A la edad  de 13 años comenzaba a cursar la secundaria en un colegio público. Estaba atravesando una etapa de tristeza y enojo porque quería continuar mis estudios en el mismo lugar donde había cursado la primaria, pero una acusación injusta me dejó fuera del colegio privado, mis propios compañeros me habían expuesto como chivo expiatorio.

Un día, a la salida del colegio, se me acercó un joven, simpático y muy bien parecido, ganó mi confianza en minutos, entre risas y chistes me ofreció marihuana, mi negativa fue inmediata, pero Alejandro, así se llamaba, fue tan insistente y agradable que no pude rechazarlo, a partir de ese momento mi vida fue en descenso.

El efecto de la marihuana se desvanecía rápidamente, terminó siendo una necesidad y esto me llevó a buscar potenciar sus efectos, nunca era suficiente, quería más y más, sumé pastillas, alcohol, hasta llegué a inyectarme  cocaína en las venas. A tan corta edad me convertí en un narcotraficante y luego en un delincuente, mis hábitos adictivos me llevaron a robar para sostener mi fuerte adicción.

Dejé mis estudios y me rodeé de nuevas amistades que compartían mi oscuro estilo de vida. Los vecinos, aunque me conocían desde pequeño, se cruzaban de vereda para evitarme, todo mi aspecto había cambiado, mi mirada con profundas ojeras despertaba desconfianza, tenía el cabello largo y había adelgazado mucho, el efecto de la cocaína me transformó en un paranoico, dormía muy poco, sentía que la policía estaba en todos lados, vivía perseguido, desconfiando de todos y sin paz.

Mi hogar se desmoronaba, mamá cayó en una profunda depresión cuando descubrió mi adicción. La desesperación la llevó a tomar una drástica decisión, dejó una nota en la mesa, había decidido tirarse por el balcón del séptimo piso. Cuando estaba parada en la cornisa escuchó ruidos violentos en la puerta, muy fuertes y continuos, una mezcla de enojo y curiosidad hizo que se bajara de ese lugar que la llevaría a la muerte, y antes de abrir la puerta escuchó sonar el timbre, abrió furiosa, era Carmen, una vecina cristiana. 

Carmen se sorprendió al ver a mi mamá tan enojada, reprochándole que no debía golpear la puerta de una casa de ese modo. Pero algo inexplicable había ocurrido, la vecina le comentó que solo había tocado el timbre una vez y que estando en su casa sintió que algo no estaba bien y debía visitarla. Mi madre abrió su alma, le contó todo y aceptó a Jesús en su corazón. Había nuevas fuerzas en su vida para enfrentar la batalla.

Comenzó a asistir a una iglesia, buscó ayuda en aquellos que también habían sido libres de las drogas. En una oportunidad me presentó a un misionero de USA, Steve Hill, quien me habló de Teen Challenger, conocido en Argentina como Desafío Juvenil, un programa de rehabilitación.

Tiempo después me presentó al Gato Félix, un ex pandillero que había estado preso por 25 años y ahora era un evangelista. Pero, yo no estaba interesado en cambiar. Hubo una situación que me llevó a aparentar que quería ayuda, luego de ser arrestado en varias oportunidades, un juez me había dado un ultimátum, un centro de rehabilitación o la cárcel por mucho tiempo. Decidí hacer creer a todos que quería rehabilitarme. 

La noche anterior a mi ingreso a Desafío Juvenil, mamá, la vecina Carmen y el ex pandillero Félix me esperaban para saludarme y orar por mí. Hacía tres noches que no dormía por tanto consumo, llegué a casa con muchas drogas en mi bolsillo, tenía pensado llevarlas escondidas, y antes de entrar me había dado una fuerte dosis de cocaína en mis venas, que ya estaban muy afectadas por tantos pinchazos.

Cuando abrí la puerta el abrazo de mamá, la sonrisa de la vecina y las palabras de Félix me sorprendieron, “¿me dejas que te unja con aceite, Javi?”, “¿qué es eso?”, respondí, “es el símbolo del Espíritu Santo”, me dijo Félix. Sin entender mucho y solo por darle el gusto a mamá, le dije que sí. En el momento en que el aceite y la oración se unieron en una declaración de libertad sobre mi vida, caí de rodillas y comencé a llorar a gritos, con congoja, como nunca antes, por más de quince minutos lloré y lloré, fue como si cada lágrima ablandara y sanara mi corazón, sentía que un peso era quitado de mí, fue una experiencia indescriptible, intentando reponerme, solo pude decir “¿qué me pasó? Por qué estoy llorando de esta manera, Félix?” Y él respondió: “¡Jesús te tocó y nunca más serás el mismo!”

Me sentía libre, lúcido, y con una paz inigualable! Decidí tirar por la ventana toda esa droga que pensaba llevar al Centro de Rehabilitación. La atmósfera en casa cambió por completo, esa noche dormí como un bebé. Desde ese día mi vida cambió por completo.

Hace veinte años el pastor Javier Arribas, junto a su esposa Rosa, fundaron MCR, Ministerio Casa de Restauración, en Florencio Varela, Buenos Aires, Argentina. Hace diez años construyeron el Hogar de Niños la Restauración que ha albergado niños huérfanos que son dados en adopción según la designación de un juez. Javier siempre dice que “su vida es evidencia del Poder de Dios!”