Para crecer en nuestro rendimiento, en áreas como el trabajo, estudio, la pareja o el servicio, necesitamos dominio propio.

¡Cuántos desafíos nos ofrece la vida cotidiana! A diario enfrentamos decisiones, conflictos, planificaciones y mucho más. Crecer en criterio es un ejercicio necesario en medio de la avalancha de retos que el día a día trae. La vorágine del aquí y ahora, nos sumerge en una carrera interminable. Hace falta detener la marcha y establecer prioridades sobre la base de un creciente dominio propio.

Si hablamos del trabajo, ¡cuánto nos abruma! Ser efectivos, escalar posiciones, sostener el puesto, ser competentes, tomar decisiones éticas, llegar a la meta o al menos no perder el lugar. La realidad es que trabajar puede ser un espacio de gratificación a la vez que un sostén económico; pero las tensiones son variadas y necesitamos hacerles frente para ser efectivos.

El recorrido académico es otro espacio que demanda un criterio inteligente. La vocación es la que nos impulsa a continuar en medio del proceso. Cuánto cuesta alcanzar la meta: tantas presiones, propias y ajenas. Tener un título, alcanzar un promedio, devolver el esfuerzo realizado por los padres con un alto rendimiento; son solo algunos de los retos. 

¡Y qué decir de quienes hemos formado una pareja! la rutina del día a día es compleja. Compromisos, pagos, familia extendida, sexualidad, tiempo libre, sueños compartidos, nivel de prioridades.

Qué pendiente tan alta esos días cuando la rutina deja de estar ligada el desempeño cotidiano para convertirse en asfixia.

Si llegaron hijos a la familia, la lista se hace desafiantemente interminable, así como maravillosamente indescriptible.

Quienes abrazamos la fe, sumamos a lo cotidiano, el servicio. Esas acciones que desarrollamos a favor de la extensión del Reino demandan de nosotros un alto nivel de eficacia. Estar listos, dispuestos, preparados, disponibles. Conocer la voluntad de Dios, responder al llamado, ser obreros aprobados, pertinentes a la necesidad, demostrar una vivencia espiritual. Consumar destino, amar de tal forma que en nosotros conozcan el amor de Jesús; pequeña tarea diaria.

La performance hace referencia al desempeño que cada uno de nosotros realiza en el recorrido hacia el cumplimiento de las metas. Una buena performance nos permite cumplir con las demandas, alcanzar las expectativas. Allí surgen los dilemas:  en el cruce entre los ideales y la realidad, que nos deja en un lugar gris, agobiante. 

Frustración, angustia, fatiga, irritabilidad, intolerancia, desconcierto; son algunas de las emociones que experimentamos en ese recorrido que se presenta como un rally contra el tiempo. Esto de alcanzar un mayor nivel de rendimiento se transforma en rendir un examen eterno. 

Entonces,  ¿qué podemos hacer? 

Alinear mente y corazón; establecer prioridades entre lo urgente y lo importante. Crecer en dominio propio para que nuestras motivaciones a la hora de decidir por dónde seguir, surjan de emociones pensadas. Ese es el hilo conductor, crecer en rendimiento se hace posible cuando adquirimos ese criterio como una herramienta para los avatares cotidianos.

Mucho se habla hoy de la educación emocional. En realidad el tratado de educación emocional por antonomasia es ¡la Biblia! En ella encontramos las mejores recetas para enfrentar la vida y los desafíos cotidianos. Es gratificante ir superando escollos y crecer emocionalmente, adquirir dominio propio para poder decir: “Todo me es lícito, pero no todo conviene…” (1 Corintios 10:23, RVR1960). De esta forma nuestro rendimiento crecerá y nuestras relaciones interpersonales serán bendecidas.

Según la educación emocional, nuestras emociones son el resultado de lo que pensamos. Para que la performance crezca, necesitamos ser conscientes de lo que pensamos, porque ese juicio afecta el ámbito emocional. Adquirir mayor dominio propio se vincula con la demora en ese cruce entre las expectativas y la realidad, que nos habilita para trabajar racionalmente sobre los estallidos emocionales.

Nos preguntamos si el dominio propio es sobre lo que pensamos o sentimos. Aquí está el centro de toda esta cuestión, porque el dominio propio es una acción personal, así que si logramos pensamientos maduros y saludables, ya no seremos regidos por emociones descontroladas y nuestro rendimiento será mayor.

Pasajes bíblicos como “… llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo” (2 Corintios 10:5, RVR1960), o aquellos que se refieren a nuestro enfoque “… todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable (…) si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8, RVR1960) o esto de “ ser renovados en la actitud de su mente” (Efesios 4:23), son evidencia del trabajo que necesitamos sobre los pensamientos antes que sobre las emociones. 

Cuando lo que pensamos está atravesado por la luz de la Palabra, lo que sentimos es un reflejo de esa luz. Así podremos ejercer dominio propio, nuestro juicio cotidiano será más amplio, nuestras emociones enriquecidas y nuestro desempeño eficaz. Dejemos que quien afine nuestra mente y corazón sea la mano del Espíritu Santo. 

Adriana Ocampo de Llano
Ministro Licenciado de la UAD. Lleva adelante una labor docente en el Instituto Bíblico Río de la Plata; Institutos externos e IETE. Forma parte del Equipo Nacional de Escuela Bíblica Sub departamento del DEC, UAD. Es parte del cuerpo docente de la ONG Mujeres por la Nación.