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Jesús y la ficción

En mi última entrada conversamos un poco acerca de lo valiosa que puede ser la ficción, como puede mostrarnos la realidad de una forma más clara y ayudarnos a ver mejor nuestra condición como personas, como sociedad y como raza humana. Expuse también que la ficción no es verdad, pero no es mentira. Al decir que la ficción no es mentira no afirmo que existan animales que hablan, muñecos de madera que se conviertan en niños de verdad o roperos que nos lleven a una tierra extraña; pero si afirmo que, en medio de toda esa serie de personajes y sucesos imposibles, la verdad nos golpea sin guantes y nos deja saborear nuestra propia naturaleza. 

Antes de continuar, quiero hacer una salvedad. Como cualquier herramienta, esta puede ser usada para el bien o para el mal. La misma hacha que corta madera y construye una casa, puede hacer daño a otro, y no culpamos al hacha, sino a quien la esgrime. De la misma forma, cual arma cargada, la ficción puede disparar para darnos de comer y hacernos más fuertes, o para dañar y dejarnos moribundos. 

Quiero empezar hablando del papel que tiene la ficción en la verdad. Una de las primeras cosas que hacemos cuando nos aproximamos a una obra de ficción es que dejamos a un lado las limitaciones que tenemos en nuestra realidad. Al estar ahí se abren las posibilidades, y muchas veces las obras que estiran esas posibilidades al extremo, son las que más nos llaman la atención. Y aunque la coherencia es indispensable, se forma una racionalidad interna a la obra.

Al mismo tiempo, no esperamos detalles de las cosas cotidianas, si una obra nos contara lo que hace una persona del todo normal en una ciudad como la nuestra con una profesión común, no aguantamos 10 minutos. Para las cosas comunes y familiares tenemos nuestra vida. En la ficción, no necesitamos todos los detalles. No tenemos que saber como un ropero lleva a Narnia, porque las criaturas de otros planetas hablan un idioma en común, como se viaja a la velocidad de la luz o cómo terminó el papá de Pinocho dentro de una ballena. Sencillamente lo aceptamos.

«El chiste de la ficción no es que nos cuente lo que ya sabemos, sino que nos muestre lo que esta oculto a simple vista».

Rodrigo Hernández

Esto es útil no solo para atraparnos en la obra, sino para liberarnos de algunas de los prejuicios que nos llevan a levantar argumentos a favor de los comportamientos que tenemos, que, aunque sabemos que están mal, justificamos con toda serie de excusas, y hasta versículos bíblicos. Por ejemplo, cuando el papá de Pinocho se encuentra en la panza de una ballena, no nos preguntamos cómo llegó allí, no culpamos al escritor de una incoherencia por no habernos contado el relato con lujo de detalles al respecto del suceso, pero vemos juzgamos las acciones e intenciones del querido Pinocho como buenas o malas en base como sabemos que debería de reaccionar, y nos enseña el deber que tenemos con otros. Posiblemente no de rescatarlos de la panza de la ballena, pero con cosas mucho más sencillas. 

De esa forma las historias de ficción se encargan de decirnos verdades complicadas, en términos sencillos, entendibles. Casi igual de la forma en que les damos de comer a los bebés comidas que no les gustan. Primero les jugamos el avioncito y cuando han abierto la boca, la cucharada de alimento entra para hacerlos mejores. 

Ahora no quiero cerrar, sin antes hacer mención de cómo esto nos hace mejores cristianos y como Jesús mismo lo utilizó. “Meshal” es la palabra hebrea para parábola. Gran parte de los evangelios están dedicados a estas historias de Jesús donde se plasman sus enseñanzas. Como cristianos atesoramos estas historias, no solo porque nos muestran el corazón de Jesús, sino también por sus enseñanzas, su nueva forma de ver el mundo, lo que lo hacía diferente de los demás maestros de su época y tantas otras cosas más.

Pero si observamos a detalle estas historias podemos ver que encajan a la perfección con los parámetros de un buen relato de ficción. Si estás pensando que porque ninguna de las parábolas tiene animales parlanchines o bosques misteriosos no encajan en esta categoría, recordemos que la ficción es un relato de personajes imaginarios. No podemos comprobar la veracidad histórica de los personajes y sucesos dentro de las parábolas y la verdad, no es necesario, no tiene sentido hacerlo. Porque las parábolas están hechas para apelar no a la historia sino a nuestra naturaleza. 

Todos hemos perdido algo, todos sabemos que se siente buscar y encontrarlo. Lucas 15 nos relata tres parábolas de objetos perdidos, una oveja, una moneda y un hijo. Tres diferentes reacciones, uno deja todo, otro busca en la casa, otro espera en la puerta. La parábola del sembrador tiene como personaje principal a las semillas, no al sembrador. Leemos la parábola del rico y Lázaro, muchos detalles nos hacen falta en ese relato, pero no es el punto, sino como nuestras acciones tienen consecuencias, como lo eterno es más relevante que lo terreno, como los que no quieren escuchar ni porque alguien resucite de los muertos lo escucharían, y mucho más. 

Si Jesús mismo utilizó las historias de ficción para enseñarnos el reino, para acercarnos las verdades eternas quienes somos nosotros para desaprovecharlas. Hace poco se publicó una novela titulada La Cabaña, donde el autor se tomó licencias con los personajes para manifestar verdades eternas. Muchos lo criticaron por esas “herejías”, pero estos mismos no se daban cuenta que no estaba haciendo teología, estaba haciendo arte. Y el arte tiene que estirar, tiene que entrar en tensión para comunicar. A veces creemos que solamente los libros de teología son útiles para enseñar, pero las historias que cautivan nuestro corazón y mente, pueden ser tan útiles como un manual de teología sistemática. 

Impulsemos a nuestros escritores para que, basados en la escritura, nos enseñen la verdad de Dios, su naturaleza y nuestros conflictos. 

Rodrigo Hernández
Rodrigo Hernández
Cantante, compositor, músico y amante del café. Actualmente desarrolla un proyecto como cantante solista presentando canciones de su autoría con un enfoque cristocéntrico sin dejar de lado un sonido fresco y moderno. Licenciado en Composición Musical con Orientación en Música Popular; Máster en Terapia de la Voz. Dedicado a la música y el ministerio, ha participado en propuestas musicales y artísticas a lo largo del continente. Pertenece a la iglesia Fresca Presencia en su natal ciudad de Guatemala.

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