El arte importa porque comunica, así como un árbol importa porque produce un fruto, una flor o la mera satisfacción de haberlo plantado y cuidado.
El arte comunica lo que de otra forma quedaría atrapado en el limbo entre el ser y no ser. La naturaleza de la expresión siempre ha sido llevar un mensaje, y cuando esa función se pierde, se pierde la razón del medio, y del emisor. Cualquier comunicador sabe que no es importante solamente el mensaje, sino el canal que lo porta ya que de él depende la eficacia de su cometido.
En nuestro mundo moderno, lleno de estímulos visuales, hemos llegado a incorporar una gran cantidad de información condensada en unas pocas líneas y colores a las que llamamos señales. Las “señales” indican, apuntan o dirigen hacia algo o algún lugar; pero, las señales no poseen nada de eso a lo cual apuntan o indican.
Por ejemplo: supongamos que vamos en nuestro automóvil y encontramos una señal que dice “Ciudad de Guatemala – 50 Km”, algún tiempo después encontraremos una señal parecida que dirá “Ciudad de Guatemala – 30 Km”; pero no importa cuánto nos acerquemos al destino, la señal jamás podrá contener nada de lo que significa la Ciudad de Guatemala; incluso, podríamos encontrarnos con una señal ligeramente diferente que enuncie: “Bienvenidos a la Ciudad de Guatemala”, pero jamás podrá representar en lo más mínimo lo que significa ser o estar en la Ciudad de Guatemala.
Por otro lado, los íconos no son señales, son, más bien, símbolos. En el día a día usamos íconos tan a la ligera debido a su efectividad en transmitir mensajes complejos. El ícono contiene, en alguna manera, medida y calidad, eso que representa. El ícono contiene no solamente sentido, sino significado más allá del que está expuesto a simple vista.
La generación que nació en este siglo jamás entenderá por qué el símbolo de “guardar” en los procesadores de texto es un cuadrado con una forma un tanto extraña, pero presenta un mensaje que es bastante más profundo que el nombre “floppy disk”; y los que conocimos y utilizamos un diskette de 1⁄4 sabemos que ese ícono no nos está llevando a un diskette de ¼ o que se almacenará en uno, sino que en un sistema más complejo, estará guardado el documento en el que trabajamos [sube a la esquina derecha y oprime guardar, por las dudas].
El tiempo es el mejor juez ante el trabajo de un artista
El tiempo devela la fachada de señal o ícono en su obra. Si ha sido una mera señal en el transitar, la gente la olvidará y la dejará en el pasado, como quien olvida una señal en el camino al encontrar una nueva. Pero, si transmite un mensaje que empuja la obviedad y apela a la profundidad del alma y el espíritu, entonces será recordado, reproducido y compartido de generación en generación. Por lo tanto, el verdadero arte tiene características icónicas, de una u otra manera.
Como cristianos y como artistas vivimos por revelación. Es el motor de nuestra existencia y de lo que traemos a existencia. Somos, en palabras de Madeleine L’Engle, “siervos de lo divino plasmando lo eterno a través de la libertad que se nos ha dado en Cristo por medio del arte”.
Así, nuestras producciones como artistas están forzadas a ir más allá de las meras señales que apuntan a un objetivo, sino que quieren ser íconos que comunican un mensaje. Cualquiera puede escribir una frase como: “necesitas a Jesús”, pero se requiere de un artista para comunicar el vacío que experimenta un alma perdida y sedienta por significado y salvación.
Un ícono esconde a plena luz del día reflejos de lo eterno. De la misma forma que La Natividad Mística de Botticelli muestra, no solamente la escena del evento de la encarnación, sino que despliegan entre sus líneas y trazos la unión del cielo y la tierra profetizada en Isaías capítulo 9: la voluntad de María rendida ante la voluntad de su Señor, ya que ahora contemplaba al Dios su Salvador envuelto en pañales, el enemigo derrotado conociendo su final, los ángeles junto a los hombres admirando el misterio del Hijo de Dios revelado ante sus ojos, el cielo abierto ante el Hijo de David unido a la creación mirando al creador, al Verbo hecho carne, la humildad del Hijo de Dios en despojarse de su gloria y volverse un hombre, un bebé, un mortal.
Mientras una señal solo comunica una dirección, un ícono compele esa dirección en su receptor, lo obliga a confrontarse con una realidad que trasciende su existencia.
El arte expresa una complejidad codificada en la obviedad. Comunicamos un mensaje profundo en lo plano de un lienzo, las curvas de la vida en las líneas de un pentagrama y la calidez de las emociones en el mármol frío. Pasamos de ser consumidores de señales a creadores de íconos, receptores de la revelación que, desde lo eterno, susurra Sus palabras.