Aktash (su seudónimo) es un evangelista de origen musulmán en Asia Central que ha superado innumerables adversidades desde su niñez. Nació sordo en una sociedad que considera esta condición una “maldición de Alá”, enfrentándose al rechazo tanto familiar como social.
Sin embargo, su vida dio un giro inesperado cuando conoció a un cristiano sordo que le compartió el mensaje de Jesús. Este encuentro no solo transformó su vida espiritual, sino que también le devolvió la audición. Aceptar a Cristo le brindó una nueva perspectiva y despertó en él el deseo de llevar amor y esperanza a otras personas sordas marginadas, ofreciéndoles la aceptación que él mismo anhelaba.
La empatía de Aktash por los sordos nace de su experiencia personal de aislamiento. “Mis padres nunca me mostraron afecto ni intentaron aprender el lenguaje de señas para comunicarse conmigo”, recuerda.
Esa soledad lo impulsó a buscar una conexión más profunda, y cuatro años después de unirse a una comunidad cristiana para sordos, aceptó a Jesús. Desde entonces, su vida ha sido transformada: abandonó hábitos destructivos y creció en su fe, sintiéndose llamado a compartir el evangelio con otros sordos que, como él, necesitaban conocer el amor de Cristo.
Hoy, Aktash es un evangelista comprometido, consciente de los peligros que enfrenta en Asia Central, donde compartir la fe está estrictamente prohibido y puede ser castigado. A pesar de las amenazas de arresto, afirma: “Dios no me dejará, porque estoy haciendo Su obra”.
Con una bicicleta que considera un regalo de Dios, recorre largas distancias para llevar un mensaje de esperanza y salvación a personas sordas en áreas remotas. “Los sordos tienen sed de la palabra de Dios y, a pesar de los riesgos, yo hago Su obra”, declara con convicción.
La provisión de Dios es evidente en la vida de Aktash y su familia. Aunque pasa semanas fuera de casa, confía plenamente en que Dios cuida de sus hijos y satisface sus necesidades, siendo testigo de milagros cotidianos que le confirman la fidelidad divina.
Según Puertas Abiertas, su historia refleja un impacto profundo en una región donde unas 800.000 personas sordas enfrentan retos sociales y económicos significativos. Gracias a donaciones, muchos cristianos sordos han aprendido a leer, escribir y comunicarse en lengua de señas, lo que les ha permitido transformar sus vidas y vislumbrar un futuro lleno de nuevas oportunidades.