Dios probó a Abraham con una de las peticiones más difíciles de la historia bíblica: entregar a su hijo Isaac, el hijo de la promesa. Esta escena no es solo un relato antiguo, sino una poderosa enseñanza sobre fe, confianza y obediencia. Hebreos 11:17-19 nos recuerda que la fe auténtica no se mide por lo que decimos creer, sino por lo que estamos dispuestos a entregar cuando Dios lo pide.
Dios le prometió un hijo a Abraham cuando tenía 100 años. Después de años de espera, de dudas y milagros, finalmente recibió lo que tanto anhelaba. Pero entonces, Dios le pidió que lo soltara, ¿cómo es posible esto? No porque quisiera quitárselo, sino porque quería probar qué lugar ocupaba Dios en el corazón de Abraham. A veces, Dios también nos pide cosas que no entendemos. Nos llama a dejar hábitos, relaciones, planes o incluso sueños que creemos que Él mismo nos dio. En esos momentos, la fe es probada.
La fe de Abraham fue procesada paso a paso. Hebreos 11:8 nos dice que él salió sin saber a dónde iba. No tenía mapas, detalles ni garantías, solo una palabra de parte de Dios. Esto nos enseña que la confianza verdadera no requiere explicaciones. Cuanto más profunda es nuestra confianza en Dios, menos necesitamos entender cada detalle del camino.
Dios no prueba nuestra fe para destruirnos, sino para formarnos. Nos lleva a situaciones donde no tenemos referentes, donde no podemos depender de la lógica ni del control. Ahí es donde Él trabaja. A veces, Dios nos dice: “Toma la promesa… pero suelta el plan”. ¿Qué significa esto? Que aunque su palabra es segura, el proceso no siempre será como esperamos. Él quiere que dependamos de su carácter, no de nuestras expectativas.
Cuando Abraham levantó el cuchillo, obedeciendo la voz divina, Dios intervino en el momento exacto. “¡Abraham, Abraham!”, gritó desde el cielo. Y en ese instante, apareció el carnero. El sacrificio ya estaba previsto. La provisión ya estaba en camino antes de que Abraham supiera que la necesitaría. Esto nos recuerda que Dios nunca nos pedirá que soltemos algo sin tener preparado algo mejor. Su provisión está muchas veces en el mismo lugar por el que ya hemos pasado, esperando a ser revelada en el momento justo.
Génesis 22:14 dice que Abraham llamó a aquel lugar “El Señor proveerá”. Y así es: cuando Dios nos llama a soltar, también promete proveer, pero esa provisión solo se ve cuando obedecemos. El acto de fe desbloquea lo que estaba escondido a simple
vista. Si Abraham no hubiera obedecido, no habría visto el carnero, de ahí que muchas veces no vemos la provisión porque no damos el paso.
El corazón del mensaje es claro: Dios es digno de confianza. Si no escatimó ni a su propio Hijo por nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas? La fe no es aferrarse con fuerza, sino abrir las manos. Es vivir con la certeza de que Dios sabe lo que hace, incluso cuando yo no entiendo nada. Es confiar que, si Él me lo dio, también puede pedírmelo, y si me lo pide, es porque ya tiene preparado algo mejor.
Abraham nos enseña que el camino de la fe no está exento de preguntas, incertidumbres o dudas. Pero también nos muestra que, cuando caminamos con Dios, Él siempre va adelante. La fe es esa convicción de que, aunque no veo el camino, sé quién lo dirige. No necesito los detalles, porque confío en Aquel que tiene el plan completo.
Quizás hoy estás en una temporada donde Dios te está pidiendo que sueltes algo y tal vez no entiendes por qué. Te preguntas si escuchaste bien, si era realmente una promesa suya. Pero recuerda: Dios no te estaría pidiendo esto si no te hubiera preparado. Él ya ha puesto un carnero en el matorral, aunque aún no lo veas. Tu parte es obedecer y la suya, proveer.
La fe que agrada a Dios no se vive con los puños cerrados, sino con las manos abiertas. Soltar no es perder, es confiar. Es declarar con tus acciones: “Dios, tú eres más importante para mí que cualquier promesa, plan o sueño. Confío en ti, incluso cuando no entiendo”. Y justo ahí, cuando parece que todo termina, Dios habla. Y cuando Él habla, todo cambia.