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Choco: El sicario que se encontró cara a cara con Jesús

Sin dudas, el testimonio de Gustavo Ruiz Días, alias “Choco”, es digno de ser contado. Una vida llena de violencia, asesinato y delincuencia se vio completamente transformada por una experiencia con Dios, cuando intentó asesinar a un compañero en prisión.

En una de las entrevistas que realizaba para este medio, un pastor me comentó acerca de un hombre que predica el Evangelio en Paraguay y realiza una tarea de ayuda y entrenamiento de fútbol para niños, y que en su antigua vida era famoso. Quizás estás pensando en algún tipo de fama como la de algún artista, músico, actor o influencer, pero Choco pertenecía a otro campo, él era un reconocido sicario.

Ante esto quedé profundamente impactado, y automáticamente pedí su contacto. Días después, me senté en mi escritorio y apreté el símbolo del teléfono. Me atendió una voz mansa, relajada y tranquila. Luego de presentarme, le pregunté si había algo sobre lo que prefería no charlar o que no le pregunte, y me dijo: “No. Voy a contar todo”. 

Esta es su historia:

Choco fue adoptado de pequeño por una familia de clase alta, pero él no formaba parte de ella, ya que su apellido no había sido cambiado. Comía alejado, en un rincón fuera de la mesa familiar y lejos de recibir el cariño de sus padres, recibía golpes y maltrato. Un día, habiendo conversado con un amigo suyo que era cristiano, se recostó en su cama, miró al cielo y dijo: “Dios, si realmente existís, yo te quiero ver”. A pesar de haber hecho esa oración, su vida empezó a desviarse.

“Crecí con rebeldía y ya a los 14 ya empecé a salir de mi casa y a dormir en las calles”, me decía Choco. “Yo quería tener mi dinero, y un amigo me dijo – ¿Vos querés tener dinero?– y yo le respondí que sí, entonces me invitó a realizar un asalto en una joyería. Hicimos el asalto. En un momento me perseguí y creí que una mujer iba a sacar un arma de la caja, por lo que, sin pensar mucho, le disparé en el rostro. Ahí cometí el primer homicidio, a los catorce años, recordaba Choco.

Desde ese momento, Choco inició una vida delictiva, contrabandeando droga, aceptando participar de violentos asaltos, por los que recibió una paga inmensa y comenzó a comprar autos, casas y demás.

Durante 6 años, Choco vivió una vida criminal, que consistía en recibir llamadas con objetivos a eliminar. Una vez realizado el trabajo, recibía su paga y el círculo iniciaba de nuevo. Su mente se había trastornado tanto, a tal punto de que ya no sentía pena por las personas que asesinaba. “Al principio me asusté, pero luego era algo normal. Era como sacar hojas muertas de un árbol”, afirmó él. “En ese mundo era así. Uno tenía que hacer lo que le decían, era parte del trabajo, no tenía que preguntar por qué ni para qué”.

“En esa época ganaba de tres mil a cinco mil dólares por persona”, recuerda Choco. “Estaba loco”, agregó y afirmó que muchos de esos trabajos los hizo bajo los efectos de sustancias.

Una madrugada, la policía lo atrapó en su casa con 30k de marihuana y 2k de cocaína, por lo que fue encarcelado. Lo que él no sabía, es que dentro de la prisión encontraría su salvación.

Si bien el vacío que corría dentro de su cuerpo lo hacía sentir mal, Choco ya estaba acostumbrado a la vida que llevaba. Cumplir la condena por homicidio, contrabando y robo lo llevó a pasar tiempo dentro de la cárcel, habiendo perdido hasta el último centavo con su abogado. Finalmente, llegó al punto de no poder pagarle y que éste lo abandonara, debido a que era imposible liberar a una persona como Gustavo Ruiz Días.

Un día descubrió que habían robado el televisor de su celda. Siendo que casi nadie se había atrevido en el pasado a robarle sus cosas, él estalló en enojo, salió a buscar al culpable y halló su tele en otra celda. Preguntó por ella y los que estaban dentro expusieron al vendedor. Una vez que encontró al responsable, comenzó a desarrollar su plan para asesinarlo.

“Yo invité a tres personas a jugar a un juego de cartas españolas. Entre ellos se encontraba el tipo que iba a asesinar esa noche”, contó Choco. “Esa noche estaba con los puñales en la cintura, esperando el momento indicado. No me había drogado. Se sentaron y comenzamos a jugar”, recuerda el ex-sicario.

