Tal vez leíste alguna frase de él por medio de las redes sociales, o lo escuchaste nombrar en alguna prédica, pero no tenes mucha información de quién fue y por qué es un personaje clave para entender “la reforma protestante” y, en sí, el cristianismo moderno.
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Bueno para empezar, su nombre real fue Aurelio Agustino, y se lo considera el primer filósofo relevante de la era cristiana. Ejerció como obispo de Hippo Regius en Numidia, durante los últimos años del Imperio Romano y una de sus obras más famosa se tituló “La ciudad de Dios”, basada en el declive de Roma, donde también explica que cada hijo de Dios es ciudadano de dos mundos diferentes al mismo tiempo: uno es el reino de Dios, inmutable y eterno, pero por otro lado, lo es de este mundo también, un reino totalmente inestable.
En sus escritos también abordó puntos neurálgicos en la cosmovisión cristiana, tales como “el pecado original” o “el libre albedrío”, ideas que luego repercutirían en la iglesia medieval y posteriormente en los reformadores Lutero y Calvino.
“Nos hiciste Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
Agustín de Hipona
Juventud
Agustín nació en el 354 DC en la ciudad de Tageste, Numidia (actual Argelia), y asistió a la escuela tanto en Madaura como en Cartago, donde estudió gramática y retórica. En su intensa búsqueda de alcanzar los estándares de santidad por sus propias fuerzas, acabó rechazando el cristianismo por el estilo de escritura y la crudeza doctrinal de la Biblia. Es por eso se volcó a las enseñanzas de un maestro persa Mani (216-276 DC).
Durante más de nueve años practicó el maniqueísmo, que era una mezcla de budismo, cristianismo, judaísmo y gnosticismo. Esta corriente, preconizaba el dualismo del bien y el mal en el que todo ser humano debería convivir con ambas naturalezas y aceptarlas como algo natural en su vida. Luego, al regresar a su ciudad para enseñar retórica en Cartago, se encontró con la insatisfacción que le generaba el maniqueísmo y las filosofías de Platón, pero camino a Roma tuvo una experiencia que cambió su vida para siempre: escuchó la voz de Dios.
En su estadía por Milán pudo oír al teólogo y obispo Ambrosio, quién habría logrado fusionar el cristianismo con las enseñanzas del filósofo ateniense Platón. Además, comenzó a estudiar los escritos de Plotino para luego defender a través del neoplatonismo la fe cristiana. A la edad de 32 años, regresó al cristianismo, y en 387 EC, se bautizó, viajando a Hipona, en el Norte de África, donde fue ordenado.
Obras teológicas y filosóficas
Fue un autor prolífico, y sus obras combinan de manera minuciosa la filosofía y la teología.
Escritos más conocidos:
- Confesiones: una obra autobiográfica escrita alrededor del 400 EC
- La ciudad de Dios: una obra de 22 volúmenes escrita entre 413 y 425 EC
- Retractaciones: una reconsideración de sus trabajos anteriores.
Los escritos menos conocidos incluyen:
- Contra los académicos.
- Sobre la grandeza del alma.
- Sobre el libre albedrío.
- Contra Fausto el Maniqueo.
- Sobre la gracia y el libre albedrío.
Opiniones encontradas
Aunque Agustín de Hipona trató de plasmar una justificación filosófica en cada una de sus obras, algunos vieron esto como una herejía. Aunque la idiosincrasia de sus argumentos se basaban en que solo el cristianismo era la verdad real y, sin fe, la filosofía nunca podría alcanzar la verdad. El clérigo creía que la fe es lo primero y luego se aclara y se apoya en la razón.
La ciudad de Dios
Esta es la obra más famosa de Agustín y la escribió luego del saqueo a Roma por los visigodos en el 410 DC. El autor expone que en esta ciudad divina, cada individuo es un ciudadano de dos mundos diferentes al mismo tiempo. Hipona se encargó de señalar el declive gradual de todo el imperio y refutó todas aquellas acusaciones paganas que rezaban que «por desertar las deidades antiguas por parte del pueblo a favor del cristianismo, devino esta tragedia”. A lo que el teólogo explicó que todo el éxito que logró el imperio fue por imponer su fuerza, no por su creencias ni mucho menos por su moral degradada.
“Aunque aplastado por el enemigo, no pusiste freno a la inmoralidad, no aprendiste lecciones de la calamidad; en las profundidades de los dolores todavía te revuelcas en el pecado… En la ciudad del mundo tanto los gobernantes dominan como las personas a las que dominan están dominadas por el ansia de dominar, mientras que en la Ciudad de Dios todos los ciudadanos se sirven unos a otros con caridad”. (Gochberg, 630-631)
Su conclusión final es que la historia de la humanidad es el resultado de la voluntad de Dios; donde la gente elige constantemente entre la ciudad celestial y la terrenal.
Muerte
En 430 EC, los vándalos saquearon la ciudad natal de Agustín, Hipona, pero él no viviría para ver la rendición de su ciudad. Cuando los vándalos sitiaron a Hipona, Agustín se quedó, negándose a irse. Sufriendo de fiebre, pidió soledad y reclusión y murió el 28 de agosto de 430 EC.
Legado
La obra de San Agustín influiría en otros muchos teólogos posteriores como Boecio, Anselmo, Tomás de Aquino, así como en pensadores de la Reforma como Martín Lutero, Juan Calvino, Cornelius Jansen y Bernardo de Claraval. También filósofos mucho más tardíos como René Descartes, Ludwig Wittgenstein, Schopenhauer y Nietzsche se basarían en sus ideas.