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¿Cuál es el propósito de Dios para con nosotros?

El propósito eterno de Dios nunca fue una religión ni una experiencia emocional, sino impartir su propia vida en el ser humano. Como escribe David Greco en El misterio revelado, “el Hijo quiere ser nuestra vida”.

Antes de la fundación del mundo, Dios determinó un plan que superó toda comprensión humana: “Cristo en ustedes era el gran plan eterno de Dios”, expresa Greco. Desde los profetas hasta los patriarcas, ninguno pudo comprender este misterio: que el Creador mismo habitaría en su creación. “Los grandes hombres de Dios, los padres de la fe y los profetas no tuvieron idea de lo que Dios se había propuesto en el Consejo eterno”, agrega.

La vida que el Padre quiso impartir no es simbólica ni limitada. Es la vida del propio Hijo eterno, aquella que Juan describe: “En él estaba la vida y la vida era la luz de la humanidad” (Juan 1:4). Esa misma vida fue la que Cristo vino a ofrecer cuando declaró: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

Greco lo explica con claridad: “El Hijo quiere vivir su vida en nosotros, capacitándonos para caminar en una nueva manera de vivir, dándonos una vida indestructible. Porque el que tiene al Hijo tiene vida”.

La vida que vence a la muerte

El pecado de Adán introdujo el veneno mortal de la muerte, pero esa no fue la última palabra. “El aguijón de la muerte es el pecado y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!” (1 Corintios 15:55-57).

Esa victoria fue posible porque Jesús no tenía pecado. “A Él, el aguijón de la muerte no podía separarlo de la vida de Dios”, afirma Greco.

La cruz no fue derrota, fue transferencia: la vida indestructible del Hijo venció a la muerte y hoy habita en quienes creen. “Esa misma vida indestructible, la vida de Cristo (sin el aguijón de la muerte), es la vida que hemos recibido por medio del Espíritu Santo”.

Es la misma vida que el Padre y el Hijo comparten desde la eternidad: “Una vida que no es creada, que no tiene ni principio ni fin, superior a cualquier otra clase de vida animal o angelical”. Esa es la vida que Jesús vino a darnos: una existencia que trasciende la muerte, el pecado y la corrupción.

El propósito eterno: reflejar al Hijo

En El Misterio Revelado, Greco afirma que recibir esa vida no es el punto final, sino el comienzo de un proceso divino. “Desde ese momento, cuando la vida de Cristo es impartida, Dios desea que esta vida florezca y madure”.

Esa vida —como semilla plantada— crece hasta reflejar la plenitud de Cristo: “Cristo en nosotros, progresivamente impartiendo más vida a nuestros corazones, alma y cuerpo”.

El propósito eterno del Padre es reproducir en nosotros la naturaleza del Hijo. “Desde la eternidad pasada, el deseo del Padre fue tener una familia de hijos con la misma naturaleza del Hijo y establecer en nuestros corazones la humildad, la mansedumbre, la misericordia, la ternura, la generosidad y el amor sacrificial de su Hijo Jesús”.

La vida del Hijo en nosotros es el deleite del Padre: “El deleite y placer del Padre aumentan viendo cómo la vida y naturaleza de su Hijo se multiplica en nosotros”.

El fin de la historia: una unión eterna

El propósito de esta impartición de vida culminará en una unión eterna entre Cristo y su Iglesia. “El eterno Hijo de Dios se unirá en matrimonio con su pueblo para siempre”, escribe Greco, recordando las palabras de Jesús: “Yo les he dado a conocer tu nombre y seguiré haciéndolo, para que el amor con que me has amado esté en ellos y yo mismo esté en ellos” (Juan 17:26).

El misterio que comenzó antes de la creación se revelará plenamente cuando Cristo regrese por su novia. “Esto es un misterio profundo; yo me refiero a Cristo y a la iglesia” (Efesios 5:32).

Entonces, la vida que hoy habita en nosotros se manifestará en su plenitud: Cristo en su pueblo, y su pueblo en Cristo, para siempre.

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Ficha:

  • Título: El misterio Revelado
  • Autor: David Greco
  • Editorial: Peniel
  • Año: 2024
  • Páginas: 140

Redacción
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