Durante el año 2020 las instituciones educativas se vieron desafiadas por las restricciones sanitarias y desde entonces cambiaron sus sistemas de instrucción al modo a distancia.
La Facultad de Teología Integral de Buenos Aires (FTIBA) se vio afectada directamente en su primer año de apertura y queremos compartir nuestra experiencia dando un balance sobre lo que fue y es la educación virtual.
El beneficio de la virtualidad: del “no” rotundo a “hibridar” el programa
La FTIBA estuvo diseñada desde un principio para ser un seminario de nivel maestría casi completamente presencial. La pandemia y las restricciones resultantes forzaron a repensar la educación y a abrir la posibilidad a lo que habíamos rotundamente negado como sistema educativo: la virtualidad de las clases en su totalidad.
Uno de los grandes beneficios de la virtualidad fue el acortamiento de distancias.
Ante el cierre de fronteras, nuestros profesores internacionales y locales debieron dar sus lecturas por medio de la plataforma Zoom. Aunque lamentábamos su ausencia personal en nuestra institución con los alumnos, la virtualidad también trajo la oportunidad de contactar más académicos internacionales sin la necesidad de exigirles un período del calendario exclusivo, con lo que esto implica en tiempos de traslado y costos.
Los alumnos también tuvieron la posibilidad de ahorrar en tiempos de viaje y de acceder a una educación de nivel maestría al alcance de sus computadoras. Aunque los programas se habían amoldado a la virtualidad, no dejaban de tener la exigencia previamente planteada. Sobre todo, en un ámbito cristiano en el que la institución y los instructores pueden confiar en la moral y la ética de los estudiantes, la calidad educativa nunca estuvo en juego.
Además, ya que la pandemia había tocado el hemisferio Norte antes que al nuestro, los profesores internacionales estaban anticipados a la enseñanza virtual. Los seminarios como el Gordon-Conwell, donde muchos de nuestros instructores actualmente enseñan, ya tenían programas online antes de la pandemia. Por tal motivo, estos profesores no estuvieron extrañados con la virtualidad sino, más bien, contaban con experiencia para poder brindar la misma calidad educativa y compartir sus experiencias con los instructores locales.
Hasta hoy la FTIBA ha logrado agilizar los procesos de educación virtual en un modo impensado originalmente. La pandemia ayudó a repensar el programa de forma híbrida para que tanto los estudiantes y los educadores gocen del beneficio de evitar horas de tránsito y viajes de miles de kilómetros.
La facultad planea volver al plan original de traer a los académicos internacionales de forma presencial, solo que ahora se le dará la posibilidad al estudiantado que vive fuera de la Capital Federal de presenciar las clases de forma virtual.
Los puntos en contra: del cansancio visual a la ausencia mental
Sin embargo, sin tener experiencias previas, los alumnos de la FTIBA se vieron obligados a interaccionar de forma completamente virtual, mirando el propio rostro en primer plano durante todo el tiempo de las clases. Por cuestiones éticas, los profesores pedían a sus estudiantes que, a menos que tuvieran algún motivo especial, sus rostros estuvieran presentes. Esto resultó en una mayor atención, pero también en un agotamiento progresivo por el uso de la pantalla.
Es sabido que el estudiante no está siempre atento a las lecturas dadas en clases presenciales; esto se vio pronunciado en las aulas virtuales. Sumado a que hoy vivimos en una era digital y que las personas conviven a diario frente a las pantallas, el uso de dispositivos electrónicos de forma sistemática también para la actividad educativa provocó un agotamiento visual y mental en casi todos. Como resultado, estábamos ante una presencialidad virtual pero una ausencia mental.
A pesar de la conexión en línea, la interacción personal se vio interrumpida, lo que provocó un mayor aislamiento de las personas.
Normalmente los estudiantes interaccionan entre ellos y con el profesor durante las clases, en tiempos de receso y al terminar las clases. Aunque en la virtualidad los instructores alientan a la interacción y el sistema Zoom permite la opción de separar en grupos las aulas virtuales, las personas se ven inmediatamente aisladas al terminar la conexión.
En síntesis, en la virtualidad no hay un momento de compartir galletitas, un mate o simplemente de un momento distendido en una charla amistosa y edificante entre cristianos. Es el momento de comunión donde vemos la importancia de la presencialidad, en la relación que va más allá de lo académico y somos la iglesia, cristianos reunidos para compartir el amor que Cristo.
Durante el transcurso de la pandemia la virtualidad fue la mejor opción de las instituciones educativas. Este tipo de conexión ayudó a no perder los programas y calendarios académicos. Sin embargo, ha abierto el debate de cuánto se puede llegar a perder o ganar en las aulas virtuales. Sobre todo, cuánto perdemos en materia de comunión y relacionamiento.
Lo que sí es notable es el esfuerzo del estudiante y de los instructores para adaptarse forzosamente a pasar horas frente a una pantalla.
Por un lado, la virtualidad acortó distancias y ha abierto la posibilidad de tomar cursos que antes, por las limitaciones de tiempo y distancia, no se habrían podido hacer. Pero, por otro lado, la virtualidad debilitó el aspecto más básico que nos hace iglesia, y es estar en comunidad en presencia con el cuerpo de Cristo.
Aún así la virtualidad ha sido de beneficio y nos ha permitido evolucionar y repensar nuestra forma de conectarnos y seguir edificándonos. La FTIBA hoy ofrece un programa presencial, virtual o híbrido. Dios, por medio de la pandemia, nos ha mostrado a ir más allá de nuestros límites y fronteras. Tal vez, Él quiera que la iglesia en general también lo haga así y aprendamos a conectarnos por todos los medios posibles.
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