Este artículo intenta trascender el ‘solo’ involucrarlos; para desarrollar en ellos una fe auténtica y vital.
Muchos padres devotos fallan a la hora de discipular a sus hijos. ¿Cómo aprende el discípulo? Mirando a su maestro y, para ello se requiere tiempo. ¿Y cómo enseña el maestro? Dando directrices específicas e inculcando en toda situación principios de vida. El maestro transmite su propia vida. ¿Es Cristo la ocupación más importante de los que somos padres?
Así como enseñamos a nuestros hijos para que se higienicen solitos, laven sus dientes o cambien su ropita; del mismo modo debemos encaminarlos en la vida espiritual. No como algo asociado a ritos sin sentido sino, experimentando el poder de Dios. Enseñarles a orar en toda situación e incluir al Señor en todo asunto. Mostrarles el hermoso carácter de nuestro buen Padre Celestial. Conversar sobre cuestiones espirituales. Salir a caminar para reflexionar de la vida, sin olvidar a Dios.
Como padres debemos invitarlos a orar antes de tomar decisiones importantes, pedirles que oren por sus padres y recibir esa bendición con alegría y humildad. Y, podemos seguir citando miles de maneras para apoyar la fe de nuestros hijos.
Pero, con jornadas extenuantes de trabajo, muchas versiones bíblicas y poco tiempo para leerlas, innumerables canales de comunicación y poco espacio para almuerzos familiares, agendas personales totalmente escondidas del resto de la familia; con todo eso: ¿podremos formar y discipular a una generación de adoradores? ¿Podremos lograr que experimenten y amen al Señor con sinceridad y celo santo?
Veamos algunas cuestiones para pensar:
- ¿Cuántos hogares ‘cristianos’ tienen el altar familiar?
- ¿Cuántos disfrutan de esos encuentros de oración?
- ¿Cuántos hogares anhelan que llegue el fin de semana para reunirse con los hermanos?
Muchos asumen el ir a la iglesia como una obligación más. Por ende, entran con la cara larga, esperando más a que termine a que se prolongue. ¿Cuántos hogares ‘cristianos’ sufren violencia y maltratos? Palabras ásperas, críticas mordaces, insultos o, incluso, golpes. Anoche escuchamos de una niña de 12 años, con una úlcera gástrica por estrés. Al indagar en su mundo, los mismos padres reconocieron que sus constantes discusiones, los gritos y hasta maltratos eran la razón de la dolencia de su niña.
¿Cuántos matrimonios oran juntos, todos los días? No oraciones de pacotilla, hechas para cumplir y calmar la conciencia. ¿Cuántos oran con el corazón, intercediendo cada día por sus hijos, el futuro y la relación matrimonial? ¿Cuántos sueltan sus almas ante el Señor con fervor, devoción, pasión y perseverancia?¿Cuántos padres ‘discipulan’ a sus propios hijos?
Un par de semanas atrás llegó a la oficina un matrimonio desesperado porque encontraron a su hija adolescente teniendo intimidad sexual con una compañera de su colegio. Estaban azorados. No podían entender. Toda la vida habían sido creyentes, desde que eran solteros. Pero fallaron como padres. Su hija le dijo que ella no ‘sentía’ ir a la iglesia, que le aburría y que quería dormir los domingos a la mañana. En vez de apoyarla en su vida espiritual, sabiendo que es una verdadera guerra espiritual, cedieron para evitar rispideces. En ese entonces era una niña. Ahora acaba de cumplir los 18 años. ¿Cómo cambiar el curso de la historia, cuando fueron totalmente indolentes en el tiempo que se requería que actuaran? No pases esta nota.
“Dios mismo te llama a discipular a tus propios hijos. Abrazar y bendecir, incluir a Dios en todo y honrar su presencia en tu casa es un buen comienzo”.
Educa con tu propia vida, dales lecciones de vida, más allá de las tablas o el texto de historia que repasas con tus hijos. Muéstrales cuánto amas y temes al Señor. ¡Tus hijos te necesitan, pero no para ir al shopping sino para que experimenten el amor eterno de Cristo!