“Cuando empezaron a tirar las cartas, me llamó mucho la atención que uno de ellos echó un 1 de oro, 1 de basto, 1 de copa, 1 de espadas. Yo era un tipo que conocía mucho la parte oscura y sabía lo que significaba”, relata Choco.

Él sabía perfectamente lo que eso significaba en el ocultismo y la brujería, ya que había participado de muchos pactos, rituales y ofrendas satánicas. El 1 de oro significaba “ganar o perder”, el 1 de copa “borrachera”, 1 de basto significaba “violencia” y 1 de espadas significa “muerte”. “Son cinco cosas que suceden en un juego de barajas”, me explicaba, “se sientan, conversan, empiezan a tomar, a veces termina con pelea y otras veces con muerte”. 

“Era como si se hubiese activado el código de una caja fuerte y se liberó lo que iba a suceder esa noche”. “En un momento, a las tres personas que estaban delante no las veía. Solo veía a mi víctima, quien estaba de espaldas. De repente, la celda se oscureció y comencé a ver muchísimos ojos de todo tipo y colores que querían entrar dentro de mi cuerpo. Sentí como si entraran dentro de mi piel. Parecían esas bolitas de acero y se movían por todo mi cuerpo”, me describe Choco.

“Empecé a escuchar voces en mi cabeza. Hice un paso hacia atrás, saqué mi puñal y con mucha fuerza llevé el arma para clavarlo en su cabeza, pero de repente, alguien me frenó, sosteniendo mis puños. No lograba ver quien era,  pero podía sentirlo, era algo calentito”, describe Choco.La punta del filo estaba a dos dedos de la cabeza de él y por más fuerza que hacía, no podía clavar el puñal. Los otros tres que estaban ahí se asustaron y salieron corriendo. Las manos no me soltaron hasta que todos los que estaban allí salieron”, recuerda Gustavo.

“Todo eso me puso tan nervioso que estallé en ira y rompí todo lo que había en la celda. Después de haber roto todas las camas, me dirigí a la pared y la arañé con tal fuerza que mis uñas se desprendieron de mis dedos. Empecé a perder sangre. Eran las doce de la noche más o menos. Salí al pasillo y me dirigí al balcón, ya que me encontraba en un pabellón alto de más o menos 12 metros de altura. Me trepé a la baranda y salté con los brazos abiertos para suicidarme. Pero cuando me tiré, alguien me agarró por la remera desde atrás. Cuando me di vuelta, no vi a nadie, pero mi remera estaba estirada. Alguien me estaba sosteniendo”.

Choco hizo una pausa. Había silencio, por lo que preguntó “¿Me escuchás?” y yo le respondí, “Si, perdón, estoy en shock”. Su relato sinceramente me estaba dejando boquiabierto.

“De repente, me tiró hacia atrás y escuché como una voz me dijo- Yo quiero que vayas a la celda 154– . Esta era una celda que estaba hacia abajo”, continuó contando él. “Quise volver a entrar a mi celda, sin querer hacerle caso a la voz, pero seguía sintiendo unas manos que me empujaban hacia afuera, y me empezó a llevar. Yo quería sostenerme de las paredes, pero no podía porque estaba chorreando sangre y estaba perdiendo fuerza. Cuando llegué allí, golpeé tres o cuatro veces hasta que salió un muchacho con una sonrisa. Esa sonrisa me llamó mucho la atención, porque yo desde niño golpeé muchas puertas y nunca nadie me recibió con una sonrisa, y estar en la cárcel y que alguien me reciba sonriente me resultó extraño”.

«desde niño golpeé muchas puertas y nunca nadie me recibió con una sonrisa«

-Pasá. Te estábamos esperando- le dijo esa persona a Choco. “Yo no lo conocía, nunca lo había visto”, afirma él. “Entré y había tres personas más con él y yo inmediatamente pensé que me iban a matar. Pero no aguantaba más, me estaba desangrando, así que me arrodillé, me abracé a mi mismo y ellos pusieron la mano en mi espalda y comenzaron a orar”.

