Cómo alcanzar un balance entre servir a Dios de manera directa en la iglesia y dedicar tiempo de calidad a mi vida personal y profesional.

No somos cristianos de puertas para adentro, somos cristianos, hijos de Dios, administradores del Evangelio de Cristo, en todas partes. Si entendemos esto, entonces entenderemos que nuestro ministerio no se aplica sólo a las cuatro paredes de la iglesia y que nuestro propósito es encontrar la perfecta armonía para que podamos ser la misma persona en la iglesia y fuera de ella.

Esta armonía que debemos buscar está altamente ligada a la integridad, como cristianos debemos lograr ser íntegros en nuestra manera de vivir, entiendo que a esto se refiere Pablo cuando le dice a Timoteo “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado”, (1° Tim. 2:15).

Antes de continuar me voy a detener en los conceptos de equilibrio y armonía; ambos refieren a estabilidad, a encontrar el punto justo de un lado y del otro, nada lo puede mover. La palabra equilibrio también puede entenderse como armonía entre dos situaciones que se enfrentan, entre dos cuestiones.

“Gracias al equilibrio podemos realizar muchas cosas, pues el equilibrio nos permite organizar y poner en su lugar cada cosa o actividad que realicemos”.

En cuanto al desarrollo de nuestra vida “personal” Vs. “de iglesia” tenemos el trabajo, la tarea, yo diría que el gran desafío, de lograr la armonía de las actividades que hacemos para una y para otra. Digo gran desafío porque por años nos han enseñado que una cosa es lo que hacemos dentro de la iglesia y otra cosa es lo que hacemos afuera, pero debemos romper esta estructura tradicional en la que muchas veces caemos y nos lleva a un continuo desequilibrio.

Entendiendo que esto no es así, somos y seremos lo que hacemos, no somos dos cuerpos, por el contrario, somos un cuerpo, un alma y un espíritu, por lo que es necesario equilibrar y armonizar nuestro diario vivir sabiendo que nuestra relación con Dios, nuestro compromiso con él, y sobre todo la gran comisión la cumplimos dentro y fuera de la iglesia.

Nuestro trabajo en el Reino de Dios no solo puede ser llevado a cabo dentro de las paredes de la iglesia, si decimos trabajo, también decimos ministerio. Servimos a Dios cuando amamos a otros, servimos a Dios cuando servimos a otros, servimos a Dios cuando en nuestras labores personales y profesionales somos íntegros. No olvides que la integridad es hacer las cosas bien, aunque no te estén mirando. 

En resumen, servimos a Dios cuando procuramos ser una sola persona, la misma dentro y fuera de la iglesia. Cuando logramos todo esto dentro y fuera del ámbito de la iglesia, a nuestro tiempo dedicado, a nuestro servicio prestado, a nuestra vida, a nuestro trabajo le aportamos calidad.

Si entendiéramos la importancia de lograr el punto justo, disfrutaríamos ser ciudadanos del Reino, disfrutaríamos de ser fieles servidores de Dios, he visto en mi vida muchas personas desgastadas por no encontrar el punto justo entre servicio a Dios y dedicación a la vida privada (trabajo, familia, amigos, estudios). Nuestro trabajo es buscar el reino de Dios y su justicia (punto justo), el trabajo de Dios es proporcionarnos las añadiduras. En pocas palabras nada va a suceder si no comenzamos a poner cada cosa en su lugar. El momento preciso para comenzar a hacerlo es hoy. 

Veamos, cuando estamos en la iglesia realizando tareas eclesiásticas lo debemos hacer con amor al prójimo y dedicación, siempre pensando en el bien del otro, buscando aplicar la Palabra de Dios en cada una de nuestras tareas y vínculos; cuando estamos en cualquier otro ámbito, también. 

“No es posible solo ser un buen discípulo de Jesús dentro de las cuatro paredes, vale serlo todo el tiempo. Dice la Biblia que todo lo que hagamos tiene que ser como para Dios”. 

Lee bien lo siguiente: Quizás debas aprender a poner las cosas en su lugar, dándole el tiempo que merece cada responsabilidad, pero de ninguna manera puedes ser seguidor de Cristo de puertas adentro. 

La luz se pone donde haya oscuridad, vos y yo somos responsables de llevar esa luz a todos lados. Y sobre todo a donde más hace falta.

Seamos discípulos de Jesús siempre y en todos lados.