Diciembre de 2020 parece un deja vú de agosto de 2018, sólo que con más calor. Pero, más allá del clima, los argumentos a favor o en contra del aborto son los mismos que se presentaron dos años atrás, solo cambió la fecha.
Y si hablamos de calendario, no puedo dejar de pensar en algunos datos que revisten de cierta alevosía. Es que el proyecto de ley presentado por la Secretaria Legal y Técnica de la Presidencia, Vilma Ibarra, esta vez tuvo una certera puntería y se promovió el día mundial del prematuro. Y hoy, 10 de diciembre, en el día internacional de los derechos humanos, se le quiere dar media sanción en Diputados a un proyecto que de humanidad no tiene nada.
Pero resta aún más, si hoy llegara a recibir media sanción, es muy probable que el Senado defina el futuro de la ley en nuestro país el 28 de diciembre, el Día de los Inocentes, otra fecha especial ya que se recuerda la matanza de los niños por edicto de Herodes, en los días de Jesús ¿Será que otra vez quieren tomar la vida de los hijos?
Y todo esto se hace con la bandera de los derechos humanos, olvidando que los niños por nacer también son seres humanos y, por lo tanto, sujetos de derecho. Pero se los olvida al punto tal de hacerlos innombrables, al punto tal de que en este escueto debate la palabra “bebé” estaba proscripta. No se nombra, por ende no existe ¿En qué momento hemos aceptado la censura del pensamiento, de la ciencia, de la realidad que nuestros ojos ven todos los días?
Hace dos años me desperté pensando que la legalización del aborto es uno de los actos menos revolucionarios que pueda existir, aunque se lo quiera vender como como una conquista de los derechos de la mujer. El aborto no es revolucionario, en serio. Sólo mantiene el status quo, y quisiera explicarte por qué.
Las revoluciones se caracterizan, por ponerlo fácilmente, en ver algo que está mal en la sociedad y querer cambiarlo. En lo personal, creo que los métodos y los caminos pueden ser más o menos cuestionables, pero la idea de fondo es que “algo hay que hacer, modificar, cambiar, avanzar, transformar.” La premisa social subyacente es, o debe ser, que la situación que estamos viviendo no puede seguir tal y como está.
Entonces, cuando las mujeres que han pasado por un aborto, lo defiendan o no, dicen que “no se lo desean a ninguna mujer”, porque hay algo en ese acto que las marcó profundamente. Hasta han llegado a usar la palabra trauma para referirse a él. Desde ya y como buenas personas que son, no quieren que otra mujer sufra lo mismo. Y coincido plenamente ¿por qué legalizar algo que no le desean a ninguna mujer?
Pero me pregunto también lo siguiente ¿acaso un papel que acusa de legalidad le va a quitar el trauma, el silencio o el arrepentimiento? Escuchamos a varias mujeres durante este último tiempo contar en las redes sociales su difícil experiencia personal con el aborto. Desde ya que ningún relato fue feliz. Luego están las que gritaron su aborto, casi de manera orgullosa, sintiéndose revolucionarias. Para estas últimas mi pregunta es ¿nos será que gritan porque a las primeras que quieren convencer es a ustedes mismas?
Dejo de lado el desgastado e ignorado argumento de cuándo empieza la vida, ya que la ciencia se ha encargado de demostrarlo muy convincentemente, más allá de cualquier creencia u opinión personal sobre cuándo hay fecundación hay vida humana y no un fenómeno, como nuestro propio ministro de salud de encargó de explicarnos. El aborto no le hace bien a nadie, primeramente al niño que se está gestando, por supuesto. Pero, y esto es necesario que quede claro, tampoco ayuda la madre. El aborto no interrumpe nada, el aborto aborta, el aborto mata. Y en respuesta a las declaraciones del ministro Ginés González García, sí, estamos frente al genocidio más grande de la historia.
Y esto me conduce a responder el segundo argumento de quienes defienden la ley, poco entendible para mí, el cual esboza que “esto pasa porque es un tema de salud pública”. Me pregunto si esto que nos pasa como sociedad, de descartar a los niños y hacerles pensar a las madres que la mejor salida es deshacerse de sus hijos no seguirá sucediendo, de una manera aún peor, si se aprueba el aborto.
Como sociedad deberíamos comprender que lo más revolucionario es trabajar en propuestas solidarias para las mujeres que atraviesan un embarazo no intencional. Hacer propuestas que les permitan seguir adelante y que ganemos todos. Porque hacer legal el aborto y legitimar la muerte, no quita el problema, no se lleva el dolor, no supera el trauma de la pérdida. Solo mantiene el status quo y perpetúa la realidad del descarte.
La verdadera revolución, la alternativa que necesitamos todos, requiere de un compromiso y un camino más largo. La conclusión debe ser simple: el aborto es malo. Y como reconocemos que esto pasa, no queremos que siga sucediendo. Y para eso trabajaremos, para cambiar esa realidad desde una propuesta que no incluya la matanza como solución. Eso sí sería una verdadera revolución y conquista de derechos para muchas mujeres. Esa es la verdadera transformación, la verdadera revolución. Y lo que me llena de esperanza es que Argentina tiene corazón celeste, como nuestra bandera.