Una discípula de Teresa de Calcuta expresó su deseo de servir a los enfermos de lepra, creyendo que esa era su vocación. Teresa le respondió que estaba equivocada: la única vocación de un hijo de Dios es pertenecerle a Él, y es Él quien provee los medios para expresar esa pertenencia. La vocación no son los leprosos, sino Cristo.
Un joven rico preguntó a Jesús qué debía hacer para heredar la vida eterna. Jesús le dijo que cumpliera los mandamientos. El joven respondió que ya los guardaba, y preguntó qué más le faltaba. Jesús, mirándolo con amor, le dijo: «Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, y sígueme». Jesús no le ofreció una vida más cómoda, sino el gobierno total de su corazón. Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón. El dinero permite hacer lo que nos gusta, pero Dios no quiere eso, sino que hagamos lo que le agrada a Él. No se puede vivir para Dios si uno quiere vivir para sí mismo.
El joven se fue triste porque era muy rico y el dinero ocupaba un lugar central en su corazón. Jesús le mostró que no se puede amar a dos señores: el corazón debe tener un solo dueño.
En oración, Dios me interrumpió para decirme: «¿Cuándo vas a dejar de soñar, y me vas a dejar a mí soñar con tu vida?». Su sueño es el propósito por el cual fuimos creados. Cristo debe ser formado en nosotros para que el Padre vea en nosotros a su Hijo. Ese día comprendí algo fundamental: el Evangelio entero pasó por mi mente, y entendí que nadie puede ver el Reino sin nacer de nuevo, y que para nacer, primero hay que morir. Morir a uno mismo incluye todo: deseos, bienes, sueños.
Jesús dijo: «El Reino de los cielos es como un tesoro escondido por el cual uno vende todo lo que tiene para comprar el campo». Otro ejemplo: un mercader halla una perla preciosa y vende todo para comprarla. En ambos casos, obtener el tesoro exige venderlo todo. La decisión depende de cuánto valoramos ese tesoro.
Jesús lo hizo primero. Él lo dejó todo por nosotros. Nos consideró su perla de gran precio. Pero si no dejamos todo por buscarlo a Él, entonces seguimos creyendo que nosotros somos la perla de gran valor. Pablo escribió: «Todo lo que para mí era ganancia, lo he considerado pérdida por amor a Cristo… por quien lo he perdido todo y lo tengo por basura para ganar a Cristo» (Filipenses 3:7-8).
La enseñanza es clara: el Reino de Dios vale tanto que perderlo todo por él es un intercambio glorioso. Mateo 13 dice que el hombre, al hallar el tesoro, lo hace con gozo. Lo que satisface no son los regalos de Dios, sino Cristo mismo.
Si Cristo no es nuestro tesoro, entonces nunca fuimos verdaderamente a Él.
Jesús dijo: «El que quiera salvar su vida la perderá; y el que la pierda por causa de mí, la hallará». Seguir a Cristo puede costarnos la vida. Frente a la cruz, no hay neutralidad. Es vida o muerte, salvación o condenación. Pablo decía: «Estoy crucificado con Él… si vivo, vivo para Él, y si muero, muero para Él». Solo hay dos reinos: el de Dios o el nuestro. No hay términos medios.
En Juan 6, tras el milagro de los panes, la multitud quiso hacer rey a Jesús. Pero Él se retiró solo al monte. Las personas no buscaban a Cristo por quien era, sino por lo que les había dado. Quisieron poseerlo, pero nadie puede apropiarse de Dios. A veces, los creyentes hablamos como si poseyéramos la verdad, pero la verdad no se posee ni se interpreta: se obedece. Es inmodificable. Jesús se retiró porque no se deja utilizar.
Al día siguiente, lo buscaron de nuevo y le preguntaron cuándo había llegado. Jesús respondió: «Me buscan no porque vieron las señales, sino porque comieron pan». Les exhortó a trabajar por el alimento eterno, no por el que perece. Les ofreció el pan de vida, que sacia completamente. El milagro es que, en Cristo, no necesitamos nada más.
Si Dios nos diera todo lo que quisiéramos, solo alimentaría nuestro egoísmo. Pero Él quiere formar un pueblo santo, no uno satisfecho. Dios es suficiente. Cuando Él es nuestro todo, nada nos falta. Recordé cuando me dijo: «El deseo de realización personal es un veneno en el corazón de mi Iglesia».
Muchos sueñan con tener un ministerio poderoso, una gran iglesia, ser reconocidos, viajar, escribir libros, llenar estadios… Pero ¿qué tiene que ver eso con la Iglesia que Dios quiere edificar? Dios no nos llamó a eso. No se trata de tamaño ni de cifras. Se trata de que Cristo viva en nosotros.
No somos nosotros, es Cristo en nosotros. Él nos dio su corazón para cumplir en nosotros su propósito eterno.
Fuimos comprados a precio de sangre. Le pertenecemos por completo. Él debe tener libertad total para obrar su propósito en nosotros, sin tener que consultarnos. Dios no financia nuestros sueños. Solo su sueño debe cumplirse en nuestras vidas.
Vivir con el sentir de Cristo, quien se humilló por amor hasta la muerte, es nuestro llamado. Esa es la luz que vino al mundo. Si algo más viene, vendrá como añadidura, y debe producir en la Iglesia los frutos del Espíritu Santo. Cristo es el tesoro. Todo lo demás es secundario.
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Ficha:
- Título: Invisibles
- Autor: Fabián Liendo
- Editorial: Peniel
- Año: 2023
- Páginas: 174