Lo que sucedió después de eso fue sin dudas la experiencia más impactante de su vida: “De repente, me comencé a ver desde arriba y vi mi cuerpo arrodillado y los demás orando por mi. Cuando me di la vuelta, estaba en un lugar diferente. El suelo era de oro puro, a mis lados habían gradas bien grandes y millones de ángeles cantando. Yo ya escuché todo tipo de alabanza y adoración, pero jamás una como esa.”, me describe Choco. “Fue algo tremendo. Comencé a caminar y tenía pilares a mi alrededor con todo tipo de piedras preciosas. Conocía alguna de ellas porque las había robado, pero el resto nunca las había visto”.

“Los pilares eran gigantes y traspasaban las nubes. Comencé a caminar y de repente vi una luz que brillaba enfrente de mí. La luz era tan brillante que mis rodillas empezaron a debilitarse. Llegó un momento en el que quise estar parado pero no pude aguantar. La Biblia dice que toda rodilla de va a doblar ante Él, el que quiera y el que no quiera”, continuó Choco. “Levanté mi rostro y vi una túnica blanca, más blanca que el blanco. Miré al costado y vi dos pies. Al lado de Él había dos ángeles. Ahí le dije toda la basura que yo era, lo que había hecho y escuché una voz que me dijo: “Mi hijo ya pagó el precio, derramando hasta la última gota de sangre por ti”, recuerda el ex sicario.

  • …»se recostó en su cama miró al cielo y dijo “Dios, si realmente existís, yo te quiero ver”…

“La gente dice que nosotros elegimos a Dios pero no, es Él quien nos eligió a nosotros”, reflexionó. “Cuando quise ver su rostro, no pude, porque era más resplandeciente que el sol al mediodía, cien veces más. Vi su mano y tenía una herida. De repente, sentí su sangre entrando dentro de mi ser, y sentí que miles de cadenas se rompían en mí. Literalmente podía oír los grilletes romperse”, contó emocionado. “Le decía -Señor, no me quiero ir- y su voz me dijo – Tenés que volver. Cuando yo te digo que te vas, te vas y cuando te diga que te quedás, te quedás-.

De repente volví en mí y lo primero que hice fue mirar mis manos. La sangre estaba completamente seca y estaba empapado de ella, pero miré mis uñas y estaban en su lugar.

Las personas que habían orado por mi estaban durmiendo en sus camas. Abrí las puertas de la celda y le pregunté inmediatamente a un interno qué hora era y me dijo que eran las 8 de la mañana. Es decir que habían pasado 8 horas desde que había estado en la celda 154. 

Así fue como me convertí. Conocí al Señor sin que nadie me predique el Evangelio”, dijo Choco. A partir de ahí su vida cambió para siempre. Aquél monstruo había quedado atrás. Sus días en la cárcel continuaron, pero él era más libre que las águilas. Comenzó a asistir a los servicios que se realizaban dentro de la cárcel, a predicar el Evangelio y llevó a muchas personas a Cristo. 

Hasta que un día, un sábado a las 3 de la tarde, un carcelero fue a buscarlo a su celda y dijo “Gustavo Ruiz Días, libertad”. “Yo me quedé callado, porque quizás era otro Gustavo, pero se acercaron a mí y me dijeron ‘Llegó tu libertad’”. Yo sorprendido dije -¿Pero quién fue?-, – Tu abogado -, – Pero yo no tengo abogado-, dije. Él me había abandonado».

Salí con lo que tenía puesto y me dirigí a la oficina. Todos los guardiacárceles estaban ahí. Me hicieron sentar y nuevamente pregunté “¿Quién me trajo la libertad?”, por lo que me respondieron otra vez “Tu abogado”. Pregunté inmediatamente cómo estaba vestido y me respondieron que estaba vestido todo de blanco. Pregunté por cómo era su rostro y me contestaron que no pudieron ver su cara y se fue antes que pudieran abrir las puertas. Ellos me contaban esto atónitos y asustados. 

“Ellos me dijeron ‘Leé tu libertad’, cuando agarré el papel y leí vi algo que me dejó asombrado. Estaba la firma del Juez que me había dicho que yo nunca iba a salir, pero lo que más me llamó la atención es que dónde decía abogado había una firma con una Jota. Ahí yo supe quién era mi abogado”, dijo el ex-sicario.

Rodrigo Acosta
Rodrigo Acosta
Escritor, redactor, músico, productor y compositor argentino. Forma parte de la banda Fila 9 desde el año 2016 como bajista y segunda voz.
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