Puede ser que al leer el título te hayas sentido identificado y hayas pensado que iba a describirte, pero no, no es precisamente lo que quiero tratar en los siguientes párrafos.
Quiero que ubiques tu mente mientras lees estas líneas en el momento en donde el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas, ¿qué buscaba? ¿hacia dónde iba? Se movía, iba de aquí para allá, y lo único que veía era caos; oscuridad y agua donde podría haber vida, caos donde podría haber belleza.
El proceso de creación que la Biblia narra en el primer capítulo de Génesis es algo que solo podremos comprender si vamos más allá de nuestro entendimiento humano. Todo lo que hemos construido a través de los siglos ha sido un reordenamiento de los materiales que se nos dieron, como a los niños cuando se les da una hoja y lápices de colores, todos pintan algo diferente; tal vez a algún extravagante se le ocurre hacer un avión de papel y pintarlo, pero al final son los mismos materiales.
Regresemos a ese momento alucinante, al momento donde el caos se parte al medio escuchando una voz que emana vida, que alumbra la oscuridad, pero de alguna forma deja espacio para ella; que conmueve las aguas y les pone un límite, que manda a la existencia colores que no se habían visto bajo este cielo y criaturas tan bellas como extrañas que ninguna mente podría haber imaginado.
Desde ese punto hasta el día de hoy, mucho en nuestro planeta azul ha cambiado y no precisamente para bien. Nuestras sociedades se han encargado de construir nuevos desórdenes, nuevo caos en medio del orden creado por su voz. Y creo que hablar de arte es hablar del cristianismo, porque están unidos en el mismo propósito de recordar el orden original, aquel diseño que se había entregado como parte de un mandato: el de gobernar y juzgar nuestro hogar.
El arte, en todas sus manifestaciones, tiene una capacidad inigualable de comunicar la solución a nuestra dolorosa realidad, un futuro probable o el recuerdo de lo que fuimos y que habíamos olvidado. El verdadero problema del arte es cuando empieza a reproducir el caos en el que nos encontramos, sencillamente porque deja de ser arte y se convierte en parte del caos. Leonard Bernstein decía que la música es “cosmos en el caos”, y en realidad, todo el arte lo es.
“Nuestro mundo ha caído en una espiral de caos y cada obra de arte es un importante freno ante lo que parece un descenso inminente”.
Rodrigo Hernández
Cuando hemos nacido de nuevo, y nuestros ojos han sido abiertos para que veamos lo que antes, aunque estaba frente a nosotros, no podíamos ver, nos encontramos en un viaje hermoso de ser colaboradores con Cristo de la manifestación de su Reino en la tierra.
Es por eso que dije que hablar de arte es hablar del cristianismo, porque solamente a través del Espíritu de Dios podemos navegar entre las aguas del desorden y traer a la vida la revelación del orden establecido. La belleza está definida por aquel que es La Belleza en persona. Conocer a esa persona nos permite ver a través del caos y formar algo bello, así como lo hace nuestro Maestro; tomó nuestro desorden y cada día lo hace más parecido a Él.
Ahora bien, no podemos quitarle al arte su característica intrínseca de disruptivo y hasta en ocasiones, molesto. Porque, seamos sinceros, muchas veces el arte en su intento de llevarnos de vuelta al orden necesita sacarnos de nuestra zona de comodidad, de esa silla aterciopelada donde nos hemos ubicado con la intención de no movernos.
Dudo mucho que la reacción de la naturaleza al escuchar la voz de Dios en cada orden que daba durante la creación haya sido pacífica y sin mayor sobresalto. Y cuando Dios habla a través del arte, usualmente genera un cataclismo en nosotros, nos mueve la silla. A veces es un silbo apacible, que mueve nuestras emociones para afirmarnos, otras veces, es un sacudón para mostrarnos lo que hay dentro y traer un cambio.
No todo el arte que parece cosmos en el caos lo es en verdad. No podemos dejarnos guiar solo por las emociones, por cómo me hace sentir una obra. Tratar con condescendencia a los que ven nuestras obras es igual a quitarle la habilidad de corrección a nuestro arte y, eventualmente, se vuelva parte del caos.
Líderes, no todo el arte que les molesta está mal, no todo lo que parece caos lo es en verdad. Muchas veces nos encontramos ante obras disruptivas, obras que manifiestan las luchas de nuestro corazón o nos hacen ver una realidad dura, pero que es real, si las rechazamos, privamos a la iglesia y al mundo de la corrección divina, de recordatorios constantes de cuál es el camino correcto.
“No juzgamos por emociones, lo hacemos por discernimiento, por los frutos, por el resplandor de Cristo en lo que hacemos o incentivamos a otros a hacer”.
Rodrigo Hernández
La pregunta que queda para nosotros es: ¿estoy reproduciendo el caos de mi alrededor o estoy creando algo bello del caos y a pesar del caos? El cosmos en el caos primero se va a formar en nosotros, y en la medida en que nuestro caos sea alumbrado, podremos ayudar a otros a ordenar el desorden en el que están sumergidos.