“Corrige a tu hijo mientras aún hay esperanza; no te hagas cómplice de su muerte”. Proverbios 19.18
El amor sin corrección produce hijos consentidos, la corrección sin amor destruye el espíritu del hijo. Si nuestros padres fueron excesivamente rígidos es probable que esto haya producido en nosotros rechazo a la corrección, llevándonos a ser excesivamente permisivos. Amor, enseñanza, ejemplo y corrección son los cuatro pilares de una educación saludable. Eliminar uno de ellos producirá rechazo y heridas en nuestros hijos.
Veamos en qué consiste cada uno de estos pilares
Amor: ellos deben saber que nuestro amor se basa no en el desempeño o en logros sino en la identidad, en el simple hecho de ser hijos nuestros.
Enseñanza: consiste en una clara instrucción de límites con el fin de proteger al hijo. No podemos disciplinar si previamente no hemos establecido límites claros, con las debidas consecuencias en caso de quebrantarlos.
Ejemplo: es el elemento que nos da autoridad y coherencia al momento de corregir y educar. Sin el ejemplo estaremos violando el principio de la integridad y empujándolos a vivir una vida de falsedad.
Corrección: aplicar las consecuencias establecidas en caso de violar los limites acordados previamente en un contexto de amor y con ánimo de restaurar. No corregir es hacernos cómplices de su destrucción, como lo dijo el rey Salomón y como lo veremos a continuación.
Un ejemplo de lo que puede producir la falta de corrección
El primer libro de Samuel capítulo 3 cuenta la triste historia del profeta Elí y sus hijos. Dios había prometido que bendeciría grandemente a sus generaciones cuando llama al profeta Elí a Su servicio. Sin embargo, la falta de disciplina y corrección frente a la conducta errada de sus hijos hizo que Dios se retractara de Su deseo de bendecir la genealogía de Elí. Miremos lo que Dios le dijo:
Y el Señor dijo a Samuel:
“He aquí, yo voy a hacer algo en Israel, que a quien lo escuche le retiñirán ambos oídos. Aquel día cumpliré contra Elí, de principio a fin, todas las cosas que he hablado contra su casa. Yo le he declarado que juzgaré a su casa para siempre, por la iniquidad que él conoce; porque sus hijos han blasfemado contra Dios, y él no les ha reprochado. Por tanto, he jurado a la casa de Elí que la iniquidad de su casa jamás será expiada ni con sacrificios ni con ofrendas” (1 Samuel 3:11-14).
Al no corregir a sus hijos y llamarles la atención por su conducta corrupta, o ser permisivo y tolerante, Elí se hizo cómplice de su pecado (1 Samuel 2:29-36).
“Elí era totalmente consciente del pecado de sus hijos, pero guardó silencio, y al hacerlo permitió que el pecado y la posterior consecuencia de muerte entren en su casa”.
El diccionario define al permisivo como al sujeto que tiene tendencia a consentir o a dar permisos para ciertas cosas. De este modo, la persona permisiva muestra su flexibilidad a la hora de establecer límites o de ejercer su autoridad. Cuando los padres somos permisivos frente a cosas que ofenden la santidad de Dios, poco a poco el enemigo va distorsionando la manera de pensar y la cosmovisión de nuestros hijos y endureciendo sus corazones.
Cuando llegan a la adolescencia nos asustamos por su conducta pecaminosa y errática. Finalmente, algún día comentamos lo siguiente: “nuestro hijo se perdió este año”. Error, se perdió hace tiempo, pero ahora se hizo evidente lo que el enemigo fue sembrando en su corazón bajo nuestras propias narices.
“Lo que permitimos, ya sea en nuestras vidas o en nuestro entorno genera una cultura y, tarde o temprano seremos gobernados por lo que aprobamos como cultura”.
Ser permisivos frente al pecado es como ver una serpiente venenosa en el patio de juego de nuestros hijos y no hacer nada al respecto. Les recomiendo hacer un recorrido hoy mismo analizando lo que sus hijos consumen, deténgase a escuchar su música, analice sus cantantes favoritos, siéntense con ellos a ver sus películas. Solo de esa manera podrán identificar posibles “troyanos” que buscan destruir su propósito.
El profeta Ezequiel 33:6 nos da una seria advertencia al respecto:
“…Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, éste fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya”. Creo que no hace falta agregar más comentarios a este versículo bíblico. Como padres Dios nos ha dado la responsabilidad de ser los atalayas de nuestros hijos y velar sobre sus vidas para que ningún troyano se les acerque.
La tolerancia es muy peligrosa porque nos obliga a ceder terreno. En nombre de la tolerancia, hemos permitido que el divorcio, las relaciones prematrimoniales y otros vicios de moda sean permitidos en las filas de los hijos de Dios. No debemos confundir amor con tolerancia. Jesús amó a la mujer adúltera, pero antes de que se diera la media vuelta le dio una seria advertencia: “Vete y no peques más”. En otras palabras, te perdono, pero cambia tu estilo de vida.
No podemos adaptar la Palabra de Dios a nuestra cultura y conducta, somos nosotros quienes debemos adaptarnos a ella. Qué bien le haría a la iglesia de estos tiempos volver a escuchar la grabación de la prédica del apóstol Pablo en Romanos 12.2: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta”.
Tengan en cuenta que nuestros hijos nacen con una inclinación hacia el mal, sin pecado, pero con la raíz de la iniquidad en su corazón que brotará cuando crezcan. Por esa razón, si los dejamos elegir solos, escogerán mal.
“La necedad está atada al corazón del muchacho”, Proverbios 22.15.
Por esto, no podemos dejarlos que escojan por su propia voluntad. Debemos pensar por ellos, juzgar por ellos, actuar por ellos, de la misma manera como lo haríamos con un ciego. Nunca los dejen escoger según sus inclinaciones y deseos.