La salud que emana de la cruz es vida y gozo cumplido. Nunca experimentaremos vacíos cuando lo que hacemos brota de la victoria eterna de la Cruz. Nuestra obediencia a la verdad es la que nos limpia y santifica (nos hace extraordinarios y distintos). Esta santificación constante da como fruto el gozo. Lo contrario a la santificación, que viene por obediencia, es la rebeldía, que produce fatiga y vanidad: vacío de Dios.
Hoy en día, la rebeldía no es “tan visible” como en tiempos pasados. Sin embargo, debemos decir que, de igual forma, se deja ver en el hecho de no disfrutar el gozo de la salvación en nuestro cotidiano vivir.
Las personas no se rebelan frente a las autoridades visibles sin antes rebelarse a la visión celestial. Quien se rebela a la visión celestial estará en rebeldía con Dios mismo como fuente de autoridad. Si lo que Dios muestra no es lo que gestiono, entonces soy una persona rebelde a la visión celestial.
Conocemos con precisión que cada vez que Dios se manifestó en la Tierra, usó instrumentos (personas) que no solo vieron lo correcto, sino que además, no se rebelaron a la visión celestial. Tenemos el ejemplo de Pablo, Pedro, pero también podemos recordar a Habacuc, quien decide gozarse por causa de haber visto lo eterno. Cuando lo celestial eclipsa lo terrenal, el gozo es el fruto que abrazaremos.
La medida de gozo que nos gobierna indica la medida de cuán absorbido estoy por lo celestial.
La visión celestial es la salud de la Iglesia, y nuestra respuesta a esta visión es el gozo de nuestra salvación… sencillamente porque fuimos salvos para colaborar con Dios en la gestión de su propósito eterno y no solo para ser salvos del infierno.
Entonces: fuimos salvos para ver lo celestial, y en la medida que miramos y contemplamos lo celestial para obedecer, nos volvemos colaboradores fieles por causa de ser miembros saludables en un cuerpo espiritual lleno de vida y salud.
- La salud de la Iglesia depende de lo que esté mirando y de que responda en obediencia.
- El gozo que hoy nos abraza no depende de lo físico o material que nos rodea, sino de haber respondido en obediencia a lo que Dios nos ha mostrado.
- La declaración de Habacuc deja evidencias claras de que la visión que había recibido lo había posicionado en un gozo cumplido. Y ese gozo salvífico lo llevó a la altura. La altura indica un cambio de perspectiva.
- Nosotros arribamos a la profundidad y altura de Cristo (Efesios 3:18) cuando primero hemos pasado por su longitud y anchura. Estas últimas son los ajustes que permitimos en nuestras vidas, al decidir ser exactos en nuestra obediencia: esto es fidelidad. ¡La fidelidad siempre producirá gozo!
- La fidelidad es el mantenimiento de la salud. Mientras permanezcamos fieles, ¡nos mantendremos sanos!
Leeremos unas líneas de David. Allí descubriremos juntos el poder de la salud espiritual y el fruto que ella siempre deja en quienes la experimentan.
La piedad que Dios tiene hoy es mostrarse todo el tiempo de diferentes maneras y formas. La piedad es la misma expresión de Dios a través de los santos. Rechazar a un hermano en Cristo, es rechazar una porción de piedad. La piedad es la visibilización del Evangelio, mientras que la falsa piedad es la simulación de este.
En estas líneas, David reconoce sus rebeliones. Allí, el término “rebelión” es la palabra hebrea pesha que significa: defecto, infracción, pecado. Los errores que podemos cometer nunca anularán la operación del Espíritu Santo en nosotros (lo veremos más adelante), pero nos impiden ser ministros que fluyen salud sobre la Iglesia y su entorno.
David pudo darse cuenta de que para Dios era más importante su condición interna que la función que desempeñaba. Los hombres siempre damos más importancia a la función que desarrollamos que a la salud de nuestro espíritu. Por esta razón, pudo decir “tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría”. Antes que lo que hacemos, Dios, más bien, ama lo que somos. La condición de nuestro espíritu es relevante para Dios y para aquella gestión que, como Iglesia, debemos desarrollar.
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23 RVR60).
Somos lo que guardamos, no lo que hacemos
Por eso el salmista dice “he guardado tu palabra, tus dichos, tus mandamientos”. Pablo dice: “he guardado la fe…”, lo cual se refiere a atesorar una visión y perspectiva eterna de las cosas que nos rodean y de las que oímos.
La vida del hombre espiritual es edificada en virtud de lo que guarda y no de lo que hace —sea que lo haga para Dios o para los hombres—, porque muchas veces hacemos cosas aprendidas, inclusive con excelencia, y no obstante, el corazón es el incorrecto.
Viene una expresión de David muy importante: “no quites de mí tu santo Espíritu”. Los errores no ausentan su Espíritu de nosotros, porque, si así fuera, ¿quién nos convencería de error y pecado? Él está insistentemente convenciéndonos para ser aprobados delante de Dios.
La presencia del Espíritu Santo no es aprobación. Quizás vivimos experiencias preciosas con su Espíritu, pero no debemos olvidar que Él siempre está para guiarnos a toda verdad… y la primera expresión de esa verdad, a la cual somos guiados, es una verdad íntima y profunda, una verdad que da salud a todo nuestro ser.
Ahora bien, David pide que el Espíritu Santo no le sea quitado, pero ruega para que el gozo de la salvación le sea devuelto.
Las experiencias con el Espíritu Santo nunca aportarán salud, a menos que decidamos someternos a su guía y conducción.
La salud interna produce el gozo de la salvación
Observemos que sus rebeliones y el no haber guardado la verdad en lo íntimo no afectaron su función, pero sí la productividad de esta.
Cada vez que nos exponemos a la verdad, somos invitados a guardar esa verdad en nuestro espíritu para comenzar a vivirla en lo secreto. Cuando la verdad se vuelve vida en lo íntimo, la salud espiritual es lo que comienza a brotar desde nuestro interior PARA fluir y ministrar vida a otros… y es en esa vida de ministros competentes que podemos disfrutar el GOZO INEFABLE: imposible de ser explicado, totalmente indecible.
Hoy, como Iglesia, tenemos un gozo cumplido, un gozo inefable y un gozo que nos permite decir: ¡hay vida, hay salud! No lo hemos alcanzado todo, y aún quedan cosas para ser perfeccionadas, pero en la medida que nos mantengamos fieles, firmes y constantes con lo que vemos y oímos del Señor, podremos disfrutar y ministrar salud a otros.
Siempre hay un “entonces”. Los “entonces” que la Biblia nos presenta son frutos deliciosos que vienen por salud.
La salvación más grande que jamás hemos visto está a la puerta, por causa de una Iglesia que crece, madura y fluye en salud.