Nadie puede negar que esta semana tiene algo especial; la mayoría de nuestras iglesias locales se llenan de personas movilizadas por la oportunidad.
Muchos se mueven porque tienen a Jesús como el Señor de sus vidas. Algunos, porque tuvieron un día un encuentro con Él, pero no permanecieron. Otros, porque se criaron en un ambiente evangélico o católico y tienen una vaga noción de que en Jesús hay algo que ellos necesitan. Y, por último, los que suelen ir por insistencia de amigos o familiares, por una cuestión de compromiso.
Como sea, en la mayoría de los casos Pascua es una oportunidad para recordar a alguien que merece ser recordado todos los días. La verdad es que cuando hablamos de Jesús las palabras se quedan cortas para describir la amplitud de su obra. Por eso, me gustaría intentar con pocas líneas que su figura se agigante ante los ojos del lector. Porque si lo comprendemos mejor, será más sencillo imitarlo.
Jesús vivió en la tierra como uno más de nosotros. Tuvo padres, un trabajo, tentaciones, y cualidades culinarias. Aunque era Dios, se hizo hombre, y todo lo que hizo en la tierra fue para enseñarnos cómo ser humanos a la manera divina: sirviendo a los demás (Filipenses 2:6 y 7). El fin de su vida fue una tortura romana, pero al tercer día ya andaba presentándose a sus discípulos, resucitado. ¿Logramos ver la magnitud de Jesús? Es alguien tan grande que resulta indefinible.
Pero, si algo distinguió en vida al Señor fue caminar con un propósito; el mismo propósito que lo condujo a la cruz para volver a reunir a la humanidad con Dios. Ahora, su vida de siervo, llena de palabras y hechos que demostraron que el Padre se había acercado a nosotros, es en sí misma una invitación a seguir sus pisadas. El mundo debe saber que aceptarlo como Señor es el inicio de una vida que nos lleva a vivir su vida en nosotros.
Por lo tanto, creo que estamos en una buena fecha para abrazar y predicar un Evangelio que no solo nos hable de la salvación y la vida eterna que Jesús logró con su sacrificio, sino que nos lo muestre también como nuestro sanador y libertador. Porque su entrega no solo fue para garantizarnos el ingreso a la eternidad, sino para que lo eterno invada nuestra temporalidad.
De tanto golpearnos el pecho por haberlo traspasado con nuestras transgresiones se nos olvidó que su entrega fue un jaque mate a la muerte. Y con su movida maestra se llevó puesta a toda enfermedad y opresión demoníaca. ¿A dónde está la iglesia que vive estas verdades como su normalidad diaria y que empuja a los nuevos discípulos a ser cristianos recortados con el estándar de Jesús? Es nuestra responsabilidad que este Jesucristo siga caminando a través de su Cuerpo sobre la tierra.
Además, esta es una buena fecha para recordar que la vida cristiana debería llevarnos a ver en Jesús el ejemplo máximo de lo que significa el amor. Porque, con su sacrificio, el Señor definió el amor como la acción de darnos a los demás desinteresadamente. Cero egoísmo, pura generosidad. Un tipo de amor sacrificado que el mundo está desesperado por encontrar.
¿Se nos va dibujando la imagen completa? Si no desempolvamos algo más de lo que Jesús es, la vida cristiana que viviremos siempre será mediocre. Seremos espectadores que se acercan una vez al año, o creyentes que se conforman con ser alimentados y servidos. Porque el Jesús en el que nos enfoquemos será el Jesús que experimentaremos.
Yo no quiero dejar pasar la oportunidad de que te sientas motivado por sus propias palabras: «…todo el que crea en mí hará las mismas obras que yo he hecho y aún mayores…» (Juan 14:12 NTV). Aprovechar la fecha para que decidamos imitar a Jesús un poco más que ayer será el mejor tributo que podamos rendirle. Sé que millones de personas encontrarán esperanza cuando vean a Jesús en nosotros.