¿Cómo reconocer si esa confesión no es meramente una acción intelectual o si verdaderamente fue hecha desde una fe sincera?
El evangelismo es una sublime tarea que nos fue encomendada por nuestro Señor Jesucristo antes de su ascensión; tal vocación nos mantiene activos y no nos deja estar ociosos, pues cumplir con la Gran Comisión es el deleite de cada cristiano.
Este llamado a predicar es hecho a todos los creyentes, para que la tierra sea llena del conocimiento de la gloria de Dios, y sabiendo que todo el que invocare el nombre del Señor será salvo. Por eso podemos afirmar que hermosos son los pies de los que anuncian la paz. Porque Dios nos envía a predicar, para que los que oigan, crean, y para que los que crean, invoquen, y para que los que invoquen, sean salvos (Romanos 10:14-17).
Ahora bien, debemos entender que la Salvación le pertenece al Señor y que la maravillosa conversión de un pecador es una obra completa del Espíritu Santo. Por tal motivo, no debemos reducir este poderoso milagro a un puñado de métodos, pasos o estrategias.
No podemos creer que una persona, por el simple acto de repetir o leer una oración, recibirá a Cristo y su Salvación.
Víctor Doroschuk, pastor y fundador del ministerio Vida y Paz.
La oración de entrega fue acuñada por algunos siervos de Dios en cruzadas evangelísticas como forma de concluir un mensaje inspirado por el Espíritu Santo, brindándole la oportunidad a los oyentes de tomar la decisión de arrepentirse y aceptar a Jesús como Señor y Salvador. Sin dudas, millones de personas pasaron de muerte a vida gracias a esta predicación.
Sin embargo, muchos otros, queriendo imitar métodos y estrategias, con la buena intención de cumplir con la Gran Comisión, han estandarizado erróneamente este acto llevándolo lejos de una verdadera actividad espiritual.
Romanos 10:9 dice: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para Salvación”.
No debemos separar lo que Dios ha unido, creer y confesar son dos obras provocadas por el mismo Espíritu y manifestadas por la misma fe.
El corazón que oye la palabra de Dios y cree es compungido y llevado a ver su propia miseria y movido a reconocer su imperiosa necesidad de Cristo como único y suficiente Salvador. La confesión con la boca es una reacción natural de lo que se ha creído con el corazón, porque no se puede callar lo que se ha visto, oído y creído.
La fe sin obras es muerta y la confesión es una de esas obras que evidencian la presencia de una fe no fingida.
Víctor Doroschuk, pastor y fundador del ministerio Vida y Paz.
Pero ¿Cómo reconocer si esa confesión no es meramente una acción intelectual o si verdaderamente fue hecha desde una fe sincera? He aquí la respuesta: la confesión que exalta y glorifica al Señor y por ende asegura haberlo recibido, es aquella que se hace continuamente; no es una acto aislado, único e irrepetible, sino todo lo contrario, quien verdaderamente cree, invocará al Señor en todo tiempo y en todo momento, en sus angustias y en sus alegrías, en sus luchas y en sus victorias, en el desierto y en la abundancia. El creyente tendrá este sello distintivo, reconocerá que el Señor es su Salvador por toda la eternidad.
Observen sus propias experiencias y notarán que la confesión ha sido su estandarte, que lo han levantado miles de veces en sus vidas, desde el día en que decidieron creer hasta la actualidad. Por tal motivo debemos enseñar a la gente que confesar a Cristo debe ser un acto recurrente en nuestro caminar cristiano y que debemos sostenerlo a lo largo del tiempo.
La confesión que nace desde un corazón creyente, se manifiesta primeramente en la boca, pero también se extiende a otras expresiones. El bautismo y el participar de la cena del Señor forman parte de la misma confesión, igualmente congregarse periódicamente y anunciar el evangelio constituyen actos propios de obediencia y de confesión.
Podemos decir que con la primera confesión el espíritu es iluminado y la persona comienza a tener vida espiritual. Pero esto no queda todo allí, sino que esa vida espiritual alumbra al alma, haciendo que la mente y el corazón sean embebidos por su poder transformador, de tal manera que la persona tenga pensamientos y sentimientos regenerados, cambiando su manera pensar, de sentir y de vivir.
Esta maravillosa obra que comenzó confesando a Jesús como Señor y Salvador, termina impactando aun hasta el cuerpo, pues la santificación abarca hasta los aspectos físicos, al consagrarse el cuerpo como templo del Espíritu Santo.
En todo este proceso, nuestra fe es puesta a prueba continuamente, y Dios así lo permite para nuestro beneficio, por eso el cristiano atravesará por diversas aflicciones, a fin de que, confesando en cada una de ellas que Cristo es el Señor, sea purificada y hallada en alabanza, gloria y honra cuando Jesucristo sea manifestado, a quien amamos sin haberle visto y en quien, creyendo, nos alegramos con gozo inefable (1 Pedro 1:8).
Tanto en la angustia más profunda como en la bendición más grande, debemos alzar nuestras voces y proclamar que Cristo Reina.
Víctor Doroschuk, pastor y fundador del ministerio Vida y Paz.
Particularmente este es un tiempo donde los verdaderos cristianos debemos confesar la Palabra de Dios. Debemos elevar nuestra voz y proclamar que Dios es todopoderoso, debemos mostrar en el mundo espiritual que nuestra fe está intacta, que creemos, confiamos y esperamos en Él, porque no se dormirá quien nos guarda, ni se cansará quien nos protege. Así mismo debemos proclamar en el mundo natural las verdades eternas, porque Dios no ha cambiado, los cielos y la tierra pasarán, pero su Palabra permanece para siempre.
Te animo a que no ceses de confesar y de proclamar en quien has creído, porque del fruto de tu boca se llenará tu vientre y te saciarás de lo que sale de tus labios. Recuerda, la muerte y la vida están en poder de la lengua, confiesa a Cristo y vivirás.