Es notable que el ser en desarrollo, siendo transformado en el proceso de llegar a ser como Jesucristo, debido a las facultades empoderadas de su mente renovada, es capaz de comprobar la voluntad de Dios, agradable y perfecta para su vida.
El proceso de “comprobar” expresa la connotación que Dios no desea tener hijos ignorantes, incautos, o necios, sino entendidos, perspicaces y sabios en la demostración de su fe y su praxis; en lugar de tener “zombies para Cristo”, Dios desea formar hijos capaces de corroborar empíricamente su voluntad.
Tal conocimiento, entendimiento y sabiduría espiritual involucra:
- El captado, asesoramiento, y entendimiento de las misericordias de Dios (su llamado, justificación y redención, su poder regenerador y transformador) y de habernos rendido –a consciencia plena– como sacrificios vivos a Dios;
- La presentación del ser –su cuerpo incluido– como “un sacrificio vivo” a Dios (un rendimiento plenamente consciente, una dedicación asidua y constante, una determinación voluntaria) que permita que su voluntad sea actualizada en el ser a sus pies;
- El proceso de evitar ser conformados a las corrientes de este siglo;
- Para ser transformados mediante la renovación de nuestro entendimiento; proporciona
- Pruebas internas – una convicción intrínseca, el testimonio del Espíritu a nuestro espíritu– que permiten la sensación de seguridad y certeza que, como hijos amados, estamos enmarcados en el diseño y el propósito de Dios, su voluntad agradable, santa y perfecta.
Comprobar o corroborar la voluntad de Dios es cotejar y asesorar nuestro discernimiento con muestras de soporte y validez a lo que consideramos verídico; es experimentar pruebas tangibles, cognitivas, funcionales o sensoriales de que estamos seguros en nuestras afirmaciones internas.
Más allá de nuestras conceptualizaciones teóricas y nociones esotéricas o abstractas, de nuestros recitados dogmáticos y nuestras afirmaciones doctrinales, podemos ser capaces de comprobar –cerciorarnos existencialmente, persuadirnos con retórica interna– y afirmar –por fe viviente– que estamos encuadrados en la voluntad de Dios, que sentimos su presencia y expresamos nuestra gratitud en adoración y alabanza.
“Las Escrituras dan a entender expresamente la voluntad de Dios”
Habiendo sido expuesto a muchas predicaciones acerca de “buscar la voluntad de Dios”, o “estar en el centro de la voluntad de Dios” (presumiendo que tal voluntad es circunscripta a cierto círculo que la define, y que es necesario estar seguro de “arrimarse” gradualmente al centro del círculo en lugar de estar en su periferia), y leído muchas obras al respecto de la necesidad de cerciorarse exactamente de estar enmarcado dentro de la voluntad de Dios, se ha desafiado al autor a recapacitar, y preguntarse: ¿Es necesario complicar la verdad revelada y hacer difícil la búsqueda de la voluntad de Dios cuando el texto ofrece pautas claras acerca de este asunto tan crucial? Considere el lector los siguientes textos:
- “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23);
- “… pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación”. (1 Tesalonicenses 4:3);
- “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. (1 Tesalonicenses 5:18);
- “Exhorto, ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres… Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador”. (1 Timoteo 2:3-4);
- “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa”. (Hebreos 10:36);
- “… el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos”. ( Hebreos 13:20-21);
- “Porque esta es la voluntad de Dios: que, haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios”. (1 Pedro 2:15-16);
- “Oh hombre, él [Dios] te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”. (Miqueas 6:8);
- “[Dios] hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo…” (Efesios 1:9-10).
Tal vez, la insistencia en buscar la voluntad de Dios –además de tener estas admoniciones claramente expresadas–, se relaciona a la necesidad de las personas de ser guiadas minuciosamente a hacer exactamente lo debido, ante todo dilema y en cada caso específico: El afán neurótico de estar seguro: Si comprar un Chevrolet o un Ford, y de qué modelo y color debe ser el vehículo, como si Dios ha anulado la capacidad racional del creyente para ejercitar su juicio y voluntad de manera “zombificada”.
En las palabras de un amigo pastor, “Dios nos ha quitado los pecados, no el cerebro; todavía lo podemos usar”. Su anhelo es que seamos transformados y ser formados en acuerdo con su voluntad, a la semejanza de Cristo (Romanos 8:28-30), y ser conscientes de su propósito, manteniendo nuestro andar en el Espíritu con un buen sentido de dirección (Gálatas 5:16) y de ritmo, al compás del Espíritu alojado en nuestro ser, quien marca nuestra cadencia al andar (Gálatas 5:25).
Dios quiere que sepamos a consciencia plena quiénes somos, a dónde vamos, y con qué rumbo y dirección lo hacemos. Dios quiere que asesoremos y comprobemos cuáles son sus propósitos intenciones, Sus planes para nuestras vidas (Jeremías 29:11); para eso nos ha dado Su Palabra y nos ha llenado del Espíritu Santo, y nos insta a considerar y aprender de las experiencias que nos ocurren con perspicacia y sabiduría. En caso de que nos falte esta virtud, Santiago nos exhorta: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5). Tal es su voluntad, y debemos hacerle caso.
Autor: Pablo Polischuk
Ph.D. en psicología del Fuller Seminary. Tiene más de 40 años ejerciendo como psicólogo, ministrando iglesias y de enseñanza académica integrando psicología y teología (más de 30 años en el seminario Gordon-Conwell, y a su vez dictando clases en Harvard University). Ha sido director general del área de psicología en el hospital de Massachusetts. Actualmente es rector y co-fundador de la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires (FTIBA).