Proverbios 23.26: “Dame, hijo mío, tu corazón y que tus ojos se deleiten en mis caminos”.
Sólo un padre que ha llegado al corazón de su hijo logrará que éste se deleite en los caminos que él transita. Antes de pretender ejercer influencia sobre ellos, debemos conquistar sus corazones para llevarlos al sendero deseado.
Las malas relaciones entre padres e hijos fomentan rebeldía hacia las convicciones paternas y hacia Dios. La mayoría de los jóvenes no se rebelan contra la autoridad, sino más bien contra la ausencia o deficiencia en la relación parental.
Un padre que no llega al corazón de su hijo hará que éste se rehúse a sus convicciones y creencias. Pues en las malas relaciones afloran: el enojo, la amargura, el distanciamiento emocional, el rechazo a la autoridad y todo lo que provenga de los padres.
“Mucho antes de enseñarles a amar a Dios, ellos deben estar seguros de nuestro amor”.
Amarlos abrirá líneas de comunicación, enternecerá su corazón y provocará en ellos el deseo de explorar nuestra fe.
Los conflictos entre padres e hijos conducen a una ruptura en la comunicación, de manera que ya no desearán oír. Un corazón herido por falta de atención es un corazón cerrado. Esta situación provocará una guerra fría que lleva al rechazo de todo lo que amamos o valoramos.
Actitudes tales como la crítica y regaños constantes, una disciplina mal impartida, falta de dedicación, ausencia en momentos importantes de su vida, preferencias entre hermanos, expectativas irrealistas, hipocresía, separación de los padres, son algunos factores que cierran sus corazones para no desear escucharnos.
El espejo
Quizás, antes de pretender “convertir” a nuestros hijos, sería oportuno pedirles perdón por nuestras fallas. Recuerda que nuestros hijos son como espejos, reflejarán lo que esté delante. Si hoy tengo un hijo conflictivo, amargado, rebelde o indiferente a las cosas de Dios, tal vez sea el resultado de lo que sus propios ojos vieron durante años.
Será muy difícil que nuestros hijos crean en un Dios amoroso, cercano, perdonador, si no vieron reflejado en sus padres tales actitudes. En otras palabras, el concepto que ellos tengan de Dios no diferirá mucho de lo que vean en nosotros. Cada día, con cada decisión, en cada palabra, en cada actitud, estamos formando su imagen de Dios, pues ellos no pueden verlo, pero pueden conocerlo a través de nosotros.
Otro error grave consiste en distorsionar el amor de Dios al hacerles creer que, por su conducta y desempeño, obtendrán la aprobación y el amor nuestro como el de Dios.
Es interesante que la Biblia no oculta los pecados de los grandes hombres de Dios: la mentira de Abraham, el adulterio de David, el asesinato y cobardía de Moisés, la borrachera de Noé, etc. Resaltando de esa manera que Dios no los eligió por su carácter impecable, sino que Su Gracia pasó por alto sus actitudes erróneas.
Nuestro mensaje debe ser claro: “Te amo, no importa lo que hagas o dejes de hacer”. El amor no busca razones para amar. En otras palabras, jamás diga a sus hijos que los ama porque se comportan de determinada manera o porque hacen esto o aquello.
“El amor incondicional está basado en la decisión de amar y no en el desempeño del otro”.
Repito, nuestros hijos tienen que entender que no tienen que hacer nada para que los amemos. Porque el amor no se basa en la conducta sino en la identidad, o sea, en “quién eres para mí”.
El amor condicional se fundamenta en aprobación y aceptación de acuerdo a los méritos. En cambio, el amor incondicional dice: “Te amo y punto”. Al igual que Dios lo dice, desde antes que nacieras.
¿Cómo llego al corazón de mi hijo?
1. Siendo un padre presente y no ausente. Nuestros hijos nacen con el deseo de conectarse con nosotros. Somos nosotros lo que nos apartamos y levantamos barreras que les impiden llegar a nuestro corazón.
2. Cesen de criticarlos y comiencen a escuchar el latido del corazón de sus hijos. Cada hijo es diferente y Dios tiene planes para sus vidas que debemos descubrir.
3. Saquen el mayor provecho a las tareas rutinarias de la vida, son excusas para pasar tiempo con ellos y conversar de lo que les interesa. Por ejemplo, cuando lavan los platos, cuando los llevan al colegio, etc.