La palabra evangelio viene del griego «euangelion» (εὐαγγέλιον) y significa: «Buena noticia» o «buen mensaje».
En el mundo antiguo se usaba para anunciar grandes acontecimientos: una victoria militar, el nacimiento de un emperador… Pero esta Buena Noticia no viene de un imperio, ni de una dinastía que se desvanece. Este es el Evangelio de Dios. Es el mensaje que Dios preparó desde siglos atrás, revelado por los profetas, y manifestado en Jesucristo. Un mensaje que no cambia, que no caduca, y que tiene el poder de salvar.
Porque el cielo tiene algo que decir. Porque Dios tiene un mensaje que quiere que todo oído escuche. Porque Dios es el dueño de este mensaje, y Él ha abierto una puerta de gracia al pecador.
El Evangelio es el mensaje de Dios al hombre.
Confirmación apostólica — ¡No es un invento humano!
- Romanos 1:1 — “Apartado para el evangelio de Dios.”
- Romanos 15:16 — “Ministrando el evangelio de Dios…”
- 1 Tesalonicenses 2:2 — “Anunciamos el evangelio de Dios en gran oposición.”
- 1 Tesalonicenses 2:8-9 — “Os predicamos el evangelio de Dios, y nuestras propias vidas.”
- 1 Pedro 4:17 — “¿Qué será del que no obedece al evangelio de Dios?”
Cuando predicamos y proclamamos las buenas nuevas, hablamos de parte de Dios. La invitación es de Dios, el llamado al arrepentimiento es de Dios, el Evangelio es suyo, su mensaje al hombre.
“El evangelio no es una doctrina de hombres, sino de Dios, proclamada por el cielo, y confirmada por la sangre de Cristo.” — Juan Calvino (Institución de la Religión Cristiana, Libro III)
Y, sin embargo, Pablo llega a decir: “Mi evangelio.” (Romanos 2:16; 2 Timoteo 2:8) ¿Por qué?
Porque cuando el evangelio de Dios te alcanza, cuando lo crees con el corazón y lo proclamas con tu vida, ya no es solo un mensaje que repites… es una verdad que respiras.
Llega un punto donde el evangelio no solo está en tus labios, sino en tus decisiones, en tus lágrimas, en tu gozo.
Se convierte en tu lenguaje, en tu carga y en tu canción. El evangelio no es solo algo que se comunica, es algo que te consume… y te transforma.
Cada vez que proclames el evangelio, ten muy presente: no escuchan tu invitación, escuchan la invitación de Dios. Y si lo rechazan, no rechazan tu palabra, rechazan la voz del Dios que llama.
“Ignorar o rechazar el evangelio es insultar al Dios santo que ha provisto el único camino de reconciliación.” — R. C. Sproul.