Frente a esa línea de largada en la carrera de la fe, ¿alguna vez te sentiste sin poder avanzar? Estás ahí, con las zapatillas puestas. Tenés al mejor entrenador, tu Creador, cubriéndote. La cuenta regresiva te acerca al sonido de largada y el mundo te observa diciendo “vos todo lo podés”.
Te ves ahí, queriendo avanzar, hasta que te topas con tus incapacidades.
¿Cuántas veces intentamos dar el primer paso, sin antes fijar nuestros ojos en la cruz? ¿Cuántas veces largamos sin estar conectados a la verdadera fuente de vida, para que nuestro corazón no deje de latir? Queriendo impulsarnos en nuestras propias fuerzas, desgastándonos por completo. ¿Cuántas veces aceleramos el ritmo para llegar más rápido, sin respetar los tiempos de Dios? Intentamos en nuestra propia naturaleza comprimir lo que nos está pesando, en vez de despojarnos del viejo hombre y de toda carga, para poder correr livianos en Su voluntad.
El apóstol Pablo nos habla en múltiples ocasiones sobre cómo debemos correr la carrera:
Muchas veces tendemos a querer abandonar en los tramos de mayor dificultad. Buscamos acortar el camino para saltar procesos, en lugar de correr cimentados en una fe completa en Su poder. Dios quiere que vivamos de esta forma y que dejemos de poner nuestra confianza en nosotros mismos. Él nos llama a que corramos a Él, para poder correr en Él.
Dios nos dice “bástate en mi gracia, brilla en tu debilidad: está bien no poder”.
Es CONTRACULTURA, pero tenemos que rendirnos para ser esos HIJOS que dicen “YO NO PUEDO”, porque es en esos HIJOS que el mundo va a ver que DIOS SÍ PUEDE.
El espíritu completo de Cristo se derrama cuando se quebranta el yo para dejarlo fluir a Él.
Necesitamos ser quebrantados en nuestro propio poder, entendiendo que es necesaria la debilidad en la línea de largada, para que Dios irrumpa y nos ubique en la verdadera carrera, que es correr en Él yendo a la cruz. Es allí donde se renovarán las fuerzas y habrá paz en medio de los obstáculos que pueda presentar el recorrido, siendo el único lugar donde encontraremos descanso para tomar aire y llenarnos de su Espíritu, a fin de avanzar a la meta para la cual fuimos llamados.
En Filipenses, se nos motiva también a continuar fielmente en el camino correcto:
Dios siempre corre hacia nosotros y anhela que nosotros corramos en Él. Es la única carrera que tiene sentido, la carrera correcta, la carrera de la fe que nos da el premio eterno.
En corintios, Pablo nos enseña a correr siendo disciplinados espiritualmente de tal forma que todos lleguen a la meta, siendo Cristo la motivación.
Correr la carrera de la fe es entender que vamos a pasar por procesos para llegar al entendimiento de que “no soy yo, sino Cristo”, “no corro yo, sino Él corre en mí”, para que el propósito por el cual me creó, alcance la meta eterna al Padre en Cristo Jesús.
No corremos nosotros. Él corre en nosotros.