Hace unos meses hablaba con un colega pastor que me dijo de manera tajante “en la pandemia, las iglesias grandes se harán más grandes y las pequeñas serán más pequeñas”. Le pregunté a qué venía su conclusión, y básicamente me respondió que producto de esa “democratización” de la membresía a la iglesia, en medio de la pandemia, cuando ya el cristiano no tiene esa obligatoriedad de ser parte o estar presente en los servicios de su iglesia, se le presenta delante de su pantalla un buffet de propuestas, y es ahí donde las iglesias con más despliegue tecnológico ganaron.
Por primera vez, muchos evangélicos que solo escuchaban a su pastor pudieron acceder en tiempo real a lo que dicen predicadores de otros países, y varios se dieron cuenta de que la palabra de su pastor no era la única voz. Es más, muchos pusieron en duda hasta su formación cristiana.
Puede ser, quizás este colega tiene razón en un sentido, que ganaron las iglesias grandes, pero hay un factor que no hemos atendido y que viene desde hace años gestándose en el interior de nuestras comunidades, y es el perfil del cristiano posmoderno.
Hace un tiempo leí un escrito de Zygmunt Bauman titulado “De peregrino a turista”. El filósofo y sociólogo describe la búsqueda de identidad del hombre posmoderno en esta sociedad “líquida”, que es alérgica al compromiso, donde todo lo que es a largo plazo se ve con desconfianza y tedio. En este contexto las personas buscan identidades intercambiables, a corto plazo.
Bajo este fenómeno es que el autor describe varios tipos de “peregrinos” que han hecho de su vida una experiencia vital de plazos fijos, con amistades transitorias, trabajos transitorios y relaciones transitorias:
- “El paseante”, que busca comunidad, pero sin comunión, como en un centro comercial o en un concierto; le gusta la compañía pero no busca profundizar con nadie.
- “El vagabundo”, que no tiene vínculos ni residencia. Vive un desarraigo continuo.
- “El turista”, que hace de su vida una búsqueda continua de novedades y estímulos. Está en un lugar que le brinde servicios óptimos hasta que aparece otro lugar más estimulante con mejores servicios.
- “El jugador”, que lo único que busca es ganar, sacar provecho de cada experiencia y de cada vínculo. Y como todo es un juego y no una guerra, la idea es que si termina algo, no debe haber remordimientos ni reproches, “terminamos como amigos”.
Dentro de todos estos perfiles hay algo muy importante, en este mundo en que se hace un camino de peregrinaje sin anclajes, lo más importante es lo estético, es decir, que si soy parte de algo, es por gusto, es para disfrutarlo, no por responsabilidad.
De la mano con este escrito, la doctora española María Rojas Estapé describe estos tiempos como un momento en la historia donde han proliferado los psicodependientes a las emociones, una sociedad más creciente de personas aburridas y estresadas, han encontrado en la tecnología y en sus telarañas de aplicaciones “shots” de dopamina que en lo inmediato les dan consuelo, sentido, alivio, entretención, pero también dependencia.
En síntesis, el hombre de hoy busca un hogar seguro, pero al mismo tiempo teme encontrarlo, porque le abruma el “largo plazo”. Y en esa escalada de emociones y sensaciones, el hombre de hoy se ha transformado en un consumista de emociones.
Por eso, ante lo que me dijo ese colega, si hablamos de números, las iglesias que han sabido bailar al compás de estos tiempos “han ganado”. Pero todo tiene una letra chica, han ganado “turistas”, “vagabundos”, “jugadores” y “paseantes”, que han hecho de su espiritualidad una búsqueda incesante de novedad y montañas rusas emocionales.
Los nuevos asistentes son personas que buscan iglesias cuyos programas parecen más publicidad de cine que un espacio sagrado, personas que buscan más el testimonio del pastor de moda que el testimonio de una comunidad, personas que buscan más un lugar que les haga sentir bien que un lugar que les demande un cambio de vida.
Sin duda que esas iglesias “post covid” han ganado, pero solo hasta que venga otra iglesia de moda y les proporcione servicios más atractivos a este enjambre de cristianos que han hecho de lo novedoso el principal pilar de su espiritualidad.
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”, Mateo 16:24,25.