Este mes del año en muchos países europeos se cumple la conmemoración de la liberación de sus naciones en la Segunda Guerra Mundial, por parte de los ejércitos soviéticos o estadounidenses, liberándolos del yugo nazi.

Uno de los lugares que mayor impacto tuvo en la vida de los soldados y del resto del mundo luego, fueron los campos de concentración nazis. Al llegar a ellos, los soldados liberadores no podían dar crédito de lo que observaban: personas hechas huesos, muertos a montones, hornos crematorios, entre otros horrores. El pueblo judío atravesó su prueba más dura en esos diez años -aproximadamente- de gobierno autoritario alemán.

Aunque todo parecía ser el fin, en 1948 sucedió algo maravilloso, pero también originador de varios conflictos: se creó el Estado de Israel. Este terreno, durante toda la historia fue objeto de disputa por distintas religiones y estados que se sucedieron: cananeos, hititas, musulmanes, egipcios, otomanos, bizantinos, hebreos, persas, cruzados cristianos, y, por último, ingleses. 

Los británicos decidieron conciliar las dos religiones principales -musulmanes y judíos- dividiendo el actual territorio de Israel en dos: un sector islámico y otro judío. La ciudad de Jerusalén sería administrada por un agente externo “neutral”. Al final la población judía terminó abarcando casi todo el territorio, provocando una de las luchas más importantes y de larga duración del siglo veinte que se propagó hasta nuestro siglo. 

Con disputas, luchas, muerte, pero también como parte de una esperanza para el “pueblo elegido por Dios”, el Estado de Israel no es más que el cumplimiento de una promesa bíblica. Esto no significa, por lo menos de mi parte, elegir una postura “pro-judía” o “anti-islámica”. Simplemente me limito al hecho histórico de la creación del estado, justo en la zona que Dios le hizo la promesa a Abraham. 

Buscando un lugar ideal

Existe una película-musical, de 1971, llamada “El Violinista en el tejado”. Allí cuenta la historia de un padre de familia judío y su familia. La familia vive en Anatevka, una parte del Imperio Ruso. Al final de la película -perdón si hago spoiler- los judíos son expulsados y la pregunta que se hacen es ¿Adónde iremos? Demás está decir que es una de mis películas favoritas y que recomiendo ver.

Desde finales de 1880, hubo un plan para buscar un lugar ideal para que los judíos vivieran tranquilos. La Patagonia argentina era una de las opciones, junto con otros lugares de Europa y Asia. Este proyecto se le llamó sionismo, es decir, un estado de profesión judía, que los protegiera. Hay judíos sionistas, otros no lo son. Finalmente, en la década de 1940 se procedió a partir en dos Palestina, logrando el estado judío cuando los ingleses se retiraron de la zona.

Dios de promesas

A lo largo de todo el Antiguo Testamento, la promesa de que algún día los hebreos habitarían Palestina, se reiteró a lo largo de distintos profetas y libros. La primera promesa fue dada directamente a Abraham:

“Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra de tus peregrinaciones, toda la tierra de Canaán como posesión perpetua; y yo seré su Dios.” Génesis 17:8

Como todos sabemos, los hebreos primero estuvieron de esclavos en Egipto. Luego regresaron, pero, por distintas situaciones, volvieron a ser exiliados por la invasión de los babilonios. En medio de esa tragedia, le fue dada esta promesa al profeta Oseas: 

“Volverán a habitar en su tierra bajo mi protección; de nuevo sembrarán sus campos y cosecharán trigo en abundancia; cultivarán sus viñas y harán un vino que será tan famoso como los vinos del Líbano.” Oseas 14:7

Debido a las distintas persecuciones a lo largo de la historia, los judíos estaban diseminados por todo el planeta. Por ello, otra de las promesas fue dada al profeta Isaías: 

“No tengas miedo, yo estoy contigo. Del oriente traeré a tus descendientes y del occidente te reuniré. Le daré esta orden al norte: “Sueltalos” y al sur: “No te quedes con ellos”. Traeré a mis hijos de lejos y a mis hijas de lugares remotos de la tierra. Traeré a todo el que es llamado por mi nombre, al que he creado para gloria mía, a quien hice y formé.” Isaías 43:5-7

Estas son algunas de las palabras que se cumplieron -hay muchas más pero no es la intención hacer una demostración de la verdad bíblica- en cuanto a Israel como estado. Lo sucedido con los hebreos nos deja varias lecciones, pero una de las más importantes para momentos difíciles que estamos viviendo, es que Dios nunca abandona a los que son sus hijos. Aunque ello se produzca después de muchas dificultades. 

Guido Márquez
Soy de Mendoza, Argentina. Profesor de Historia y casi Licenciado en Turismo. Espero que en mis notas no encuentres respuestas, sino preguntas. Que puedas mirar al pasado para enriquecerte, no para aburrirte.