“Vi a Dios sentado en un trono muy alto… Entonces exclamé: “¡Ahora sí voy a morir! Porque yo, que soy un hombre pecador… he visto… al Dios todopoderoso. En ese momento, uno de los serafines voló hacia mí… me tocó los labios, y me dijo: “… Dios ha quitado tu maldad y ha perdonado tus pecados”. Enseguida oí la voz de Dios…’”, Isaías 6:1-9 (TLA).
¡Sin santidad no existe revelación! Isaías vio a Dios, pero solo escuchó su voz cuando fue santificado: “Dios… ha perdonado tus pecados. Enseguida oí la voz de Dios”. Zacarías 3 relata que Josué vio a Dios, pero recién escuchó su voz cuando sus ropas sucias fueron mudadas en señal de santificación: “Mira he borrado tu pecado… Esto dice el Señor Todopoderoso…, Zacarías 3:4-7 (PDT).
¿Te resulta difícil escuchar la voz de Dios? ¡Prueba con la santidad! Los grandes avivadores no subestimaban sus resultados. Por ejemplo, Evan Roberts resumía la vida cristiana en cuatro principios, dos de los cuales se referían a la santidad.
¡Sin santidad no existe ministerio poderoso!
Isaías fue designado mensajero de Dios después de haber sido purificado. La falta de santidad te aleja del ministerio guiado por el Espíritu Santo y la santidad te trae de regreso.
La santificación marcó el comienzo de un ministerio exitoso en Isaías y la santidad lo mantuvo en él. No te confundas. No fue su don profético ni sus acertadas profecías las que hicieron que Isaías fuera grande, sino su carácter.
Solemos deificar a quienes poseen grandes talentos o unciones sobrenaturales. ¡Cuidado! Cuando Pablo instruyó a Timoteo acerca de los requisitos para un líder no dijo nada acerca de dones deslumbrantes o unciones milagrosas. No dijo que escogiera a quienes resucitan muertos, sanan enfermos o interpretan lenguas. Más bien exigió que sean irreprensibles, fieles a sus cónyuges, que no sean deshonestos con el dinero y que sepan controlar a sus hijos, entre otras cualidades de carácter, 1ª Timoteo 3.
El nombre de Dios es deshonrado y la expansión del Reino se detiene cuando se permite que gente con unción, pero sin carácter, asuma posiciones de liderazgo. “Los dones edifican la Iglesia, pero no autorizan a las personas a estar en el frente”, Lee Grady.
¡La santidad precede al fuego!
¿Recuerdas las palabras de Pedro a quienes se acercaron al aposento alto en Pentecostés? “Cada uno de ustedes debe arrepentirse de sus pecados y volver a Dios, y ser bautizado en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados. Entonces recibirán el regalo del Espíritu Santo”, Hechos 2:38 (NTV).
Observa la secuencia: arrepentimiento, bautismo en agua y bautismo en el Espíritu. Y Pedro dijo que este es el modelo a seguir por siempre: “Esta promesa es para ustedes, para sus hijos… para todos los que han sido llamados por el Señor nuestro Dios”, Hechos 2:39 (NTV).
Si quieres un Pentecostés, la santidad es parte esencial en el paquete. Codiciamos el poder, pero rechazamos la santidad. Nos seducen las manifestaciones sobrenaturales, pero resistimos el fuego purificador del Espíritu. Esto no debe ser así.
Para limpiar nuestras vidas debemos combinar las disciplinas espirituales. No rechaces lo que Dios haya escogido como bendición para ti. Él se comunica mediante una variedad asombrosa de posibilidades.
Por ejemplo, la esposa de Cantares buscó a su amado en casa y no lo encontró, entonces lo buscó fuera de la aldea, Cantares 3:1-4 (PDT). Si no encuentras a tu amado en el lugar secreto haz un retiro espiritual. Si aun así no lo hallas, agrega el ayuno. Daniel lo hizo y tuvo revelaciones extraordinarias.
“Daniel… Dios escuchó tu oración desde el primer día en que decidiste entender las cosas difíciles y humillarte con ayuno…”, Daniel 10:12-14 (PDT). Daniel acudía al trono de la gracia en oración todos los días, pero Dios reservó la revelación de algunos misterios solo cuando unió el ayuno a sus oraciones.
No rechaces ninguna de las disciplinas espirituales porque la que no practicas podría ser la que Dios quiera usar para revelarte su voluntad. Tal vez no recibes tanta luz como deseas cuando buscas a Dios en el lugar secreto y sí cuando asistes a las reuniones congregacionales.
Quizás esa disciplina espiritual que te parece menos importante sea la que Dios ha escogido para coronarla con la bendición más especial para tu alma.