Hechos 2:46-47: “No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad, alabando a Dios y disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos”.

El dar es nuestro ADN y jamás se revelará si no nacemos de nuevo. Han pasado más de 2000 años y este primer grupo de hermanos, los apóstoles, nos siguen enseñando sobre la importancia de cuatro aspectos fundamentales para lograr la atención y el favor del pueblo: la unidad; el compartir; el servicio y la alegría.

Es fundamental, en este tiempo, saber y entender antes de ser entendidos, para eso precisamos estudiar, evaluar y comprender las características, comportamientos y actitudes de las nuevas generaciones y de los adultos contemporáneos.

Esto solo se logra estando cerca y teniendo contacto con ellos para desarrollar y elaborar distintas herramientas que a través del amor en y durante el servicio, nos permitan aumentar la eficacia y la operatividad en las nuevas y renovadas formas de abordaje a las problemáticas de la actualidad que no ignoramos que son complejas.

La unidad: Solo se logra entendiendo y viviendo bajo la gracia (perdón inmerecido), la cual es necesaria para bajarle la guardia a un pueblo desconfiado, herido y tirado en el camino.

Tal como en la historia del buen samaritano, debemos detenernos para levantar al caído, sanar al enfermo y liberar al cautivo. Esto no se realizó en forma individual, sino que se involucró a otros en el tratamiento integral del hombre herido.

No podemos cubrir tanta necesidad si trabajamos como llaneros solitarios. 

Eso viven nuestros docentes, líderes sociales, pastores, congregaciones, políticos, etc. Es como que se nos quemaron los papeles ante una generación que aprende de lo que ve y no de lo que escucha pidiendo a gritos adultos coherentes y no los hallan. 

Y todo está hecho para hablar: la educación, la religión, la política, etc., cuando en realidad estamos en tiempo de escuchar. Para unirnos necesitamos salir del paradigma (modelo de pensamiento) de la competencia e introducirnos en el paradigma de la cooperación, cooperar con el otro, escuchar con amor y empatía. De esa unidad nos habla la palabra en Efesios 4.  

La mesa: Jesús invitó a sus discípulos para que estuvieran con él, conocerlos, darse a conocer, generando confianza para, después, enviarlos a predicar y a sanar enfermos. También iba a distintas casas compartiendo distintas mesas y se sentaba con publicanos y pecadores, “al punto que decían que era amigo de pecadores”.  

La mesa significa diálogo, vulnerabilidad, confianza, comunión, atención y cariño. 

En ese lugar nos mostramos tal cual somos, como gente común, con errores y esto necesitan nuestros vecinos y comunidades. Invitemos familiares y vecinos y compremos cubiertos, platos, copas, tablones, sillas, preparemos nuestros quinchos para dar porque es en “el partir del pan” que conocemos a nuestra gente y nuestro ADN se expresa, porque si no, nos morimos (Marcos 3:13-15).

La toalla: Nuestro Señor en la última cena, después de haber comido, se levantó de la mesa, tomó la toalla y empezó a lavarles los pies a sus discípulos. Aquí hay un gran principio, muchas veces dejado de lado por entender que con la comida alcanza, y es el acto de servir al prójimo. Cuando lavamos los pies de la gente, a través de nuestro servicio, nos ganamos el favor del pueblo.

La graduación de la Mesa es la Toalla.  

Al final de esta historia Jesús les dice “Si yo siendo el Señor les lavé los pies ustedes deben hacerlo entre ustedes y también les dijo: Si sabiendo estas cosas (la cena) y las hicieren (la toalla) serán bienaventurados, o sea, más que felices” (Juan 13:1-17).

La alegría: El primer sermón de Jesús fue el de las Bienaventuranzas o sea de la importancia de ser felices. Nadie sigue a gente amargada o triste, Jesús fue “ungido con el óleo de la alegría”. Esa alegría debemos mostrarla y manifestarla. El legalismo nos frunce el ceño y nos amarga.

En estos treinta años de servicio hemos visitado 5500 colegios y abierto espacios de escucha, centros culturales, escuelas de oficios, escuelas de arte y música, comedores infantiles, centros de atención a la familia, clases de apoyo, trabajamos en escuelas y formamos parte de distintas redes de prevención del suicidio, adicciones y violencia.  

Nos hemos dado cuenta de que el problema no son las adicciones, la violencia o el suicidio, el problema es que hay un pueblo que nunca encontró favor, atención para poder hablar, confianza en alguien que con amor los entienda y les sirva una buena mesa, que les lave los pies (toalla) y que encuentre a gente que este feliz y transmita alegría.  

El ADN de Dios es dar y el nuestro también.