Tú eres de Cristo por dádiva, pues el Padre te entregó al Hijo. 1 Corintios 3:23
Eres suyo porque fuiste comprado por sangre y porque Él pagó el precio por tu redención por medio de su entrega, porque te has consagrado a Él. Por relación, porque recibiste su nombre y fuiste hecho hermano suyo y coheredero. Trabaja activamente para mostrarle al mundo que eres el siervo, el amigo, la novia de Jesús.
Cuando seas tentado por el pecado, responde: “No puedo hacer esta gran maldad, pues soy de Cristo”. Hay principios inmortales que prohíben que el amigo de Cristo peque. Cuando tengas la oportunidad de ganar dinero mediante pecado, di que eres de Cristo, y no lo toques. ¿Estás expuesto a dificultades y peligros? Mantente firme en el día malo, recordando que eres de Cristo. ¿Estás en un lugar en el cual los demás están ociosos y sin hacer nada?
Trabaja con todas tus fuerzas, y cuando el sudor de la frente te tiente a perder el tiempo, clama: “No, no puedo detenerme porque soy de Cristo”. Si no hubiese sido comprado por sangre, sería como Isacar “echado entre dos alforjas” (Génesis 49:14), pero yo soy de Cristo, no puedo holgazanear.
Cuando el seductor atractivo del placer te tiente para apartarte de la sen-da del bien, contesta: “Tu seducción no me atrae, yo soy de Cristo”. Cuando la causa de Dios te llame, entrega tu yo y tus bienes, porque eres de Cristo. Nunca ocultes lo que profesas. Sé uno de esos cuyos modales son cristianos, cuyo lenguaje es como el del Nazareno, cuya conducta y conversación tienen tanta fragancia celestial que todos aquellos que te vean, sepan que perteneces al Salvador, pues reconocen en ti los rasgos del amor y el rostro de santidad del Señor.
En la antigüedad decir: “Soy romano” implicaba integridad. Razón suficiente entonces para permitir que un argumento de santidad sea decir: “Soy cristiano”.