieron una mayor seguridad a los colonos protestantes que deseaban establecerse en América. Con la terminación del patronato español, que forzaba el catolicismo en sus colonias americanas y vigilaba celosamente su ortodoxia con el arma arbitraria de la Inquisición, el protestantismo pudo hacer no solo acto de presencia y adorar conforme a su conciencia, sino también propagar sus convicciones y manera de entender la fe cristiana.
(3) La relación de las nuevas naciones latinoamericanas con países tradicionalmente protestantes, en materia de comercio y diplomacia, obligó a una apertura que permitió el establecimiento de iglesias, capellanías o centros de culto, que ejercieron una notable influencia en la sociedad de su tiempo. Muchos gobiernos americanos, en los primeros años de su vida nacional, apelaron a científicos, técnicos, educadores y militares extranjeros para ayudarlos en la creación de la nación, y muchos de ellos eran fervientes protestantes.
(4) Los nuevos países latinoamericanos necesitaban terminar la ocupación de extensos territorios, civilizar pueblos indígenas y realizar una ocupación nacional de la tierra, que significara su mejor aprovechamiento en beneficio de sus economías. La escasa población a comienzos del siglo XIX alentó la empresa inmigratoria. Así, abrieron sus puertas a considerables contingentes inmigratorios europeos, muchos de los cuales eran de tradición protestante.
(5) La presencia de los colonos protestantes con sus familias y tradiciones de fe obligó a una mayor tolerancia religiosa. Muchos gobiernos prefirieron traer a sus países a estos inmigrantes, famosos por su laboriosidad, vida ordenada y responsabilidad.
Para atraerlos tomaron todas las medidas necesarias para que pudieran ejercer libremente su culto como en las tierras de origen.
(6) El catolicismo, que durante tres siglos había estado íntimamente identificado y comprometido con la corona metropolitana, cayó bajo sospecha con los movimientos independentistas. Es cierto que muchos sacerdotes y frailes fueron excelentes patriotas, pero la jerarquía eclesiástica se mantuvo mayormente fiel al rey y fue reaccionaria.
Los abusos del catolicismo colonial a través de la Inquisición, que muchas veces fue más un tribunal político que religioso, provocó el rechazo de aquellos que veían en los Estados Unidos protestante o en la Francia revolucionaria y librepensadora, el modelo para sus propios países.
(7) Con la aparición del liberalismo en materia política y económica, se desarrolló paralelamente un anticlericalismo que favoreció el progreso del protestantismo. La mayor parte de los gobernantes hispanoamericanos del siglo XIX fueron liberales; muchos de los patriotas estaban identificados con las logias masónicas europeas, que se prolongaron a América, y favorecieron al protestantismo en oposición al catolicismo en razón de su anticlericalismo.
Hombres como O’Higgins, Sarmiento y Juárez vieron en la fe protestante una aliada contra la ignorancia de sus pueblos y contra el excesivo poder del clero.
Esto permitió al protestantismo un fácil acceso a los círculos más elevados en varios países.
La inmigración protestante en América Latina
Por razones ideológicas o prácticas, muchas de las nuevas naciones abrieron sus puertas a los protestantes. Algunas concertaron tratados de «comercio y amistad» con países de esta fe, en los cuales había una cláusula que aseguraba la libertad religiosa para los ciudadanos de los países en cuestión.
Muchos de estos tratados se hicieron con Inglaterra, Alemania y los Estados Unidos. En 1810, Portugal firmó un tratado con Inglaterra, que permitió el establecimiento del protestantismo en Brasil, tratándose al principio solo de pequeñas congregaciones de inmigrantes anglosajones y alemanes.
Con el tiempo, la tolerancia religiosa se fue extendiendo a todos los países latinoamericanos, llegando a formar parte de su legislación, que muchas veces se formuló siguiendo los modelos de países protestantes, especialmente la Constitución de los Estados Unidos.
Con estas nuevas legislaciones comenzaron a llegar algunos inmigrantes protestantes, si bien en contingentes no tan numerosos como los que fueron a las colonias de Norteamérica. Así, comenzaron a levantarse los primeros templos y a constituirse las primeras iglesias.
Pero tratándose de grupos cerrados, con su propio idioma y pertenecientes a iglesias muy tradicionales y establecidas, carecieron de celo misionero y evangelizador. En muchos casos, el proselitismo estaba prohibido y la legislación contemplaba el ejercicio del culto solo dentro de la comunidad inmigratoria y exclusivamente en su idioma. Hubo quienes, también, abandonaron su fe simplemente por conveniencia o por carecer de un fundamento firme.
