Si algo desnudó la pandemia es el enorme quiebre que hay en la familia. En este artículo quisiera que observemos brevemente, pero con fines prácticos, algunas consideraciones sobre el matrimonio.
La Biblia es clara. Tanto el hombre como la mujer deben dejar a su padre y a su madre para unirse a su cónyuge. Esto no significa que dejamos de amar a nuestros padres, pero sí que hemos decidido construir una nueva familia, y no se puede construir algo nuevo si seguimos mirando hacia atrás.
¿Ya cortaste el cordón umbilical? Ahora no se trata de “lo que a ella le enseñaron” o “lo que a mí me inculcaron”; en Cristo somos uno. Una nueva creación, una nueva cultura de vida siguiendo el ejemplo y el señorío de Jesús.
Menos de mí. La persona egoísta siempre se coloca en primer lugar; al llegar al matrimonio debemos recordar que “el amor no busca lo suyo propio”. Nada serio se puede construir pensando solamente en uno mismo.
Digamos NO al endeudamiento. La buena administración debe ser una meta muy importante. Nuestro matrimonio no debe colapsar ante las presiones económicas, ante los malos manejos financieros. Seamos sabios y planifiquemos nuestra economía.
Digamos SÍ a la fidelidad. No hay nada más denigrante para una mujer que su esposo mire a otra mujer; decidiré como hombre guardar mis ojos y mi corazón. No hay nada más denigrante para un hombre que las palabras de humillación de su mujer; decidiré como mujer enfocarme en lo bueno de él. Juntos caminaremos buscando ser fieles.
Trabajaremos como equipo. En la vida habrá victorias y pérdidas, buenos y malos momentos. Pero no dejaremos de ser UN EQUIPO. Los dos vamos al mismo lugar, los dos queremos ser fieles al Señor, los dos queremos inculcar a nuestros hijos el amor a Dios sobre todas las cosas.
La comunicación es vital. El exceso de confianza, la rutina que adormece, nos hace “suponer” cómo está nuestro cónyuge. La vorágine anula la comunicación. No siempre nos hacemos el tiempo para preguntarle “¿cómo estás?”. Cortaremos la incomunicación y creceremos mediante el diálogo constante.
Abrazar el perdón. No hay forma de construir algo profundo si obviamos cosas que nos lastiman. Cómo administramos la basura que se esconde debajo de la alfombra es determinante en el matrimonio. Sin perdón se socavan las bases de nuestra relación. No acumularemos basura, nos perdonaremos el uno al otro.
Mantendremos la llama del amor permanentemente encendida. No existe un matrimonio “hasta que el amor se termine”; el matrimonio es “hasta que la muerte nos separe”. El amor no es un sentimiento, es un pacto ante Dios. Por ello, tomaremos el amor como un trabajo, el más placentero de todos, pero que requiere esfuerzo y la decisión de no retroceder.
Y por sobre todas las cosas, siempre hablaremos con Dios.
Ningún matrimonio se sostiene si no hablamos con Dios para recibir de Él la fuerza necesaria para resolver los conflictos. Si Dios está ausente del matrimonio en uno de los dos cónyuges (o en ambos), habrá tensión. Invitaremos a Dios a nuestro hogar. Haremos que Él sea quien refuerce nuestro cordón de tres dobleces.
Estas sugerencias y consejos que parten de la Palabra del Señor son vitales para que nuestro matrimonio no termine fracturado. Oremos siempre por esta relación que es fundamental para la estructura de la sociedad. Y termino con esta frase: amar a tu esposo, amar a tu esposa, es la mejor manera de demostrar el amor a tus hijos.