El día comienza temprano. Suena el despertador. Nuestros pensamientos parecen no haber descansado. Ellos emergen como el sonido de los pájaros que anuncian la salida del sol, o como el sonido de la estridente bocina del colectivo que tiene su parada en la puerta de casa.
Porque si hay algo que es cierto y de lo que todas podemos dar fe, es que hay días… ¡y días! Los hay de aquellos que comienzan entre sueños con una hermosa canción de adoración, pero también los hay de los otros, en donde pareciera que las preocupaciones y los “ruidos mentales” se despiertan antes que nosotras.
Sin embargo, vemos que el Salmista tiene una forma diferente de comenzar sus mañanas, en el Salmo 57:8 nos dice “Despiértate, alma mía, despiértense arpa y lira. Con mi canto despertaré al amanecer”.
En primer lugar, podemos ver que David le da una orden a su alma, le indica que debe despertar, no es sólo su cuerpo físico el que despierta, sino que intencionalmente le habla a su alma para que despierte y tenga un encuentro con Dios.
Pero si prestamos atención, él también nos está diciendo que es su canto, es su voz, la que hace que el nuevo día amanezca. Es su adoración la que hace salir el sol sobre su jornada y sobre sus circunstancias. Es su oración de dependencia la que alinea su vida con el cielo.
Podemos decir entonces que los Salmos nos están dando un sabio consejo para encarar nuestro día a día, aún por difíciles que sean. David escribe este salmo en un contexto nada alentador, él estaba escondido en una cueva evitando su muerte en manos del rey Saúl.
Hay un acto espiritual central en las palabras de David, es algo obvio que muchas veces olvidamos y en lo cual ni siquiera nos detenemos a pensar. Antes de cada acto espiritual, algo sucede. Antes de adorar, antes de orar… simplemente ¡elegimos hacerlo!
Una cuestión de decisión
Cada una de nosotras tomamos millones de decisiones al día, la gran mayoría de las veces estas decisiones son automáticas. Incluso no elegir es también una forma de hacerlo. Como hijas, hechas a su imagen y semejanza, compartimos con la naturaleza de Dios, la capacidad de elegir. El libre albedrío es el centro de la esencia de Dios, incluso Él nos da la capacidad de elegirlo, esta iniciativa de Dios está basada en el amor, porque sabemos que el verdadero amor sólo sucede en un contexto de libertad.
Por eso hoy te invito a que seamos intencionales a la hora de enfrentar este tiempo tan difícil que nos toca vivir. No hay forma en que podamos pasar esta temporada de oscuridad si frente a nuestros ojos no sale la “estrella de la mañana”.
No hay posibilidades de no sentirnos abrumadas por la incertidumbre si no decidimos cada mañana despertar con nuestra voz al “sol de justicia”. Hay poder sobrenatural en tu voz y en mi voz, cuando nos levantamos en adoración. El enemigo quiere que callemos porque sabe la autoridad que infunden nuestras palabras y como pueden transformar el ambiente en el cual nos movemos.
Hace un tiempo escuché una comparación que te quiero compartir: “estar en la presencia de Dios es como tomar sol. No nos esforzamos por broncearnos, simplemente eso sucede por estar expuestas a los rayos del sol, de hecho, no lo notamos inmediatamente. Puede ser que unas horas más tarde nosotras mismas y los demás notemos que tomamos sol porque el color de nuestra piel cambia. En nuestros tiempos de búsqueda de su presencia, de adoración, de oración, estamos absorbiendo por la fe los rayos de su unción. Más adelante notaremos en nuestras decisiones que estuvimos allí”.
Cuando decidimos apartar un tiempo en su presencia, estamos decidiendo que es lo que queremos que suceda aun en nuestro futuro. Es allí donde nos posicionamos con Cristo en los lugares celestiales y nuestra mirada se enfoca en lo verdaderamente importante. En su presencia recibimos la vida del Espíritu Santo.
Muchas veces queremos una vida abundante pero no estamos dispuestas a ir a su vertiente a tomar esa agua de vida.
Cuando vamos a Él en adoración, Dios irrumpe, nos invade y nos llena.
Miriam Bloise.
No sé vos… pero yo puedo escuchar la voz del Rey que te dice, que me dice: “Te estaba esperando para que despertemos al nuevo día, necesito tu voz para desplegar mis propósitos en tu hogar, familia, trabajo, iglesia, ciudad, nación y hasta lo último de la tierra. Vení a mi encuentro, mis oídos están atentos a tus oraciones. Ya tenés mi favor, ya extendí mi cetro de justicia sobre vos. Te elegí para este tiempo, sos parte de mi propósito para este tiempo«.