En muchas iglesias, los divorciados se consideran peligrosos, sospechosos, algo así como una bomba de tiempo. Y quienes fracasan en un proyecto matrimonial tienden a ser la demostración rotunda, para muchos ministros y congregantes, de que son personas de las cuales se debe tomar distancia en la comunidad religiosa. Lamentablemente, esto no sucede por una preocupación genuina hacia el proceso que atraviesan sino para ubicarlos detrás del “biombo” del quehacer ministerial y así evitar que contaminen a otros.
Es increíble, pero varios líderes piensan que esto de divorciarse “se le puede pegar” a otros matrimonios. No lo dicen abiertamente, pero en sus acciones lo demuestran. Y tratan a los divorciados casi como a los leprosos de antaño a los que nadie quería tocar para no contaminarse. Así deben permanecer los divorciados en la iglesia, a una distancia prudente, ni tan lejos como para que se vayan y dejen libre una banca, ni tan cerca como para que se involucren en el servicio.
no debemos abordar el drama humano de la pareja con versículos bíblicos utilizados de manera literal, sin interpretar y cotejar la realidad de dónde estamos ubicados temporal y socialmente
Una pregunta que muchos se hacen es por qué se separan los cristianos. Más aún cuando se trata de un matrimonio comprometido en las actividades de la iglesia. Se dice que, en muchos casos, cuando una pareja se separa, por lo menos uno de ellos lleva cuatro años pensándolo.
En estas circunstancias, el divorcio es la firma del acta de defunción a la que precedió una larga agonía en la relación que llevó al final de pareja: sometimientos y abusos psicológicos o físicos, matrimonios precoces sin preparación ni consejerías previas, uniones como producto de hijos no planificados, infidelidades, problemas de adicciones, etc.
Es tan complejo este asunto del divorcio, social y doctrinalmente, que se nos convirtió en un problema tabú que rara vez abordamos los pastores. De hecho, son casi nulas las pastorales para los divorciados.
JESÚS HABLA SOBRE EL DIVORCIO
Jesús no se caracterizó jamás por esquivar temas. Lejos de hacerlo, vemos un registro de la confrontación entre el Maestro y los escribas, relatado en los evangelios sinópticos (Mateo 19:9; Marcos 10:1-12; Lucas 16:18). En Mateo, la tradición propone una cláusula diferente en la discusión y dice que, en caso de fornicación de la mujer, el hombre puede repudiarla. Eso ya da cuenta de que las tradiciones no eran monolíticas.
Los hombres judíos se podían separar de su mujer cuando quisieran. El divorcio era unilateral. La mujer judía, salvo excepciones en las que provenían de familias adineradas, nunca podían separarse unilateralmente de su esposo, aunque él fuera el peor cónyuge.
Aún más, los hombres no solo podían divorciarse cuando quisieran, sino que podían repudiarlas sin carta de divorcio. Esto significaba una desgracia sin precedentes para la mujer que, sin documento legal, no podía rehacer su vida con otro hombre y terminaba, en muchos casos, dedicándose a la limosna o la prostitución. Por esta razón varios aluden que la discusión de fondo relatada en los evangelios es el repudio sin carta de divorcio, la expulsión de la mujer sin papeles legales para que reinicie su vida.
EL DIVORCIO, LA BIBLIA Y LOS PASTORES
Cuando el apóstol Pablo en 1 Corintios 7 trata este tema, insiste en que el matrimonio no se disuelva, a menos que uno de ellos definitivamente no quiera volver, sobre todo si ese otro no es cristiano. Y que, si se disuelve, no se case de nuevo a menos que regrese con su anterior pareja.
El detalle que pocos toman en serio, a la hora de considerar a Pablo como voz de autoridad para este tema, es el contexto inmediato del capítulo y de la carta, en la que el apóstol no creía que tuviera mucho futuro la historia humana. Él estaba convencido de que Cristo estaba a las puertas de intervenir en la historia (en esa misma época).
Por lo tanto, su apreciación sobre los asuntos del matrimonio, son casi una pérdida de tiempo ante la urgencia de la manifestación del Reino de Dios. Pablo no desarrolla una ética pensando a largo plazo, por eso no le es problema incentivar al celibato, exceptuando a las personas a quienes definitivamente les urge vivir en pareja por su necesidad sexual.
Pienso que no debemos abordar el drama humano de la pareja con versículos bíblicos utilizados de manera literal, sin interpretar y cotejar la realidad de dónde estamos ubicados temporal y socialmente. No creo que debamos usar versículos de manera tajante, sobre todo cuando se escribieron como ética de interín y no como una ética para largo plazo.
Como pastor, no puedo decirle a una mujer que es golpeada o su esposo es adicto, “No puedes separarte porque el evangelio solo me dice que debe haber fornicación”. Tampoco podría decirle a un hombre, cuya esposa tiene una personalidad limítrofe que está volviendo locos a todos en casa, “No puedes terminar con este martirio”.
Para mí, eso sería horroroso. Porque ni siquiera en los textos del evangelio se escribieron en formato de dictamen legal, sino que se ofrecieron como discusiones de sabiduría entre Jesús y los escribas. Si hubiese habido una intención legal en los textos, ¿no se habrían respondido preguntas sobre temas específicos? Por ejemplo: ¿quién se queda con todo?, ¿qué hacemos con los niños?, ¿quién se hace cargo en caso de repudio?.
No hay nada de eso. Y, ante la ausencia, debemos tomar esos textos como luces de sabiduría propia de los materiales de discusión entre rabinos, no como manuales de procedimiento inflexible para cada realidad. Una persona divorciada, independientemente de cómo se desencadenó su divorcio, es una persona que necesita ayuda de su iglesia y sus pastores.