Cuando Marta le dijo a Jesús: “Señor (…) si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”, Jesús no le dijo: “No llores, yo tengo poder para resucitarlo”. Esa no es la sustancia del Dios en el que decimos creer. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:20-25).
La resurrección es una persona. Cristo es la resurrección, y todo el que cree en Él, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que viva y crea en Él, no morirá eternamente. Lo más notable no fue que resucitara Lázaro, sino que lo conocieran a Jesús como resurrección.
La Palabra de Dios nos deja saber con claridad que el dominio de la muerte deja cautivo para siempre a todo el que recibe, de ahí no se regresa, pero no pudo retener al Señor.
La resurrección enseña que la muerte no tiene la última palabra.
Fabian Liendo, líder de Kysko.
El mismo Cristo glorificado le dijo a Juan: “Soy el que vive; estuve muerto, pero mira: ahora vivo para siempre” (Apocalipsis 1:18, PDT).
La resurrección no es un evento
Ella es la sustancia del Hijo que se manifestó para gloria del Padre, coronando así la historia de la redención. Expresándose como la piedra angular de la edificación divina, como el único fundamento del Evangelio y la garantía de la vida eterna.
Todo sacrificio expresado en la cruz cobra sentido en la consumación de la manifestación de la resurrección en la persona de Cristo para garantizar la “nuestra”.
La resurrección expresa la naturaleza de un pacto de carácter divino y eterno que es puesto de manifiesto garantizando la derrota de la muerte y un retorno a la vida y la gloria para la que fuimos creados.
Nos dice la Palabra de Dios que este pacto divino entre el Padre y el Hijo permaneció oculto en la eternidad de Dios, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes también Él quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio; que es “Cristo en vosotros”. Esta es la única esperanza de ser devueltos a la gloria de la que habíamos sido destituidos, el único motivo por el cual fuimos creados, deleitándonos, expresando y dando a conocer su gloria manifestada en su propio hijo.
Fuimos creados para su gloria, y la resurrección es la que abre la puerta a la más profunda identificación con la obra redentora de Cristo en la cruz y el más específico acto de sustitución que nos incluye en Él. Esta nos hace parte de su cuerpo y logra que la experiencia de Cristo sea, por pura gracia de Dios, nuestra experiencia.
Crucificados, muertos, sepultados y resucitados “juntamente” con Cristo. Cuando Él estaba en la cruz nosotros estábamos en Él. Cuando resucitó nosotros estábamos en Él. Así es como Pablo describe nuestra identidad como hijos, muertos a nosotros mismo y vivos en cristo Jesús:
Necesitamos acelerar los procesos de asimilación de esta verdad que es “Cristo en nosotros”, para que su expresión como “resurrección” sea manifestada en la fe del Hijo de Dios y afecte por completo toda nuestra existencia.
La resurrección es tan inmensa que está en el eje gravitacional de la esperanza eterna de todo nuestro bendito planeta. Esta es la gran noticia ¡Cristo resucitó! Y fue el Hijo y la gloria del Padre que destruyeron para siempre las ataduras de la muerte para traernos la vida y la inmortalidad.
Cuando medito en esto, suelo pensar en mi propia indignidad, sé que no lo merezco, pero luego recuerdo que Él es quien se acercó a nosotros, Él es quien nos amó primero. Eso significa que no necesitamos esconder nuestra falta, la enfermedad tiene cura y existe desde tiempos eternos y por su infinita gracia la vida y la salvación han sido manifestadas en su Hijo.