Si bien la presión de la época y de la realidad humana marcada por la temporalidad nos lleva a hacer balances y plantearnos metas por un cambio de año (lo cual claro que es necesario), al entender que somos parte de un Reino eterno y somos uno con Su Rey eterno, debemos tener presente que cerrar un año en nuestro cronos no es cambiar de agenda.

Los meses cambian y pasan, los años cambian y pasan pero no nuestra agenda porque es eterna. Dios mismo la estableció en la eternidad antes de la creación del ser humano.

Y dijo:Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio”, Génesis 1. 26 NVI.

Vemos desde la hoja uno de la Biblia que fuimos creados con un propósito: ser la expresión de Dios en la tierra. Ese es el propósito eterno de Dios, darse a conocer a través de nosotros. Esa es Su voluntad.

Miles de años después de que el primer Adán perdiera este diseño en la desobediencia, vino el Hijo eterno encarnado en humano a recuperar lo que se había perdido. Nuestra eterna Navidad es Dios haciéndose hombre para habitar entre nosotros. Jesús mismo decía para qué vivía y qué es lo que vino a hacer.

 Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra —les dijo Jesús—”, Juan 4. 34 NVI.

Tan importante era para Él hacer la voluntad del Padre que lo definía como Su alimento. Lo que nutría y sostenía Su vida era hacer la voluntad de Su Padre.

¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: ‘Muéstranos al Padre’?”, Juan 14. 9 NVI.

Vemos que en Jesús se cumple Génesis 1. 26: el que ve al Hijo ve al Padre.

La buena noticia para nosotros es que en la resurrección el Hijo fue impartido en nosotros y hoy disfrutamos Su vida en nosotros. Así que podemos decir con seguridad que la cruz nos introdujo, nos bautizó en una agenda eterna.

Sea cual fuere el trabajo que realizamos en nuestro cronos cotidiano, nuestro propósito y nuestra agenda son eternas: disfrutar del amor del Padre y darlo a conocer. Pablo a los Corintios lo expresaba en estas palabras:

“Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado”, 2 Corintios 5. 15 NVI.

Escribiendo a los romanos lo expresaba en estas palabras: “Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, para el Señor vivimos; y, si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor somos”, Romanos 14. 7 – 8 NVI.

A los filipenses les recordaba lo mismo: “Mi ardiente anhelo y esperanza es que en nada seré avergonzado, sino que con toda libertad, ya sea que yo viva o muera, ahora como siempre, Cristo será exaltado en mi cuerpo. Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia”, Filipenses 1. 20 – 21 NVI.

Pero escribiendo a los colosenses lo define de manera magistral: Anunciando el misterio que se ha mantenido oculto por siglos y generaciones, pero que ahora se ha manifestado a sus santos. A estos Dios se propuso dar a conocer cuál es la gloriosa riqueza de este misterio entre las naciones, que es Cristo en ustedes, la esperanza de gloria. A este Cristo proclamamos, aconsejando y enseñando con toda sabiduría a todos los seres humanos, para presentarlos a todos perfectos en él. 29 Con este fin trabajo y lucho fortalecido por el poder de Cristo que obra en mí, Colosenses 1. 26 – 29 NVI.

“Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo”, Colosenses 3. 23 NVI.

Pablo define su lucha y trabajo como presentar a todos perfectos en Cristo. Todo lo hace como para el Señor y no para los hombres. Esta es la madurez que Dios está esperando lograr en nuestras vidas.

Vivir en madurez es vivir crucificados. La cruz como experiencia diaria nos permite avanzar a la madurez, que es ver, entender y vivir de acuerdo a lo eterno instalado en nuestro espíritu por la tecnología de la cruz. 

Madurez es cuando “el mundo” de nuestro ser interior es más grande y fuerte que “el mundo” exterior. Eso es ver a Cristo en nosotros, como les dice Pablo a los colosenses. 

Madurez es ver la centralidad de Cristo y el propósito eterno de Dios atravesando toda la historia humana.

El maduro ya no busca a Dios para que intervenga en su propia gestión, sino que renuncia a sus objetivos personales para entregarse plenamente a la gestión de Aquel que lo llamó.

¡Avancemos a la madurez!

El año cambia, pero la agenda es eterna: que el Padre sea visto y sea glorificado en nosotros en todo.

David Firman
Psicólogo egresado de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Profesor de Enseñanza Media y Superior en Psicología, egresado de la Universidad Nacional de Rosario. Terapeuta Familiar. Bachiller en Teología, egresado en el año 2001 del IETL de Rosario. Pastor en CTHTN Rosario y zona. Escritor y Conferencista.