Una misma situación, una misma persona o un mismo acto pueden ser observados y juzgados de diferentes maneras según los ojos y el corazón de quien esté mirando. Depende de cuánto se conozca o se ignore sobre un asunto, se puede entender una cosa u otra.
Podemos ubicarnos como un espectador de hace dos mil años y ver la condena de un líder revoltoso y revolucionario recibiendo su justo castigo por alterar el orden y atentar contra el sistema religioso y civil de ese entonces. O en la misma situación, podemos pararnos ante los ojos de Dios y verlo a Él mismo hecho hombre, cumpliendo su promesa y pagando por amor nuestra deuda de muerte. El milagro más grande que jamás haya pasado, Él mismo sosteniendo sobre sí el peso del pecado de la humanidad entera.
De igual manera hoy podemos ver solo un fin de semana largo popularmente llamado «Semana Santa» y a las Pascuas representadas por la imagen de un Jesús crucificado, debilitado y sin autoridad ni influencia sobre la gente; un Dios lejano a quien el hombre recuerda por costumbre y religión. O podemos ver el verdadero sentido de las Pascuas a través de un Jesús vivo que da vida. Quien, por medio de su Iglesia, hoy hace evidente esa deuda saldada y ofrece a todos una vida nueva y eterna.
Así como ocurrió en esa cruz, hoy Dios sigue actuando frente a los incrédulos ojos del mundo, ahí donde nadie parece ver, liberando, sanando y cambiando vidas en lo profundo de los corazones. Es frente a esta realidad que nosotros, su Iglesia, debemos tomar la responsabilidad de abrirle los ojos al mundo y hacer evidente el verdadero significado de las Pascuas. Su amor.