Quienes resuelven sus conflictos son aquellos que han aprendido a escucharse, hablando de corazón a corazón, tejiendo una relación sana.

El conflicto es inherente a las interrelaciones; las parejas lo atraviesan. Negar esta realidad es el primer paso para una relación estancada. Por otro lado, reconocer que lo están atravesando y buscar herramientas de resolución es el puntapié inicial para la superación. En los días de conflicto, hace falta el diálogo.

Un ingrediente del conflicto es el malentendido

¡Con cuánta frecuencia las parejas caen en discusiones interminables de las cuales no les es posible salir ilesas! Mal entender es resultado de una mala escucha. Esta, a su vez, puede provenir de la no resolución de conflictos anteriores. Un “oído” atravesado por el dolor, el rencor, la sensación de injusticia o traición, jamás puede propiciar el clima necesario para un diálogo constructivo.

Dialogar en pos de la resolución requiere una escucha activa. Entrar en proceso comunicativo. El diálogo demanda una alternancia en la manifestación de ideas; por eso, implica también silencio y escucha. 

En muchas ocasiones las parejas monologan. Sí, parece que dialogan, pero en realidad lo que ocurre es que mientras una de las partes expresa su opinión, la otra no escucha, sino que elucida, arma, prepara aquella frase con la cual destrozará el argumento ajeno. Así, aunque fluyen las palabras, no existe diálogo posible. Ahí hay un conflicto.

Cómo tener una escucha activa

El diálogo es aquel que favorece la resolución. Debe propiciarse la atención, empatía, comprensión, demora en el otro. Escuchar activamente es poner el enfoque no solo en lo dicho, sino en lo que hay más allá. Es la historia compartida, el bagaje acumulado, las marcas que han ido dejando instancias conflictivas previas. No hay escucha neutra.

Entre las herramientas de la escucha activa pueden mencionarse la disposición para escuchar, el no interrumpir ni menospreciar la opinión del otro/a. Es trabajar el método de la construcción compartida de respuesta a los problemas. Además, implica también suspender el juicio para comprender la base sobre la cual se erigen las palabras, también sentirse escuchados/as solo es posible cuando se ha construido una buena plataforma de confianza. 

El diálogo demanda metacomunicación, aclarar el problema, saber de qué se habla. En algunos casos, la ebullición de palabras cubre la raíz y solo se enfocan los síntomas. Las palabras tienen historia. Lo dicho en el allá y entonces guarda la impronta de aquello no resuelto en un allá y, entonces, late en el discurso.

Entiendo que no hay escucha activa posible sin una trama vincular sana. Para escuchar el corazón del otro es necesario sanar el propio, y en un proceso conjunto sanar el vínculo.

De la abundancia del corazón habla la boca”, dice Mateo 12:34. Así que solo es posible dialogar en pos de la resolución, cuando se habla de corazón a corazón en un clima de profunda confianza. Esa escucha propicia el entendimiento, está descentrada, es decir que la meta es resolver, no tener razón.

Las parejas, para ir a la par en esto de construir un proyecto en común, necesitan entrar en procesos de diálogo comprometido. Es innegable que los conflictos llegan, pero en esos días, ¿escuchan para comprender o para retrucar?, ¿para resolver o para ganar?, ¿se escuchan?… Hacen falta más diálogos, menos monólogos y así sí los resolverán.

Adriana Ocampo de Llano
Ministro Licenciado de la UAD. Lleva adelante una labor docente en el Instituto Bíblico Río de la Plata; Institutos externos e IETE. Forma parte del Equipo Nacional de Escuela Bíblica Sub departamento del DEC, UAD. Es parte del cuerpo docente de la ONG Mujeres por la Nación.