En Haití, el trabajo protestante comenzó en 1807, cuando los metodistas británicos enviaron pastores para ocuparse de los inmigrantes que llegaban al país procedentes de las colonias británicas en el Caribe. No obstante, fue en este país donde se produjo el primer intento misionero foráneo, en 1823, fecha en que la Sociedad Misionera Bautista de Massachusetts envió a su primer misionero, el pastor Tomás Paul.
En esta fecha también corresponde ubicar el primer intento de realizar obra protestante en América Central (1824), cuando un bautista inglés hizo una breve visita a Guatemala, pero sin resultados permanentes.
Los países que recibieron los mayores contingentes de inmigrantes protestantes fueron Brasil y Argentina.
En cuanto a Brasil, este país presenta el primer cuerpo de esta fe que consiguió establecerse en América Latina: la Iglesia anglicana.
A comienzos del siglo XIX se organizó en Brasil una congregación anglicana para miembros de la colectividad anglosajona que vivían allí. La construcción del templo en Río de Janeiro comenzó en 1819, y fue el primer lugar de culto no católico que se construyó en América Latina.
Cinco años más tarde llegó a ese país un contingente de inmigrantes alemanes, la mayor parte de ellos luteranos, que obtuvieron permiso para desarrollar su culto y edificar templos. Su venida al Nuevo Mundo contó con el patrocinio de la corona imperial del Brasil que les concedió tierras, especialmente en los estados del sur.
Esta política obedecía a la necesidad de suplantar la mano de obra de los esclavos, cuyo comercio era cada vez más difícil. Si bien los colonos vinieron movidos por motivos puramente económicos, sus creencias estaban vivas y pocos abandonaron su fe para dejarse absorber por la religión mayoritaria.
El medio social hostil, que desconocía el principio de la tolerancia religiosa, y las disposiciones discriminatorias de la legislación vigente tendían a aislar a estos grupos de tal manera, que su fe evangélica se levantaba como símbolo de su identidad étnica y de su dignidad humana. Para 1827 ya había cinco parroquias que se multiplicaron más todavía después de 1847 con nuevos contingentes inmigratorios.
El crecimiento protestante en Argentina
En Argentina, los anglicanos fueron los primeros en recibir aprobación oficial. En 1825, a raíz del reconocimiento de la independencia argentina por el ministro inglés Canning y del primer tratado de amistad y comercio que la Argentina firmara con un país extranjero, se garantizó la libertad de conciencia y culto a los súbditos de la corona inglesa.
Así se construyó el primer lugar de culto protestante en Buenos Aires.
Los presbiterianos americanos ya habían iniciado cultos en 1823 y junto con los anglicanos fueron el único testimonio protestante en esos años. Los presbiterianos escoceses configuraban el núcleo mayoritario de la colectividad británica residente en Buenos Aires y proporcionaron el primer contingente de colonos que se establecieron en el país en 1822.
A finales de la década, el protestantismo había alcanzado notables avances en Argentina. En buena medida este progreso se debió al clima político liberal imperante. Las colectividades extranjeras pudieron continuar normalmente sus prácticas religiosas bajo la dictadura de Juan Manuel de Rosas (1829-1852).
Durante este período se organizaron en Buenos Aires dos nuevas iglesias: la metodista en 1836 y la luterana en 1843. De igual modo florecieron las escuelas protestantes que incorporaron en sus aulas no solo a los hijos de los extranjeros, sino también a muchos nacionales.
En las décadas que siguieron a 1852 (derrocamiento de Rosas) se dio un gran progreso protestante en Argentina. Las iglesias existentes se consolidaron y desarrollaron. Algunas, enriquecidas por la inmigración colonizadora; otras, como la metodista, arraigándose como Iglesia nacional, adaptándose al medio y obrando conforme a su idiosincrasia y necesidades. Después de 1852 se promovió en forma consciente la inmigración para colonizar los vastos territorios argentinos.
Muchos de estos inmigrantes protestantes contribuyeron considerablemente al desarrollo económico y cultural de los países donde actuaron.
La mayoría no realizó una obra evangelizadora efectiva, pero hubo algunos que ayudaron significativamente al inicio de un protestantismo criollo en los países donde residían.
Tal es el caso de los inmigrantes valdenses que llegaron a Uruguay en 1857, bajo el liderazgo y pastorado de R. Armando Ugón. Los valdenses se establecieron en el interior del país, donde constituyeron colonias agrícolas florecientes, abrieron iglesias y fundaron escuelas, la primera de ellas en 1860.