Las experiencias difíciles de este año despertaron en mí unas ansias sin precedentes de predicar a Cristo.
“Perder para ganar” es algo que suelo usar mucho en uno de mis juegos de mesa favorito: el ajedrez. Hay muchas estrategias que se basan en el sacrificio de algunas piezas, para ganar la partida. Pero, a decir verdad, nunca se me hubiera cruzado por la cabeza que este concepto me sería útil durante todo el 2020.
Explico por qué: mi sueño como predicador estaba en auge, para marzo de 2020 cerraba una agenda por los próximos cinco meses para ir a más de 25 puntos de todo el país. Era el sueño de mi vida ir por toda Argentina predicando el Evangelio en las congregaciones. Desde que empecé a seguir a Cristo a los 17 años (ahora tengo 27) siempre había admirado a aquellos grandes evangelistas, el llamamiento a los altares y sobre todo, el sacrificio que ponían en estar en cada lado al que iban.
Finalmente me tocaba a mí, o al menos, eso pensé. Además, programaba para el 11 de abril de ese año, en la iglesia Saddleback, la presentación de mi primer libro de poesías y escritos reflexivos con invitados conocidos, amigos muy cercanos y, sobre todo, el reconocimiento de mi familia.
Fines de marzo 2020 en Argentina
Pandemia. Cierre de fronteras. Cuarentena estricta. Aislamiento. Todo cancelado. Fue demasiado frustrante, incluso me pregunté si realmente había recibido el llamado, comencé a cuestionarme todo, me vi tentado a caer, como quien encuentra un dulce néctar ya conocido pero que lo único que produce es enfermedad. Esto me llevó a comportarme de manera inmadura y poner en duda mi propósito.
Este preámbulo algo extenso es un pequeño mapa de algo que nos ha pasado a muchas personas: trabajos suspendidos o perdidos, negocios cerrados, estudios pausados o con una forma no muy buena para la mente, familias rotas forzadas a convivir, congregaciones cerradas, programas interrumpidos, fe flaca, dudas, dolor, ansiedad, depresión, como también, esperanza, tenacidad, convicción y nuevos nacimientos.
Todas aquellas emociones mentirosas que dominaron mi mente por los meses de abril y mayo me llevaron a la cruz nuevamente.
Ese proceso y rendición dieron luz a una fe renovada en la fuente de la paz, el propósito y el amor, en Cristo. Tras ser despojado de mis metas y objetivos solo quedaba mi intimidad con Papá, y eso era absolutamente más importante que todo cuanto pudiera pedir o ser.
Decidí entregarle todos mis sueños y metas a Cristo, todo cuanto era o hacía. Decidí seguirlo hasta las últimas consecuencias. Comprendí que seguir a Cristo no se trataba de lo mucho que hiciera sino de cuanto dependo de Él. Así, de una manera como nunca antes, en medio de la cuarentena, a oscuras, en mi habitación, mi cuarto se había convertido en un altar.
Todo este proceso fue la preparación de lo que vino en los siguientes meses, tanto en forma de mensajes de WhatsApp como en Instagram y llamados telefónicos con charlas muy duras: mensajes de pedidos de auxilio, casos de intentos de suicidio, ansiedad, depresión, vidas abusadas, pedidos de ayuda uno tras otro.
Si Cristo no hubiese sido mi centro, créeme, no hubiese resistido a tanta realidad caída.
Esto despertó en mí unas ansias sin precedentes de predicar a Cristo a todo aquel que tuviera necesidad de volver a la luz de la verdad o conocerla por primera vez. Esto a través de distintas estrategias: desde llamados telefónicos y mensajes por redes sociales hasta hacer adoraciones públicas en lugares clave como el Congreso.
También en las plazas del conurbano en donde a la distancia pueden verse la droga convivir con los juegos para los niños que viven ese contexto todos los días; asistir a las marchas de Salvando las 2 vidas, como también predicar a las chicas que estaban a favor de la Ley del aborto o de la comunidad LGBT+. Incluso los vecinos del barrio. Ya no quería agradar a nadie, solo quería agradar a Cristo, aun si mi vida y mi reputación era tomada por causa de su nombre.
Pensé solamente en MI sueño, pero los planes de Papá fueron otros, definitivamente, mucho más profundos e importantes que los míos.
Es necesario volver a Cristo, vivir en la casa del Padre, en intimidad, madurar para participar de sus negocios, a donde somos requeridos. Solemos huir del sufrimiento, pero olvidamos que Cristo padeció, y por medio de padecer, aprendió obediencia (Hebreos 5:8). Quizás ya no se trate de llenar congregaciones sino de llenar las calles, de la iglesia.
Cuando nuestra mirada está puesta en el corazón quebrantado de Dios, hacemos de lado todo nuestro dolor y sufrimiento para obedecerlo, para ir en pos de esa cruz, tomarla y seguirlo, entonces, se nos da un nuevo entendimiento de los tiempos, porque ya no son los nuestros sino los del Padre (Mateo 6:34).
Perdiendo nuestra vida, para hallar la de Cristo. Todo lo demás, viene como añadidura (Mateo 6:33).Si perdemos nuestros sueños, ganamos los suyos que son, definitivamente, mucho más urgentes e importantes para la humanidad.
“Luego dijo Jesús a sus discípulos: —Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará” (Mateo 16:24-25).