Es preciso repensar los mecanismos del ministerio infantil para darle el verdadero valor como lugar inicial en la formación de Cristo en los más chicos.

Descubrir el mundo y adaptarse a los mecanismos que lo componen, aprender las reglas y adquirir habilidades sociales, saber cómo enfrentar los temores, tolerar las frustraciones y festejar triunfos; a todo esto se aprende jugando.

Los niños necesitan jugar un mínimo de ocho horas diarias, pero, lamentablemente, las estadísticas de diversas entidades educativas y de salud muestran que en la última década el tiempo dedicado a actividades lúdicas ha ido disminuyendo notablemente. Las causas son diversas y complejas:

  • La pandemia.
  • Horarios familiares.
  • Tratamientos de salud.
  • Jornadas escolares estructuradas y extenuantes.
  • Aumento  del uso de dispositivos digitales: tablets, celulares, videojuegos, etc. El abuso de estas actividades son la causa del aislamiento social, obesidad y otros trastornos de salud.

Beneficios del juego

El juego es una actividad natural para el niño; jugando libera tensiones y se conecta con el placer, por lo tanto, es oportuno que nos tomemos un tiempo para enumerar sus bondades:

  • Favorece el desarrollo de habilidades sociales y comunicacionales.
  • Desarrollo de empatía, ternura, espíritu compasivo y cooperativo.
  • Comprende y acepta reglas.
  • Le permite enfrentar frustraciones, temores, triunfos y derrotas.
  • Le permite desarmar el mundo para volverlo armar, comprendiendo su funcionamiento y favoreciendo la adaptación al medio.
  • Desarrolla pensamiento matemático: calcula, compara, hipotetiza, hace anticipaciones.
  • Favorece el enriquecimiento del habla.
  • Transmite cultura.
  • Se reconoce a sí mismo y al otro.
  • Fortalece su autoestima.
  • Desarrolla la creatividad.
  • Permite superar traumas.
  • Favorece el óptimo desarrollo del cuerpo

Y así, podríamos seguir nombrando beneficios.

Abramos la iglesia para ir a jugar

Con los años nos hemos olvidado de jugar y, lo que es peor, lo hemos sacado de nuestras rutinas familiares y de las iglesias. Perdamos el miedo de jugar. No caigamos en los estereotipos antiguos de enseñanza, que quizás en algún momento sirvieron, pero hoy son insuficientes. No reduzcamos nuestros momentos de clase bíblica a contar una historia mientras el niño escucha sentado en una sillita, canta dos canciones y como cierre pinta una fotocopia.

Después de ver los innumerables beneficios del juego, utilicemos esta poderosa herramienta y abramos la puerta de la iglesia para venir a jugar. Hagamos de nuestros momentos de aprendizaje y encuentro congregacional con los niños una instancia de juego.

Qué estimulante, placentero, divertido, desafiante e interesante será que los niños abran la puerta de nuestra iglesia y se encuentren con escenarios lúdicos, con propuestas innovadoras que desafían sus mentes, que abran su corazón y lo preparen para nuevos aprendizajes, donde ellos puedan ser los protagonistas, ya sea por lo que planearon los maestros o por los juegos que los niños puedan crear.

Recuperemos también los juegos tradicionales: la mancha, rayuelas, rondas, carreras, sogas y jugar a las escondidas. 

Después de haber trabajado conceptos espirituales mediante este abordaje lúdico, será mucho más significativo para los niños escuchar una historia bíblica que dejará plasmadas para siempre en su alma las verdades eternas que queremos enseñar.

No perdamos la capacidad de jugar, porque el juego nos saca de nuestra zona de confort y nos lleva a nuestra zona de plenitud, donde se puede reír, disfrutar, crear y volver a sorprendernos como cuando jugábamos a las escondidas.

¿Sabías? A nuestro Dios le emociona que lo encontremos porque Él es galardonador, (premiador), de los que le buscan (Hebreos 11:6). ¿Lo encontraste? ¡Te felicito! ¡Ganaste!

Junto a su esposo Marcelo Vitrano son pastores de la Iglesia Dios Es Amor, en Buenos Aires. Es docente y psicóloga social, trabaja con personas que se encuentran en consumo problemático de sustancias. Conferencista sobre problemáticas de las infancias y adolescencia. Además, es madre de Anita y Guillermina y abuela de Trinidad.