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¿Cuál es la razón y el significado de la Navidad?

Un escrito de Pablo Polischu

La Navidad nos brinda ocasiones para celebrar el evento que ha marcado la distinción más significativa de la existencia humana, considerada en términos temporales –hablamos refiriéndonos a los eventos cronológicos como sucesos registrados “antes” o “después” de Cristo– desde dos perspectivas: extraordinaria, sobrenatural y trascendental, por un lado; ordinaria, natural y trivial, por el otro.

La ocasión festiva representa una buena excusa para complacernos unos a otros, intercambiando regalos, compartiendo comidas, deseándonos augurios de felicidad y enviando tarjetas de deseos positivos, entre otras costumbres culturales.

La Navidad nos provee alegría, por un lado; y nos entretiene frenéticamente al punto de desplazar su significado real, moviendo de nuestra consciencia y anulando la razón por la cual el evento más trascendental y significativo de la historia tomó lugar.

El Dios eterno, inefable, inaccesible, infinito, Creador de los cielos y la tierra, vino a morar entre nosotros, se hizo carne para cumplir el plan de Dios: ser nuestro sustituto y morir en la cruz por nuestros pecados, pagar el precio de nuestra redención y resucitar para justificarnos y hacer la paz con Dios.

Al ascender a los Cielos, se constituyó como nuestro sumo sacerdote y mediador, abogando por nosotros ante la presencia del Padre.

Tales consideraciones raramente entran en el discurso popular. Sin embargo, para los creyentes, la Navidad atesta a la provisión divina concretizada: un Hijo nos ha sido dado; un niño nos ha nacido.

Descendiendo de un trono celestial, Jesús fue alojado en un pesebre. Su nacimiento virginal representó (y representa) un desafío a la razón humana; es una piedra de tropiezo al naturalista, al genetista, al biólogo, al filósofo racional y al teólogo liberal.

El nombre Jesús (el salvador) le fue dado antes de nacer, definiendo su carácter, su función y la razón de su venida.

Si bien el profeta Isaías alegó a los títulos extraordinarios del Mesías (Emanuel, Admirable consejero, Dios fuerte, Padre eterno y Príncipe de paz), el anuncio angelical enfatizó el nombre Jesús, definidor de su ser y su obra: el que salva a su pueblo de sus pecados.

Su nombre provee el propósito, significado y sentido de su encarnación

Nuestro pecado ha sido la causa de su venida.

El afán del ser humano natural es negar, racionalizar, excusar o utilizar términos alternativos en lugar de reconocer tal estado pecaminoso.

Las filosofías seculares desvirtúan la realidad del pecado con sus explicaciones alternativas –ateas, agnósticas, humanistas, racionalistas, naturalistas, liberales– desplazando a Dios de su concernir.

De este modo, se niega la razón real de la Navidad y la eficacia de la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo.

La Navidad nos recuerda que Dios ha enviado su luz a un mundo sumido en tinieblas; nos ha dado el regalo más precioso: su Hijo, el don inefable, Emanuel (Dios con nosotros).

Su nacimiento virginal y su vida impecable lo calificaron como el sustituto perfecto de la humanidad pecadora, el sacrificio sin tacha e impecable que cargaría con el pecado y redimiría a su pueblo.

Jesús no vino como un turista curioso a la tierra ni asumió el rol de un mártir incauto. Dejando su trono de gloria, se anonadó a sí mismo y asumió la forma humana.

Nos amó de tal manera que –a propósito– se entregó voluntaria y decididamente, fue crucificado, murió por nuestros pecados, resucitó y hoy media por nosotros ante el Padre, haciendo la paz y asegurando nuestro destino eterno.

Según la Biblia (1 Corintios 15:45-49), Jesús es el “último Adán” –el representante federal de la raza humana pecadora– quien terminó con la historia y el estado natural del creyente al morir en la cruz por la humanidad.

Jesús es también el “segundo Hombre”, el prototipo de una nueva creación, destinada a gozar de la eternidad con Dios, en Su presencia.

¿Cómo hemos de celebrar esta Navidad?

La razón real por la cual Jesucristo ha nacido escapa a la atención, la percepción y el entendimiento secular: el pecado humano.

Este factor causativo de Su venida brilla por su ausencia en las alusiones hechas a la ocasión festiva. No hay tarjetas navideñas que mencionen tal palabra; no figura en los augurios intercambiados entre parientes y amigos ni en las expresiones musicales populares.

Solo el aspecto navideño positivo figura en las festividades exuberantes: el gozo, la paz y la buena voluntad de Dios, los ecos poéticos de la adoración angelical y la de los testigos humanos de su nacimiento: pastores, su madre, Zacarías y Simeón.

Habiendo reconocido la razón principal por la cual Jesús nació en un día tan especial –nuestro estado pecaminoso en necesidad de redención– prorrumpamos en júbilo y unámonos a los primeros cantores y adoradores del niño Dios.

¡Demos gracias a Dios por su don inefable! Unámonos a los caracteres bíblicos, aquí y ahora:

Unámonos al coro angelicalVenite adoremus: cantemos “¡Gloria a Dios en las alturas! y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad”.

Cantemos con María su Magnificat: “Mi alma magnifica a Dios, mi salvador”. Unámonos a su actitud de sierva y obedezcamos a Dios haciendo caso a Su voluntad.

Unámonos al Benedictus de Zacarías y bendigamos a Dios por su provisión de salvación, en Cristo, la simiente de Abraham, la gloria de Israel y luz a los gentiles, cumpliendo sus promesas.

Cantemos con Simeón y su expresión poética (Nunc Dimittis), al contemplar en devoción al Cristo encarnado en sus brazos, hasta poder decir: “Despide a tu siervo… porque no tengo otra razón para existir; ya he visto lo más grande a ser visto… a Jesús, nuestro Salvador, el Rey de Reyes, el Señor”.

Más allá de la efervescencia de las festividades culturales, celebremos a plena consciencia el hecho de que Dios nos ha dado a su Hijo.

Cristo –su persona, su obra, su redención consumada– es la razón y el significado real de la Navidad.

Más que darnos regalos los unos a los otros y enviarnos tarjetas de augurios, démonos a nosotros mismos y rindamos nuestras vidas en sacrificio a Dios.

FTIBA
FTIBA
La Facultad Teológica Integral de Buenos Aires es una institución inter-denominacional que nace de la Red de Sembradores y tiene el propósito de formar ministros y líderes laicos con la mayor exigencia académica, teológica y bíblica. Actualmente, es la única institución académica en Argentina que provee una Maestría en Divinidad.

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