«Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible.” Marcos 9:23
Estas palabras las dijo el Señor antes de hacer un milagro. Los recursos sobrenaturales que tenemos los creyentes son sorprendentes e ilimitados, pero lamentablemente el Espíritu Santo tiene que tratar con seres limitados.
Los líderes cristianos deberíamos ser referentes perfectos de fe y ser un ejemplo viviente de que “el que cree todo le es posible”, pero no vemos que eso ocurra siempre. Quizás mi propio testimonio es un ejemplo de ello.
Salido recientemente del Seminario, tuve la oportunidad de pastorear la Iglesia Bautista de Quilmes Oeste. Junto con mi esposa y mi pequeño hijo David fuimos a vivir a Quilmes con mucha emoción y convicción de que Dios nos quería utilizar para su Reino. Pronto vimos cómo el Espíritu Santo comenzó a moverse en avivamiento, dando fervor a los corazones.
Pero lo que rompió todos los esquemas mentales que teníamos fue la manifestación violenta de demonios que ocurrió cuando oré por una mujer joven que se había convertido y bautizado. Ella había cambiado de vida y estaba siendo discipulada por mi esposa. Esta experiencia fue el comienzo de una búsqueda que resulto en algo inesperado. Buscando ayuda en pastores con más experiencia llegue a la conclusión que a pesar de que un creyente pueda tener a Cristo en su corazón, puede realmente estar influenciado por demonios muy poderosos.
Pero, una de las preguntas que me hacía era: ¿por qué yo no podía ayudar a esta mujer? Recordé lo que había leído en un libro: El que quiera ministrar liberación debe primero recibir ministración. Así que, orando y ayunando pedí a pastores con experiencia en liberación que oraran por mí, y he allí donde Espíritu Santo nos enseñó una realidad de la que no estábamos consientes. Cuando oraron por mí, el Espíritu Santo me envolvió, y la voz del Señor me indicó que pudiera contar dos episodios de mi vida a los que me ministraban.
Allí se evidenció las heridas profundas del rechazo que había en mí y que nunca me había dado cuenta. Pero lo más sorprendente fue la manifestación del poderoso amor de Dios que me dejó extasiado por varios días. El amor de Dios me estaba sanando del rechazo y me daba por fin la libertad que necesitaba. Sentí que cadenas cayeron en mi vida pudiendo por fin desde allí ayudar a mucha gente en la sanidad del alma.
Las lecciones que el Espíritu Santo me enseño a partir de allí fueron poderosas y variadas que me sirvieron para siempre. Primero, no importan los títulos académicos o ministeriales que uno pueda tener, también puede necesitar sanidad del alma. Era bachiller en teología del Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires, además tenía tres títulos universitarios: Licenciatura en Bioquímica, Profesorado Superior en Química, y Químico, pero lo académico no pudo ayudar demasiado. Era en definitiva, pastor y necesitaba sanidad del alma, y lo más terrible es que no lo sabía, y nadie nunca me lo había dicho.
Segundo, que las experiencias con el Espíritu Santo no indican que hayamos sido sanados en el alma. Pues yo había recibido el bautismo del Espíritu Santo, hablaba en lenguas y había sido usado en diversas oportunidades para milagros… pero necesitaba sanidad del alma.
Tercero, esas heridas que me estaban oprimiendo de tal manera que estaba a punto de abandonar el pastorado, porque no soportaba las cargas, son las mismas heridas que oprimen a muchos líderes cristianos para que abandonen el ministerio.
Y por último, el Espíritu Santo me enseñó tratando de ayudar algunos pastores y creyentes sinceros, que la formación doctrinal que han recibido muchas veces se vuelve una atadura que les impiden recibir mucho más allá de lo que su mente estructurada le permite.
Recuerdo haber querido ayudar a un cristiano muy honesto que congregaba en una iglesia muy tradicional pero que tenía una terrible depresión. Cuando le di mi testimonio me rechazó de plano diciendo el consabido “yo no creo en eso”, pues así le habían formado. Lamentablemente a los meses se suicidó tomando veneno.
El demonio tiene una terrible astucia para engañar, y lamentablemente lo hace a veces usando la misma palabra de Dios.
Guillermo Decena
Lo mismo me dijo un médico y pastor, que sufría depresión: “yo no creo eso”. Su formación “teológica” le impedía abrir su mente a la maravillosa obra del Espíritu Santo.
Después de recibir esa experiencia desapareció para siempre la depresión que me venía oprimiendo desde la infancia y que limitaba mi servicio a Dios. Toda la gloria sea para aquel que clavó las actas de los decretos que había en contra nuestra en la cruz del Calvario.