Así está escrito: “El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser viviente»; el último Adán, en el Espíritu que da vida. No vino primero lo espiritual, sino lo natural, y después lo espiritual. El primer hombre era del polvo de la tierra; el segundo hombre, del cielo. Como es aquel hombre terrenal, así son también los de la tierra; y como es el celestial, así son también los del cielo. Y, así como hemos llevado la imagen de aquel hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial. Les declaro, hermanos, que el cuerpo mortal no puede heredar el reino de Dios, ni lo corruptible puede heredar lo incorruptible”.
Existe una voluntad intrínseca que funciona en cada una de las dos sustancias, simientes o naturalezas.
• La voluntad de la carne, es el firme ¨lo que yo quiero¨
• La voluntad de Dios es todo aquello que ¨Él quiere¨
En tres palabras, podemos definir voluntad como: determinar, querer y desear.
“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el [deseo] del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5:16-17, RVR60, énfasis añadido).
La carne —sistema anti-Dios— es gobernada por el “Yo quiero” (excepto cuando se define carne como cuerpo, por ej.: Salmos 63:1).
El espíritu regenerado —nuevo nacimiento en la naturaleza de Cristo— es gobernado por lo que Él quiere.
“Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios” (Juan 1:12-13).
Desde esta naturaleza divina que opera por el Espíritu en la vida de los santos se produce la genuina adoración al Padre.
Es en la vida del espíritu que vivimos para obedecer a Cristo y expresar lo que el Padre anhela recibir de hijos adoradores que lo hacen en espíritu y verdad.
Por causa de la constante obediencia, la vida de nuestro Señor es el perfecto ejemplo de verdadera adoración al Padre.
– La naturaleza del espíritu es obediencia a la verdad y…
– Cristo es la verdad.
Entonces debemos comprender que adorar al Padre en espíritu y verdad no es ni más ni menos que una vida de obediencia a Cristo: “llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo” (2 Corintios 10:5).
Por tanto, ¨todo¨ lo que no es por ¨obediencia a Cristo¨, por bueno que parezca, es corrupto o bien corruptible.
Como dice el apóstol Juan en su primera epístola: “El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17).
Todo aquello que pertenece a la voluntad de Dios en Cristo es incorruptible, y permanece para siempre.
La voluntad de la carne —sistema anti-Dios— está conectada al mundo (sistema de desobediencia).
Más el deseo del espíritu está conducido por la voluntad de Dios.
El término “se acaba” (en “El mundo se acaba con sus malos deseos) implica echarse a perder, o sea que está en estado de corrupción o corruptible,
La expresión “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” refiere a un estado de incorruptibilidad, o sea que no se puede echar a perder.
Cuando buscamos las mayores referencias directas a corrupción o incorrupción, principalmente las hallamos en las Escrituras del Nuevo Testamento, donde este término se traduce de las palabras griegas a·fthar·sí·a.
Este vocablo se compone del prefijo negativo “a” y una forma del verbo “fthéi·rō”, y significa ‘corromper’ o ‘echar a perder’, como Pablo lo explica claramente en 2 Corintios 7:2 (“Hagan lugar para nosotros en su corazón. A nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos explotado”), y también en 1 Corintios 15:33 (“No se dejen engañar: Las malas compañías corrompen [echan a perder] las buenas costumbres”).
De allí también se adquiere el sentido de “degradar”, y también “matar” o “destruir”: “Pero aquellos blasfeman en asuntos que no entienden. Como animales irracionales, se guían únicamente por el instinto, pues nacieron para ser atrapados y degollados. Lo mismo que esos animales, perecerán también en su corrupción” (2 Pedro 2:12, énfasis añadido).
Es aquí donde se entiende mejor para qué vino el diablo, para corromper, ¨echar a perder¨: “El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10). En este pasaje del evangelio de Juan, podemos ver más claramente las sustancias en acción y sus orígenes: del árbol de la Vida fluye vida en abundancia (Cristo), y del árbol de la ciencia del bien y del mal se produce muerte (Satanás).
Consideremos seriamente que según las Santas Escrituras, la carne en toda su naturaleza y expresiones es corrupta y corruptible.
Tengamos presente, ante todo, que no es lo mismo “corrupto” que “corruptible”, porque corruptible quiere decir que puede corromperse, desintegrarse y desaparecer, y lo hará.
– Todo lo que es nacido de la carne porta la sustancia de corrupción y es corruptible.
– Todo lo que es nacido del Espíritu porta la sustancia incorruptible de Dios y no se puede echar a perder.
Todo lo que es corruptible (carne) es probable que al principio no conlleve peligros visibles —en lo superficial—, pero por causa de la sustancia que porta en su interior, está pronto a desaparecer. Por ello, algunas obras de la carne, aun siendo aparentemente buenas y agradables a la vista, son corruptas, y aunque parece que no se destruyen, ya tienen fecha de vencimiento, el día de su caducidad.
Todo lo que es incorruptible (vida y obras del espíritu) permanecerá para siempre, más allá de los tiempos y del fuego de la prueba.
La corrupción y la corruptibilidad están relacionadas tanto con cosas inmateriales como materiales, puesto que primero es el deseo y luego, la acción. Es tiempo de hacernos esta pregunta: “¿De dónde provienen los deseos que gobiernan mis decisiones y acciones?”, ya que todo tiene que ver con la consumación de nuestro destino en Dios.
Pablo enseña que la corona que los atletas griegos buscaban era corruptible, sujeta a deterioro, descomposición o desintegración: “Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre (1 Corintios 9:25). La corona que nosotros recibiremos es incorruptible por haber vivido para hacer la voluntad de Dios en obediencia a Cristo.
Incluso el oro y la plata son corruptibles.
“… sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación [la sangre de Cristo es incorruptible]” (1 Pedro 1:18-19, RVR60, también en próximos pasajes).
“Vuestro oro y plata están enmohecidos [corrompidos]; y su moho [y su corrupción] testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros [pero toda obra corrupta se desintegrará]” (Santiago 5:3).
También se emplea la misma palabra griega cuando se habla de arruinar” la Tierra. “Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra [a los corruptos que arruinan su obra]” (Apocalipsis 11:18).
El hombre, la criatura carnal, es corruptible. “Y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Romanos 1:23).
En su estado imperfecto, el cuerpo está sujeto a enfermedades y, con el transcurso del tiempo, a la desaparición con la muerte, debido a que se descomponen los elementos que lo forman (ver 1 Corintios 15:42-57). “Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción” (Hechos 13:36),
En el ámbito inmaterial, las malas compañías que producen malas conversaciones, pueden y van a corromper, o echar a perder los buenos hábitos (ver nuevamente 1 Corintios 15:33).