Muchas veces se piensa en la vida del misionero como un tránsito único y lineal que va desde el momento en que recibimos el llamado de Dios hasta el día que llega al campo misionero.

Se cree que es un camino donde debemos cumplir una serie de pasos preestablecidos, tildar en una lista una cantidad de ítems: formación bíblica, capacitación misionera, aprendizaje del idioma, compra de pasajes, visado, y listo, ya somos misioneros.

Sin embargo, eso puede dar la falsa impresión de que hay una única vía para formarse como misionero, se puede pensar que este camino es simple y que es igual para todos, por lo tanto, sólo dependería de cuánto nos esforcemos en seguir los pasos al pie de la letra. Llegar al campo, en última instancia, sería una realidad siempre y cuando nosotros estemos comprometidos.

Mi experiencia, y la historia de vida de varios colegas, me han enseñado que el camino a la misión suele ser menos claro, más confuso y caótico, lleno de pasos en falso, de pruebas y errores, de empresas inconclusas, de desvíos y retornos. Todos ellos parte del proceso, muchas veces incluso necesarios en nuestra formación.

Es innegable que, efectivamente, Dios usa cada situación a nuestro favor. Y es normal en algún punto de nuestras vidas mirar hacia atrás, y ver cómo Dios ha acomodado todas las cosas. Pero no debemos confundirnos con una falsa idea de éxito constante de la que muchas veces dependemos para comprobar que estamos dentro de Su voluntad. 

Nuestro proceso de formación puede involucrar muchos intentos frustrados, incontables decepciones, promesas incumplidas y situaciones que se escaparán completamente de nuestras manos. Todo tan lejos de lo que imaginamos, tan distante de lo que entendemos que debería pasar, que por momentos podemos llegar a dudar y preguntarnos si fue verdad que Dios nos llamó, o sólo fue nuestra imaginación. 

Dios me llamó cuando tenía doce años y, a partir de ese momento, me preparé para servir a Dios como misionero. Muchos años pasaron desde entonces, y cuando salí por primera vez, a los treinta años, sentí que no estaba listo. Muchas cosas habían salido mal en el medio, hubo muchos imprevistos.

Todo era demasiado diferente a como lo había imaginado tantas veces. Sin embargo, ése era el momento. Porque el servicio misionero, la vida cristiana, no se compone de un momento ideal atrás del siguiente. Aun estando en Su voluntad. Aun siendo obedientes y dando los pasos que creemos correctos en la dirección que entendemos que Dios nos guía.

Las falsas expectativas son uno de los principales enemigos de cualquier potencial misionero. Leemos biografías de grandes misioneros, escuchamos historias de aquellos que sirven en otras tierras y comparamos sus vidas con las nuestras. Difícil estar a la altura de las circunstancias. Pero si tan solo supiéramos de las luchas que todos atravesamos, seríamos más comprensivos con nuestro propio proceso.

Por eso, si entendemos que Dios nos llamó, y en este momento estamos llenos de dudas, o nos vemos demasiado lejos de aquello que soñamos, tenemos que entender que no somos los únicos. 

Probablemente cada persona con un llamado ha pasado, o esta en medio de una situación similar. Es parte de nuestro proceso hoy, y es necesario que podamos atravesarlo en nuestros propios tiempos. No es una carrera, no es una competencia, es la obra de Dios en nuestra vida. 

Matías Pecile, misionero Asambleas de Dios

Matias Pecile, misionero en Letonia

Nacido en la ciudad de Neuquén. Profesor de Geografía, Bachiller en Teología, Co-autor de los materiales de Manos Pequeñas (una serie gratuita de materiales para enseñar misiones a los niños, disponibles online en www.manospequenas.com). Misionero por 3 años en Polonia, en la tarea de plantación de iglesias. Actualmente misionero en Letonia, responsable del área académica, profesor y parte del equipo de la Escuela Báltica de Ministerio (BSM) www.bsmlatvia.lv. Mail: [email protected], Facebook: Matias Pecile – Proyecto Misionero (@proyecto.misionero.dnm).