Marcos 5:24-34 nos cuenta una historia muy curiosa. Debido a la popularidad de Jesús en ese entonces, las multitudes lo reconocían donde fuera, tanto así, que la gente buscaba cualquier manera posible para estar cerca de este hombre milagroso; muchas veces amontonándose y apretándolo.
En una de estas situaciones, Jesús se encontraba rumbo a la casa de un tal Jairo para sanar a su hija, pero en el camino pasó algo aparentemente absurdo: el Maestro se detuvo abruptamente y gritó: “¡¿Quién ha tocado mi ropa?!” A lo cual, un discípulo respondió (como creo que todos nosotros hubiéramos respondido): «¿Te aprietan todos y preguntas quién te ha tocado?».
Pero Jesús no se quedó tranquilo y continuó buscando entre la multitud a la persona responsable. Miró a todos hasta toparse con una mujer que, atemorizada, confesó haberse escabullido para tocar su ropa y ser sana (y lo fue).
Uno puede leer esta historia y hablar solo de la increíble fe de esta mujer. Pero en contraparte también vemos a los otros cientos de personas que estaban en aquel lugar. Y yo me pregunto: si de entre toda esa multitud solo esa mujer logró «tocar» realmente al Señor, ¿los demás qué hacían?
Entonces entiendo que apretar a Jesús no es lo mismo que tocarlo con el corazón; la emoción de estar cerca de un Dios que resulta una novedad no es lo mismo que la fe de vivir en Él, con Él en lo íntimo. Congregarse para simplemente ser uno más de la multitud no es lo mismo que ser parte de la iglesia que realmente lo busca a Él.
¡Animémonos a ser esa persona que no se contenta con «apretar» a Jesús, sino que busca tocar su corazón!