Las crisis de pareja pueden implicar un alto grado de incertidumbre y ansiedad, pero también son una oportunidad para fortalecer la relación.
Cuando dos personas empiezan una relación, pasan por una fase de enamoramiento en la cual predominan una serie de expectativas idealizadas. Es como si ambos vivieran en un mundo de ensueño donde todo es perfecto y maravilloso.
Sin embargo, con el paso del tiempo, la convivencia se encarga de hacer que la imagen idealizada de la pareja se desdibuje, y esas expectativas poco realistas comienzan a desaparecer. Los problemas cotidianos favorecen que cada miembro adopte una postura más crítica para con el otro, y que descubra sus “defectos”. Aquí es posible que surjan conflictos o incluso se produzca una crisis.
Desde el Modelo Sistémico de Terapia Familiar, por ejemplo, se hace referencia a seis etapas en las cuales es más probable que aparezca una crisis:
- Formación de la pareja y noviazgo, hasta el nacimiento del primer hijo
- Nacimiento del primer hijo, hasta la inclusión del último en la escuela
- Desde la escolarización hasta la adolescencia de los hijos
- Desde la adolescencia de los hijos hasta el abandono del hogar familiar
- Fase posparental, en la cual puede aparecer lo que se conoce como “síndrome del nido vacío”
- Retiro de la vida laboral activa
En cada una de estas etapas la pareja debe enfrentar situaciones nuevas, para las cuales no siempre cuenta con los recursos psicológicos adecuados. Esto suele traer una crisis, la cual también trae aparejados conflictos anteriores no resueltos.
Además, existen otras situaciones que pueden favorecer a una crisis, como por ejemplo:
- Falta de comunicación.
- Diferencias a la hora de actuar, como por ejemplo en lo que respecta a la crianza de un hijo.
- Costumbres distintas de cada uno, pueden ser culturales o religiosas.
- Cambios de roles de alguno de los integrantes de la familia, por ejemplo cuando una mujer ama de casa comienza a trabajar fuera del hogar
- Abandono de proyectos en común
- Permanente estado de irascibilidad
- Disminución de momentos positivos compartidos
Muchas personas piensan que todo conflicto es malo o hace daño, o que, si somos cristianos, nunca peleamos o al menos nunca deberíamos hacerlo. Esta posición no es ni realista ni bíblica. Cuando miramos la vida de Jesús, vemos que Él experimentó muchas emociones: lloró, peleó, se enojó y dijo palabras durísimas, especialmente a los líderes religiosos de su tiempo. Sin embargo, sabemos que Él no pecó.
Por ello, debemos estar seguros de que, si sentimos emociones que no siempre nos agradan, ello no significa que estemos pecando. En efecto, las emociones no son ni buenas ni malas; simplemente son. Nos dan información sobre nosotros. La manera en que las manejamos va a determinar si pecamos o no.
El conflicto en sí no es pecado. Cómo lo manejamos determinará si hacemos daño o no.
El conflicto puede ayudarnos a aclarar algunos aspectos que nos están molestando. Necesitamos aprender a manejarlos para que no hagan daño.
Pautas para poder manejar una crisis
- Expresa tus sentimientos en primera persona. De esta manera tu pareja no se sentirá atacada y podrás asumir tu responsabilidad. Por ejemplo: “Me siento poco querida cuando no pasamos tiempo juntos”, en vez de decir: “Tú nunca estás para mí”.
- No pelees sucio. No maltrates ni manipules al otro física, emocional ni verbalmente. No digas o hagas cosas que molesten al otro a propósito. Probablemente sepas mejor que nadie en el mundo cuál es la manera más eficaz de lastimar a tu cónyuge.
- Concéntrate en el momento actual. Intenta no rememorar ni remover conflictos pasados, ni sacar a la luz viejos fantasmas.
- Termina con un gesto amable la discusión. Quizás no lleguen a un acuerdo inmediatamente, pero es importante terminar la discusión con un buen gesto. Por ejemplo, ofrecer un café o dar un abrazo. Es necesario que el otro también pueda aceptarlo.
Por otro lado, hay crisis profundas en las que necesitamos reconocer que debemos pedir ayuda profesional, pastoral o de un matrimonio con mayor experiencia. Es necesario invertir en nuestra relación, nutriéndonos de herramientas para poner en práctica junto a nuestro esposo/a.
Entonces es necesario tener expectativas realistas en cuanto al concepto de amor en nuestro matrimonio. Sabiendo que, aun estando Dios en medio de nuestra relación, podemos pasar por algún conflicto. El hecho de superar una crisis fortalece al matrimonio.